Por Sebastián Lacunza
En
el segundo semestre de 2015, con 38 años en Clarín, Julio Blanck se sentía en
el momento “más pleno” de su carrera. En proceso de retiro de las tareas de
edición derivado de la concentración del poder en la línea Kirschbaum-Roa,
Blanck expresaba una mirada crítica hacia el paradigma kirchnerista sobre los
medios pero también hacia el rumbo de Clarín. Con inusual crudeza, los
cuestionamientos no excluían a su propia tarea y al cuerpo de la redacción.
Julio Blanck conoció
tempranamente una de las facetas del ejercicio del periodismo. En 1977, antes
de empezar a estudiar una tecnicatura en química, colaboró con cuatro notas
para la revista El Deporte y nunca le pagaron.
Fue su única experiencia antes
de ingresar a la sección Deportes de Clarín, a meses del comienzo del Mundial
78. Recuerda la sensación mientras subía la escalera hacia el segundo piso de
la redacción ubicada —como ahora— sobre la calle Tacuarí. “Ya un piso antes se
sentía el tableteo de cien Olivetti Lexikon 80. Atravesé el taller de
linotipía, composición en caliente, con barras de plomo derritiéndose; una
sinfonía inolvidable”.
Blanck lleva casi cuatro
décadas en una estructura que muchos —dentro y fuera— definen como “soviética”.
Acaso su militancia juvenil en el Partido Comunista lo ayudó no sólo a sobrevivir sino a sentarse en el politburó
del diario.
Desde abril de 2003, cuando
Ricardo Kirschbaum asumió la edición general y Ricardo Roa quedó como segundo
de la redacción, Blanck se desempeñó como editor jefe. Junto a Daniel Fernández
Canedo, llevó “el día a día” hasta noviembre de 2013. Desde entonces, la órbita
de Blanck quedó circunscripta a Política y Economía, lo que le dio aire para
escribir notas de opinión y leer libros como El adversario, de Emmanuel
Carrère. [i]
Con las modificaciones de la
estructura de Clarín en 2016, ya no tendrá funciones de edición.
Hacia agosto de 2011, habían
corrido más de tres años de intercambio de agravios entre el multimedios y el
gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Las primarias presidenciales del 14
de ese mes fueron la última ocasión en que Blanck acompañó a su padre, Aldo
Ivnisky, a votar.
Al día siguiente, la opinión
del editor jefe de Clarín admitía sin vueltas: “Hay que inclinarse con respeto
ante la voz de los ciudadanos. Quien quiera oír que oiga”. Uno de los
ciudadanos que había hecho oír su voz a favor de la reelección de Cristina era
el prestigioso contador y docente de la UBA Ivnisky, quien falleció a los dos
meses.
A cinco años de aquello,
Blanck tiene presente una agria frase de su padre sobre las consecuencias del
periodismo en su personalidad.
En
los últimos años, ha habido un aumento de la desconfianza hacia el discurso
periodístico y los medios, tanto en el país como en la región. ¿Entendés que
esa desconfianza es algo que se debería reparar o es un marco que llegó para
quedarse?
En el caso argentino, ése es
el triunfo cultural del kirchnerismo sobre el periodismo profesional. Se ha
hecho de una forma magnífica. Si vos decís: “soy periodista pero no soy
objetivo ni profesional; soy militante y vos también lo sos; no somos objetivos”,
es una manera muy perversa y eficaz de lograrlo. Esa idea permeó en los que
estaban a favor y también entre los que estaban en contra del kirchnerismo.
Quedó instalado que los periodistas sólo responden a intereses que no son
propios, y en el caso de los oficialistas, su dependencia es del Estado. Eso va
a trascender en el tiempo, más allá de
cambios políticos. La única manera que se me ocurre (de cambiar de escenario)
es recuperar profesionalidad, no perder la capacidad de informar con un cierto
equilibrio; señalar, tanto en la presentación de la información como en el
análisis, las cosas que puedan ser positivas o negativas: periodismo
profesional, lo que se hizo con errores e insuficiencias hasta que nos fue
instalada una guerra por el sentido. No hay una receta especial, un tratamiento
de desintoxicación. Es largo. La credibilidad de los periodistas y los medios
se construye día por día a lo largo de años, ladrillo por ladrillo, y se
destruye en un solo día.
