En medio de la tormenta, jerarcas del gobierno de Macri disertaron en el
Council of Americas.
Un hilo de tensión
surcó este jueves el Council of Americas (COA) en el hotel Alvear, corazón del
barrio de la Recoleta de Buenos Aires. Por allí pasaron los ministros más
influyentes del gobierno argentino, un cúmulo de empresarios (de los
encuadernados y de los otros), lobistas, traders, embajadores y
oportunistas. Cuando el encuentro dio inicio, a las 8.00, la cotización del
dólar era de 34 pesos; cuando terminó, pasado el mediodía, llegaba a 44, casi
tres veces más que hace un año.
Día de viento, frío
y lluvia en Buenos Aires. El ánimo colectivo en el lujoso hotel de Recoleta
indicaba que la fiesta de la reinserción al mundo, apenas comenzada, que
presumiblemente duraría años o décadas, ya había terminado, porque la niña
bonita, la flor de tus ojos, se había ido con otro.
Entre una quincena
de expositores, se sumó al estrado principal Marcos Peña, el álter ego de Macri
que manejó la lapicera y el látigo durante tres años y hoy es el blanco de los
ánimos revanchistas. Peña, jefe de Gabinete, anunció que no habrá cambios en el
rumbo, al que percibe exitoso.
La pobreza aumenta
varios puntos por encima del nivel heredado en 2015; el desempleo va hacia las
dos cifras –si no las alcanzó–, el salario mínimo pasó de ser el más alto al
más mediocre de la región, la inflación se quiere parecer a la de Venezuela
(todavía no puede), nadie invierte un duro, Argentina retrocede en todos los
ránkings, hasta los que concitan interés en los sectores market
friendly, pero Peña dice que el gobierno de Macri está haciendo historia.
En cierta forma, tiene razón.
También transitaron
por el escenario del COA quienes suenan para reemplazar a Peña –un cambio
improbable–, el ministro del Interior, Rogelio Frigerio, y el gobernador de
Mendoza, Alfredo Cornejo, tratando de deslizar algún matiz que puede ser útil
el día de mañana. En cualquier caso, la tensión mayor estaba afuera, en los
pasillos, más poblados que el auditorio principal en el salón Versailles. Era
la fiesta de un lobby con dejo melancólico.
Entre cafés y algún
tentempié, se repetían frases de desganado tono optimista: “Si se logra frenar
la turbulencia, se solucionará el tema fiscal y la industria ganará
competitividad; veo muy bien a las pymes con la posibilidad de exportar”; “los
cambios duelen, pero los fundamentales de la economía son sólidos, el objetivo
de una nueva Argentina con un capitalismo serio es compartido por una mayoría”;
“una minoría [la alianza kirchnerotrotskista denunciada por el ministro de
Educación] cree que cuanto peor, mejor, por eso hay que fortalecer al
presidente”.
Fuera de micrófono,
un titular de Economía de una provincia gobernada por un peronista afín a Macri
dejaba saber: “Soy muy pesimista, esto termina muy mal, no hay forma de que lo
frenen”; un trader arriesgaba que habrá helicóptero para Macri,
como el que se llevó a Fernando de la Rúa en 2001, frase que dicha en boca de
un piquetero le ocasionaría una denuncia judicial y, en la Argentina de hoy,
una imputación por desestabilización. “¿Qué están haciendo?”, fue una pregunta
no aislada este jueves en el Alvear.
Buenos Aires, 31 de agosto.
Las extensiones de
campo en la Pampa Húmeda son acaso el único sector productivo que está
registrando balances positivos en los últimos dos años, gracias a la
combinación de la devaluación acelerada del peso y la baja de retenciones.
Daniel Pelegrina, titular de la Sociedad Rural Argentina, agrupación
tradicional de los mayores terratenientes, se permitía alguna crítica a la
liberalización total de los mercados que incentivó la inversión financiera
especulativa: “El rol del Estado es poner límites. Nos preocupa la inercia que
toma la dinámica de los mercados, gente que entra y sale y hace diferencias
enormes. La economía no debe ser abierta para los que no generan valor”.
Cuando zarpó hacia
la reinserción en el mundo, en diciembre de 2015, el buque comandado por Macri
tenía el éxito asegurado. Barack Obama y Donald Trump son en teoría muy
distintos, pero a ambos los unió su voluntad de abrazar al presidente
argentino. Se levantarían las molestas restricciones para la compra del dólar,
lloverían las inversiones. El Foro de Davos se abriría de par en par a un
presidente ejemplar. Gracias a un bajo endeudamiento heredado, una economía
mediana como Argentina podría transformarse –como ocurrió– en la mayor emisora de
bonos entre los mercados emergentes en 2016 y 2017. Más que China, el doble que
México, el triple que Rusia. El ciclo populista había llegado a su fin y había
que celebrarlo.
