Por Sebastián Lacunza
El autor analiza el escenario de conflicto que saltó de las redacciones
a los paneles de la tarde catapultado por el show de los Leuco en los Martín
Fierro.
14/11/2017 12:14
El argumento, expresado en forma más o menos
explícita, es que los periodistas que trabajan en los medios de comunicación
que pertenecieron a empresarios beneficiados por el kirchnerismo, ahora, de
cara a la pérdida del trabajo (consumada o probable), no tienen derecho al
pataleo. Que, de alguna manera, conductores, editorialistas, diagramadores y
cronistas fueron cómplices, por acción u omisión, de negocios mal habidos por
quienes les pagaron el sueldo. Durante un tiempo — afirma la tesis sostenida
generalmente por voces oficialistas — el país vivió la anomalía de diarios,
portales y radios artificales, pero se acabó la fiesta y corresponde afrontar
las consecuencias; si es necesario, ¡ay!, con el desempleo.
Es la hora de los exitosos, no de los subsidiados.
La proclama, resbaladiza por donde se la mire,
naufraga antes de zarpar. En su plano más banal, podrá ser útil para un regodeo
entre las miserias y avivadas que alcanzan a casi todas las profesiones, pero
deja expuesto un problema estructural del sistema de medios argentino, como es
la concentración en el mercado de la comunicación.
Brevemente, algunas de las posverdades que se ponen
en juego para sostener que el cierre de medios y los despidos no alteran la
pluralidad necesaria en toda democracia:
CAEN LOS “MEDIOS K”. Dejemos
de lado el latigazo de quienes asocian, en virtud del código ético con el que
se manejan, el perfil informativo de los medios con la identidad del
propietario, y admitamos la estampilla “K”, a efectos de facilitar el análisis.
Es cierto que hay un caso emblemático, el de los
socios Sergio Szploski-Matías Garfunkel, quienes no esperaron ni un
mes para abandonar todo tras la salida, en diciembre de 2015, del gobierno que
los puso en el tope de los receptores de pauta oficial. Otro ejemplo sonoro,
aunque más complejo por los ribetes y montos de sus negocios, es el de Indalo,
que se encuentra en pleno desenlace y ya cerró varios medios (incluido el Buenos
Aires Herald, que dirigí desde 2013 hasta este año, y que el grupo compró
en abril de 2015).
Sin embargo, las mismas tribunas que dan lugar a
estas voces admonitorias contra los “K” han vivido reducciones draconianas de
su plantilla, al tiempo que históricos medios asociados, como la agencia Diarios
y Noticias, cerraron sus puertas, mientras La Nueva Provincia,
de la familia bahiense Massot (derecha dura), fue vendida y transformada en
trisemanario. Todos ellos engrosaron las filas de los 2.500 despedidos
contabilizados por sindicatos de prensa.
SE ACABÓ EL SUBSIDIO ESTATAL. La relación
entre medios y prebendas del poder político (vía provisión de papel, pauta
publicitaria, créditos impagos, fondos de Inteligencia, conspiraciones,
negociados…) es tan antigua como el periodismo argentino, pero atengámonos a la
coyuntura más reciente. El patrón de la relación con los medios de los Kirchner
y el Mauricio Macri jefe de Gobierno (y Scioli en Buenos
Aires, De la Sota en Córdoba…) fue bastante similar. Pauta y negocios para los
amigos (tanto empresarios como cuentapropistas),
ninguneo a los opositores.
Si Macri, como jefe de Gobierno porteño, batía récords de publicidad
oficial en relación a la cantidad de habitantes o
facilitaba los negocios de la Ciudad con el Grupo Clarín, no había
razones fundamentadas para suponer que la asunción de Cambiemos en la Casa
Rosada abriría el paso hacia una política demasiado distinta. Con Macri, la
pauta publicitaria oficial de la Nación, que se había descontrolado durante el
kirchnerismo, se aceleró y, entre todos los receptores, Clarín pasó a ser la estrella. Sin
embargo, a la luz del negocio de las telecomunicaciones en el que el Grupo,
finalmente, pudo entrar a sus anchas, el dinero recibido por avisos
gubernamentales parece un vuelto.
Se supone que un gobierno que milita por una
economía de mercado, con un Estado eficiente que no asfixie la iniciativa
privada, no caería en la intervención gubernamental para castigar a voces
críticas, o que concibiría medios públicos como los alemanes o los suecos. Mala
suposición, porque ocurre lo contrario.
LOS MEDIOS QUE CIERRAN NO TENÍAN PÚBLICO. Algo
anómalo ocurre en el mercado porque algunos de los diarios, webs, canales de TV
y radios amenazados por el cierre tienen buena respuesta de audiencia. Tal es
el caso de Radio Del Plata, que en 2016 se había ubicado segunda y
vio su acelerado ascenso interrumpido cuando Electroingeniería dejó
de pagar los sueldos, por lo que, a lo largo de este año, la emisora alterna
sus programas con música producto de medidas de fuerza.
Tras el abandono de Szpolski-Garfúnkel, el
semanario Tiempo Argentino lleva a cabo el proyecto de
periodismo cooperativo más importante de las últimas décadas y encontró un
público rápidamente, con lo que eludió el destino que el nuevo ciclo le
deparaba. Nubarrones también amenazan a C5N y Radio 10,
pese a que el canal de noticias pelea el liderazgo en su segmento y la emisora
se ubica en el segundo puesto, detrás de Mitre, y creciendo. Página
12, por su parte, duplicó las visitas a su web
entre 2016 y 2017, al tiempo que ganó consistencia por aquello de
que es más fácil hacer periodismo opositor que oficialista.
Es decir, incluso si el quiebre económico se trata
de desmanejo por parte de sus propietarios antes que sanciones por la línea
editorial, se debería suponer que hay decenas de oferentes tentados por el
perfil de los medios, y no parece ser el caso.
HAY QUE SABER ELEGIR. Expresada
como una provocación, quizás sea el aspecto más interesante de la acusación de
“complicidad” de los trabajadores con el empresario. La advertencia apela al
renunciamiento ético de quien se pudiere ver violentado por el hecho de recibir
un salario de manos indeseadas. Al fin y al cabo, siempre habrá un taxi para
manejar como alternativa al puesto del redactor, indica este imperativo
kantiano.
Ocurre que se trata de una decisión personal y que,
transformada en una amonestación a terceros desde la tribuna del multimedios
que domina el mercado de la comunicación y con el amparo de los auspicios
personales, se torna indecorosa.
En periodismo, son pocos quienes pueden elegir
dónde desempeñar su tarea. Algunos más encuentran alternativas en ciertos
momentos de una carrera que suele tener altibajos. En general, prima el
concepto expresado por Jorge Lanata, cuando explicó en 2010 por qué
se asoció en el diario Crítica a un empresario español que
luego terminaría preso por el fraude cometido contra Aerolíneas Argentinas.
“Yo elegí como socio a (Antonio) Mata porque la Madre Teresa no
podía venir”. Si tal pragmatismo vale para un empresario, ¿cómo no va a valer
para un trabajador?
Aquí nos encontramos con un problema esencial que limita la “elección”
del periodista. Si en la Argentina hay grupos preponderantes en gran parte del
mercado de los medios y las telecomunicaciones, y estos actores parecen pactar
la convivencia de modo de perservar segmentos del negocio, y uno solo de esos
conglomerados atraviesa todos los campos con alguna participación, ya sea
minoritaria (casi nunca) o dominante, las posibilidades de “elección” en qué
medio trabajar quedan acotadas a una expresión bonita para decir en la gala de
los Martín Fierro.