El gobierno despide
a 40% de la agencia Télam en la misma semana en que aprueba la fusión de Clarín
con Telecom.
Bajo la consigna
"hoy ganó el periodismo", el gobierno de Mauricio Macri anunció el
martes el despido de 354 trabajadores de prensa de Télam, lo que
representa el 40% del personal de la agencia estatal de noticias, una de las
dos estructuras informativas más importantes de Argentina.
El viernes, 72
horas más tarde, la Comisión de Defensa de la Competencia, dependiente del
Poder Ejecutivo, terminó de aprobar la fusión entre Cablevisión –el sistema de
televisión paga e internet de Clarín– con la telefónica Telecom. Esa unión ya
funcionaba de hecho hace años, porque Clarín es inmune a los tiempos
burocráticos. Quedó confirmado así lo que el docente universitario Martín
Becerra califica como la mayor concentración de las comunicaciones de la
historia de América Latina. El gigante exhibe presencia y, a veces, dominio en
todos los rubros de medios (prensa, internet, radio y televisión), productoras,
televisión paga, telefonía celular, básica y banda ancha. Mucho más que lo que
Globo tiene en Brasil y Televisa en México.
En diálogo con
Jorge Lanata por Radio Mitre (de Clarín) –vehículo habitual de los funcionarios
del gobierno de Macri–, Hernán Lombardi, secretario de Medios Públicos y
responsable de la decisión, explicó el motivo de los despidos en Télam:
“los lobos se disfrazan de corderos”, “confundieron periodismo con propaganda
política”. Lombardi anunció “una nueva Télam, plural y
profesional”.
Como consecuencia
de la decisión, al menos cinco provincias (Chaco, Formosa, Catamarca, Misiones
y Río Negro) quedarían sin ningún tipo de cobertura periodística en la agencia
pública, y otras delegaciones y acreditaciones en lugares claves se verían
reducidas a la mínima expresión. De las cinco corresponsalías internacionales
(San Pablo, Roma, Barcelona, Londres y Santiago), una está en riesgo.
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Los telegramas de
despido siguen llegando. En el edificio de Télam, estrenado hace
cuatro años a tres cuadras de la Casa Rosada y hoy ocupado por los
trabajadores, las protestas se mezclan con abrazos, llantos y los partidos del
Mundial en las pantallas.
El estupor llega a
todas las redacciones. Desde 2016, los puestos laborales perdidos en medios
argentinos fueron miles, y los medios cerrados, decenas.
La tormenta es
devastadora y parece perfecta: una agresiva política oficial a favor de la
concentración, la fuga y el desmanejo por parte de empresarios vinculados al
kirchnerismo y de otros signos, la crisis económica general y el cambio
tecnológico a la era digital, que viene poniendo en jaque las fuentes de
financiamiento tradicionales.
Sólo la semana
pasada, a los 354 despidos en Télam se sumaron 38 en Radio del
Plata –uno de los pocos espacios críticos del gobierno–, que comenzó a crujir
no bien terminó el mandato de Cristina Fernández de Kirchner.
A su vez, todo
indica que lo ocurrido en Télam sería un prolegómeno para
Radio Nacional y Canal 7, las otras dos grandes estructuras de medios públicos,
con cerca de 1.000 empleados cada una. Acaso la transmisión del Mundial
postergó el proceso.
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La gestión de la
agencia Télam en manos del gobierno de Macri incorporó en dos
años a 50 personas, la mitad de ellas en puestos jerárquicos –contabilizó el
sindicato–, sobre los más de 900 empleados que había en el staff en 2015. El
siguiente ejemplo es ilustrativo del criterio de conducción y del estado de la
pluralidad informativa en Argentina.
Octubre de 2015:
primera vuelta de las elecciones presidenciales. Macri queda bien posicionado
para ganar el balotaje. Los hermanos y ex socios del entonces candidato,
Gianfranco y Mariano, titulares de offshoresinscriptas en Panamá y
Uruguay, hacen movimientos en cuentas radicadas en el UBS Deutschland que
despiertan alertas en la Fiscalía de Hamburgo. Actúan con precipitación. Sus
apoderados, los uruguayos Santiago Lussich Torrendell y Rodrigo y Santiago
Lussich Rachetti, ordenan al banco transferir todos los fondos y destruir la
documentación respaldatoria. La Fiscalía de Hamburgo remite la documentación un
año más tarde a la procuraduría argentina especializada en lavado de activos,
que hace una denuncia en un juzgado federal. La noticia, difundida inicialmente
por el diario La Nación, tiene pocas repercusiones periodísticas.