El
abordaje crítico de los medios como “intermediarios” entre el público y la
realidad tiene una larga trayectoria en las universidades, mientras el discurso
oficial de los medios ha sido muy perseverante con la idea “inmaculada” de la
objetividad y la independencia. Incluso hoy hay algunos resabios de eso.
En la universidad, ese
abordaje es correcto, tiene razón de ser. Está buenísima una mirada crítica
para alguien que nunca haya pisado una redacción. Para los estudiantes de
periodismo, ha sido una especie de zanahoria muy útil, promovida por quienes
más han manipulado las noticias y la
información en estos últimos años. Si pensás en quiénes eran los modelos
de periodistas, tendrás una pauta. En los noventa, el modelo era Página 12, que
cambió la forma de hacer periodismo. Nos obligó a todos a hacer un trabajo
distinto. En su momento, fue un revulsivo importante para los que estábamos en Clarín, en La
Nación, en los medios establecidos, porque impuso un lenguaje y un abordaje de
los temas que no se concebía como lo habíamos hecho hasta entonces. Fue una
competencia muy dura y un aprendizaje. Hoy ves huellas en los medios
tradicionales del estilo del Página inicial, en los largos primeros años.
Incluso en Clarín, que acaba de cumplir setenta años. Hoy ya nadie reivindica
la objetividad y ahora nos vamos al otro extremo. Del extremo nocivo “los
periodistas somos inmaculados, portadores de la verdad”, a “somos portadores sanos —en el mejor de los casos—
de mentiras interesadas”.
¿No
es más saludable que haya un público menos crédulo?
Vos tenés públicos crédulos y
corderitos de uno y otro lado, me consta. Hacés todo blanco y negro y el que
está de gris, es el enemigo de todos. Hay que bancársela. Es bueno que el
público se haya desvirgado de la idea de los periodistas como una especie de
paracaidistas polacos, como decía (el fallecido diputado radical César)
Jaroslavsky, que llegaron sin ningún anclaje con el pasado. Está bueno porque
te exige más, eso no está tan mal. La distancia y la madurez del público
crecieron. (El periodista Luis) Majul lo dice bien: “No crea en nada, ni
siquiera en lo que se dice en este programa”. A los periodistas hay que
creerles como a las encuestas, un poco sí y un poco no. No somos los dueños de
la verdad. No tenemos ni tiempo, ni método, ni recursos, ni siquiera el
objetivo de contar la verdad. Nuestro objetivo es lo verosímil. Sobre todo los
que trabajamos diariamente, y más en medios online. Tenemos que hacer algo que
sea verosímil, una reconstrucción más o menos honesta; reconstruir las cosas
como creemos que las podemos transmitir. La verdad es otra cosa, lleva más
tiempo. El verosímil se puede trabajar aun en el ritmo del online.
¿La
búsqueda del verosímil, especialmente en los medios online, habilitó que meras
especulaciones sean presentadas como información en forma creciente?
Hay que adaptarse a una nueva
tecnología. En el ritmo de Guttenberg, tenés esta charla conmigo, la escribís y
pasan hasta 24 horas hasta que alguien la lee publicada. Los diarios, en ese
sentido, traen noticias viejas. Lo que yo veo en los medios digitales es la
tentación de que todo se resuma en la nueva tecnología; que la inmediatez te
autorice a no ponderar. A veces, cuando tenés un video menor que contiene una
anécdota, hay audiencia y no hay lectores. Mostrás cosas. En el periodismo, del
rubro que sea, se necesita un tiempo mínimo para ponderar y dudar. Hace más de
diez años, tuve la posibilidad de participar en la reunión de la Fundación
Nuevo Periodismo Iberoamericano en Monterrey.
Ya siendo grande, era el menos experimentado. Estaban Clovis Rossi, de
Folha de São Paulo; Horacio Verbitsky, de Pagina, y Jean-François Fogel, de Le
Monde. De Europa traían la idea de que el público le daba permiso al online
para equivocarse, para informar con errores, y que después existía la posibilidad
de corregir, mientras nosotros estamos entrenados en la verificación hasta el
límite de la hora de cierre. Todo en el periodismo digital es experimentación y
error.