A pocos les
regalaría tantos elogios el diario El País de Madrid como a
Macri, a quien describió como un liberal compasivo, institucionalista, no
dogmático, más atractivo que el insípido Mariano Rajoy. Las crecientes
historias de represiones brutales a manos de la Policía y procesos federales
contra manifestantes, algunos de los cuales padecieron semanas o meses en las
cárceles, no motivó objeción en la prensa liberal europea.
Subido a ese
caballo, Macri se embarulló las dos o tres veces que intentó decir “nunca más”
al terrorismo de Estado. Mezcló conceptos, metió la pata, nunca lo dijo. En
cambio, muchas más veces declaró el “nunca más” a que Argentina viviera “en la
mentira del populismo”. Por sobre todos estos festejos, Clarín puso
todo de sí para que ese “nunca más” se transformara en realidad.
Un callejón sin salida
El agua empezó a
entrar a bordo mucho más de lo aconsejable y, en mayo, se hizo indisimulable.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) le había tenido una paciencia generosa
al irritante alumno argentino que le endilgaba consecuencias funestas a sus
pulcras recetas, pero Macri le devolvió el alma al cuerpo. De entrada,
Christine Lagarde dejó claro que cuando la llamaran, ella acudiría. Y cuando la
llamaron, en mayo, acudió.
Tras estudiar el
caso argentino, el FMI impartió una original prescripción: drástico recorte del
gasto público hasta una meta de 1,3% en 2019 y 0% en 2020, eliminación de los
pocos subsidios que quedan, restricción de la emisión monetaria, prohibición de
financiación al Tesoro por parte del Banco Central, inflación de 17% en 2019.
El acuerdo récord con el FMI, por 50.000 millones de dólares, fue anunciado el
14 de junio.
En cuestión de
semanas, la institución de Lagarde debió relajar metas. Hubo que archivar la
supuesta prohibición de utilización del préstamo para contener al dólar y, en
definitiva, financiar la fuga de divisas especulativas. La suba de la moneda
estadounidense se aceleró y, con ello, la inflación. Al cabo de casi tres años,
Macri supera con creces el promedio inflacionario de Cristina Fernández de
Kirchner.
Marcos Peña, jefe de Gabinete de Ministros (izq.), y el jefe de Gobierno
de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta (centro), en el Council
of Americas.
En lo único en que
el gobierno de Cambiemos y el FMI se pusieron firmes fue en la drástica
reducción del gasto. Macri empezó por los subsidios, con lo que tarifas de gas
y electricidad aumentaron 1.600% en tres años, y el transporte multiplicó su
precio varias veces. Luego les tocó el turno a los salarios docentes y las
jubilaciones, que crecieron unos 10 puntos por debajo de la inflación, pero
ahora llegó la hora de lo que Carlos Menem (“el gran transformador”,
calificaría el empresario Macri) llamó hace 30 años “cirugía mayor sin
anestesia”: rebaja en jubilaciones y asignaciones universales para menores de
18 años, acuerdos de sueldos de docentes y estatales mucho más draconianos,
recorte de planes sociales y de presupuestos educativos y de salud.
Estos experimentos
son problemáticos en la Argentina, porque el grado de resistencia en las calles
es persistente y alto. Una muestra fue el mismo jueves, en un anochecer frío y
lluvioso, cuando una multitud de varias decenas de miles de personas protestó
contra la oferta de aumento a los docentes universitarios de 15% en varias
cuotas, mientras que la inflación anual de 2018 será de, como mínimo, 32%. Una
semana antes, un acto similar había ocurrido en Córdoba.
La pesadilla de
2001 era, hasta hace no mucho, un fantasma mencionado por sectores de oposición
cerrada; hoy se expresa en forma de desazón y miedo por sectores más amplios.
Argentina nunca se
recuperó del trauma de ver las calles de sus principales ciudades transitadas
por familias hurgando la basura. Esos carros, que nunca se fueron del todo
durante el kirchnerismo, ganan presencia en forma acelerada.
El país comprueba,
por si hiciera falta, que durante los años de Néstor y Cristina funcionó un
sistema de corrupción con la obra pública, como mínimo, con la anuencia de los
presidentes santacruceños. Unos oscuros cuadernos de un chofer con sello de
Inteligencia, que un diario oficialista, La Nación, acercó a un
juez vandálico, Claudio Bonadio, pueden tener bastante de verdad.
Al mismo tiempo,
Mauricio Macri se comporta como lo que más fue en su vida: un empresario de la
patria contratista antes que presidente, y se filtran pases de manos de
empresas, paraísos fiscales, amnistías impositivas para su núcleo familiar y de
amigos.
La caída es
adrenalínica pero también triste.