Agosto de 2017:
Horacio Verbitsky publica en Página 12 la nota titulada
“Gianfrancamente hablando”, en la que da cuenta de que Gianfranco Macri y otros
del entorno más próximo al presidente se adhirieron al blanqueo de capitales
por un monto de 35 millones de dólares. Entre gallos y medianoche, contra lo
dispuesto por el Congreso, la Casa Rosada habilitó a familiares de funcionarios
a beneficiarse de la amnistía fiscal.
Con 20 palabras,
Macri responde una única pregunta al respecto: “Que mi hermano haya blanqueado
es un derecho que le daba la ley, y lo hizo dentro de la ley”. No volverá a
mencionar el tema.
Tras 30 años como
columnista principal, Verbitsky deja de escribir en Página 12.
Junio de 2018:
periodistas que integran el consorcio Panamá Papers revelan en La Nación, Infobae y Perfil que
Gianfranco Macri blanqueó cuatro millones de dólares y que el origen de esos
fondos es la offshore BF Corporation, titular de la cuenta en
el UBS que llamó la atención de los fiscales alemanes. Los documentos también
exponen cómo el estudio Lussich Torrendell presionó a sus pares panameños de
Mossack Fonseca para que falsificaran un certificado que eximía a Mauricio
Macri de responsabilidades en otra offshore. Acaso porque el frente
económico es acuciante, el presidente no responde una palabra sobre esta nueva
revelación. Entre sus entrevistadores habituales, ninguno le hace referencia al
tema.
De toda esta cadena
(la Fiscalía de Hamburgo, el blanqueo de Gianfranco y la revelación del origen
de los fondos), la agencia oficial Télam, bajo la conducción del
macrismo, no publicó una línea.
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A partir de estas
bases nace la agencia “plural y profesional”, con 60% de su personal, si es que
las medidas de fuerza no logran revertir la decisión.
Con los medios
públicos en desbandada y marginados por la audiencia (Radio Nacional redujo su
audiencia a un octavo desde 2015 y Canal 7, a la mitad), el mapa periodístico
argentino tiene a un protagonista excluyente en Clarín y, en
un lejano segundo puesto, a Vila-Manzano (similar formato de medios de Clarín),
un grupo empresario de buen vínculo con el gobierno, aunque menos predecible.
Siempre imperante
en el mercado local, Clarín, fusionado con Telecom, juega ahora en las grandes
ligas internacionales. Fronteras adentro de Argentina, Netflix, Prisa, Fox,
Televisa, Claro, Turner y Telefónica saben quién es el dueño de la pelota, y le
temen. Clarín-Telecom abarcan 40% de la TV paga, 34% de la telefonía móvil, 42%
de la telefonía básica y 56% de las conexiones a internet, según un informe de
Becerra, aunque ahora deberá ceder una parte marginal de su negocio de banda
ancha.
La Nación, la red radial
cordobesa Cadena 3, Viacom (Telefe), Infobae y Perfil completan
el panorama del mainstream argentino de medios, que van desde
un alto grado de afinidad con el macrismo (La Nación, Cadena 3) a uno
bajo (Perfil).
Comparaciones de
Macri con Nelson Mandela, agradecimientos a la “valentía” de la gobernadora de
la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal (“te queremos mucho,
confiamos en vos”), e idolatría de la estrella económica encargada de
multiplicar la deuda externa, el presidente del Banco Central, Luis Caputo
(“Macri encontró a su Messi”), se suceden en el prime time televisivo.
De Susana Giménez a Jorge Lanata, de Mirtha Legrand a los Leuco. Nunca falta un
panelista que reduzca todo indicio de crítica al gobierno de Macri a una
anécdota, porque “los K se robaron todo”.