En
algunos momentos, habrás notado que en la redacción cometieron errores o excesos.
¿Qué respuesta tuviste cuando planteaste objeciones ante tus superiores, tus
pares o la gente a tu cargo?
La respuesta más interesante
es la que tenés arriba. Si las discusiones no las das delante de los que están
arriba, para qué las das. Si las das para tratar de quedar bien delante de los
que están abajo tuyo… Me fue más o menos, a veces bien y a veces mal. Tampoco
produje actos de heroísmo. Tuve una manera de ver algunas cosas. Mi viejo (Aldo
Ivnisky) me decía, a los años de haber empezado a trabajar en esto, “el
periodismo te hizo cínico”. Uno cree que tiene una mirada fuera de todo. Somos
periodistas porque finalmente estamos afuera de todo, pero también afuera de lo
que uno hace. Hay momentos en que uno hace algo que no le gusta hacer, lo que no
está bien, pero sabés que lo tenés que hacer porque es tu laburo o tu
convicción política o personal. En determinada instancia, lo hago pero no dejo
de pensar que en otra circunstancia no lo haría.
¿Tuviste
diferencias con algunas de las cosas que se hicieron?
Sí. Ninguna me resultó tan fuerte como para
que me resultase insoportable seguir trabajando acá.
¿Y
cómo te fue en cuanto a tu proyección personal?
Perdí más de lo que gané en
los resultados inmediatos. Si en la cabeza de algunos de los que están afuera
(de su despacho) quedó sembrada la idea de que hay que ser crítico de lo que
uno hace y después hay que mirar al resto, es algo positivo. No fui el único.
En estos años hubo discusiones cotidianas haciendo la tapa, en charlas
informales. La profesión ha sido un revulsivo muy fuerte todos estos años. Hubo
instancias orgánicas para plantear lo que pensaba. No puedo quejarme porque (en
la empresa), sabiendo orgánicamente cómo pensaba, no tuve ningún cercenamiento
profesional.
¿Diste
tu opinión cuando el diario se permitió titular en tapa y en notas interiores
con un verbo en potencial sobre hechos graves que después no se corroboraron,
como las cuentas de Máximo Kirchner y Nilda Garré[ii], entre otros?
Si esos potenciales se
hubiesen corroborado con hechos de manera inmediata, nadie los recordaría. El
potencial lo usás para cubrirte hasta que los hechos sucedan, pero si los
hechos no suceden, hay un problema: la imposibilidad de sostener con pruebas lo
que habías dicho.
¿Qué
pasó cuando lo planteaste?
Cuando pasan esas cosas, vos
decís “Che, dónde está eso que dijimos; no aparece”. Vos podés tener dos
actitudes. O nadie dice nada, porque todos sabemos que estamos en una calle sin
salida; o podés hacer lo que tenemos que hacer y decir, “Che, está pasando
esto”. La reacción instintiva es el silencio. Es la reacción cultural. A mí no
me sale, pero no quiere decir que no entienda que otros actúen de otro modo. No
porque piensen distinto sino porque les parece que tienen que canalizar su
pensamiento de cierta manera. Yo estoy en una posición aventajada; ¿qué me van
a decir? Hago abuso de mi lugar circunstancial en la redacción. Si no uso mi
lugar para eso, además de ganar unos mangos más… Estoy en una posición en la
que me fijo más en los errores que en los aciertos. De los aciertos no
aprendés. Todos estamos expuestos al error. Uno de los problemas de esta época
es que quedamos anestesiados ante la posibilidad del error, de uno y otro lado.
Se cumple aquella frase “si el error te conviene, que la realidad no te arruine
un buen título”. Vamos para adelante.
Existe
también una demanda del público creyente, que premia a quien alimenta sus
prejuicios, incluso con información intoxicada.
Esos errores, esas alianzas
tóxicas son transversales. Nos pasó a nosotros y supongo que les habrá pasado a
los otros. Cuando por la calle te dicen “sigan así, no aflojen”, ese tipo te
dice “matala a Cristina, hablá mal de La Cámpora, sea lo que sea”. Ese tipo
pide “decí lo que sea, no importa lo que digas porque yo quiero escuchar eso”.