En la vereda
abiertamente crítica hacia Macri, se vislumbran el multimedios en torno a Página
12 (AM 750, del sindicato de encargados de edificios), la cooperativa
Tiempo Argentino, la web El Destape, Radio del Plata y una decena
de medios comunitarios y alternativos. Las empresas periodísticas de Cristóbal
López y Fabián de Sousa, hoy detenidos acusados de fraude por una evasión millonaria,
otrora amigos y clientes de los Kirchner, alternan oficialismo y oposición.
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Un veterano
periodista de Télam con responsabilidad sobre unos cuantos
cronistas analiza ante la diaria: “El criterio que ellos mismos [el
gobierno] dicen haber utilizado para los despidos no cuadra por ningún lado. Si
lo cruzás por ingresantes durante el kirchnerismo, donde hay muy buenos
periodistas y de los otros, no da, porque hay despedidos de las décadas
anteriores; y si lo cruzás por el objetivo de echar a quienes ellos entienden
como revoltosos, tampoco da, porque algunos tienen padrinos en este gobierno”.
La fuente repasa ejemplos de áreas desmanteladas que hacían buenas coberturas.
“En Télam hay impresentables de las diferentes camadas, pero
tampoco parece haber sido el criterio”.
Los 50 ingresantes
durante el macrismo permanecen en sus puestos.
Mariano Suárez,
delegado de la comisión sindical, agrega para la diariaque “el
discurso de que despidieron a quienes ingresaron durante el kirchnerismo no
tiene correlato empírico”.
Subyace un motivo
que los funcionarios del gobierno admiten ante la más mínima repregunta. Se
impone el recorte de personal estatal para llegar a la meta comprometida con el
Fondo Monetario Internacional de alcanzar 2,7% del déficit fiscal este año y
1,3% en 2019.
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Así como Télam bajo
Macri no informa sobre los negocios offshore del
oficialismo, Télam bajo Cristina Fernández de Kirchner no daba
cuenta de denuncias de corrupción fundadas y, por el contrario, prestaba mucha
más atención a las desmentidas del ministro de la obra pública Julio de Vido
(hoy detenido). Si existiera una medida para el partidismo, durante el
kirchnerismo la agencia marcaría unos pocos puntos más que bajo el macrismo.
Télam es una
escuela de periodismo, cuenta con profesionales que son de los más reconocidos
en su área y, sin embargo, el servicio no brilla. La cantidad de personal en la
agencia pública es apenas inferior a la de la alemana DPA y la
española Efe, con la diferencia de que las europeas cubren buena
parte del mundo.
Suárez añade que el
salto desde los 650 puestos históricos hasta los 850 actuales obedece a que la
agencia desarrolló en los últimos años servicios audiovisuales, radiales y
digitales.
Al sesgo del
partido que gobierna se suma la disparidad en la calidad. No son pocos los
cables diarios mal redactados, con fuentes pobres e inexactitudes. El servicio
federal que debería prestar está lejos del ideal. Las críticas a la calidad
informativa son compartidas incluso por muchos de quienes hoy denuncian el
vaciamiento de la agencia.
“En los primeros
meses de la gestión de Cambiemos hubo mayor apertura informativa, pero
progresivamente fueron ajustando la cuerda, una secuencia que vimos en todos
los gobiernos. Cuando hay menos margen por un declive en la opinión pública,
hay más control editorial”, reflexiona Suárez.
El interés por
bloquear determinados contenidos, “una posición defensiva y conservadora para
no recibir reproches de los funcionarios”, lleva a desatender la producción
informativa en áreas no conflictivas y, con ello, decae todo el servicio. “Sin
una preocupación por una línea estilística clara, pasamos a depender del editor
de turno, y ello lleva a una previsible disparidad”, dice Suárez.
Télam tiene
problemas, pero también tradición y una función estratégica. El kirchnerismo
potenció los medios públicos con apertura de secciones, medios tecnológicos y
coberturas ambiciosas, pero su uso partidista terminó por socavar la apuesta.
Llegó el macrismo con referencias discursivas constantes al modelo de la BBC.
Tras dos años de gestión, el rumbo apunta hacia el modelo de países
latinoamericanos con medios públicos marginales, sin recursos ni audiencia.