La división tan antinómica, profunda que vive la sociedad, favorece eso. El
asunto es qué hacemos con eso. Si te creés que sos el representante de la
sociedad, hacete candidato y que te voten. A ninguno (de los periodistas que se
presentaron de candidato) le ha ido demasiado bien. El problema del periodismo
militante fue que de un lado se habló de periodismo militante y, del otro,
muchas más veces de lo aconsejable, se lo practicó. De un lado se habló y se
hizo y del otro, del nuestro, se hizo demasiadas veces.
¿Creés
que los periodistas que asumieron el rol de “ponerse la camiseta” no por
convicción sino por conveniencia van a volver a una posición más “neutral”?
Acá no tenés tipos tirados en
la banquina por su manera de pensar. Clarín tiene una cosa extraña. Tenés
libertad; bastante más libertad de la que se cree. Esto es una máquina de picar
carne, hoy me toca ser máquina todavía pero me acuerdo cómo era ser carne. El
periodista tiene que forzar el límite, hasta que el límite te lo ponga el
editor general o el Pulitzer. Obligalo a tu editor a que te ponga el límite. No
he visto tipos acá que hayan sido segregados. En esta profesión hay mucho de
refugiarse en que “esto no se puede hacer”. El periodista tiene un ego similar
al de un actor, pero ganando mucha menos plata. No ves casos constantes de
gente que esté tocando el límite. Tengo 35 años en esto y veintialgo con cargo
de edición. No conozco muchos tipos que se hayan ido por eso. Hay colegas que
se han ido a medios oficialistas en tiempos del kirchnerismo, y no es que acá
eran guerrilleros resistiendo. Todos agarraron el retiro voluntario y se fueron
a otro lado. Veo desde acá (su despacho) dos o tres que no están de acuerdo
(con la línea del diario) y siguen escribiendo.
En
tu descripción de que muchos no empujaron el límite se percibe una crítica a la
profesión.
No me golpearon la puerta
nunca para pedir más libertad. Es muy fácil decir “no hago más que esto porque
no me dejan”. Lo que vos no hacés es porque no tenés el talento, la dedicación,
la determinación y la capacidad de esforzarte y de exigirte a vos mismo.
Clarín
fue, después de la dictadura, un diario con un amplio rango de opiniones.
Pretendía asumir “el sentido común” de la clase media y buscaba a los costados.
¿Se privaron de esa diversidad en los últimos años?
Las líneas editoriales son
angostitas o más anchas. Hasta el 2007, éramos más abiertos. Este diario era
acusado de ser socio o cómplice de (Néstor) Kirchner. La Nación tiene un
espectro más cerrado y la lógica de Clarín, uno más amplio de cronistas y
analistas. Cuando yo era redactor, había colegas que eran simpatizantes
abiertos de la Ucedé (derecha) o del Movimiento al Socialismo. En el medio había
radicales, peronistas, socialistas, desarrollistas. Ahora hay menos. Vos vas a
la redacción de política y hay más
filokirchneristas que filomacristas, sin ninguna duda. La lógica de los
periodistas es que creemos que somos progres —sin saber muy bien qué es ser
progre— porque tenemos un sistema de valores que en general nos acerca a
ciertas posiciones. Por eso acá (la excandidata presidencial de Progresistas)
Margarita Stolbizer sacaría muchos votos. En 1983[iii] se hizo una votación
interna de la redacción. Ganó (el peronista clásico Ítalo Argentino)
Lúder; segundo salió (el
centroizquierdista del Partido Intransigente Oscar) Alende y tercero, (el
radical Raúl) Alfonsín. Los votantes de Alfonsín, sobre 150 o doscientas
personas, eran siete. Te nombro algunos:
Carlos Quiroz, Jorge Aulicino, Luis Gregorich y Pablo Kandel. Por suerte,
tenemos un problema de ajenidad con el público (risas, porque Alfonsín ganó las
elecciones nacionales). Volviendo al tema de los columnistas, Clarín tuvo
siempre un espectro muy amplio al interior de la redacción; estos años hemos
tenido el espectro más angosto de los que yo recuerde. El campo de acción del
diario se angostó y va a volver a ensancharse con una flexibilidad que a
algunos va a sorprender.
¿En
qué, por ejemplo?
Vas a encontrar pronto que
Clarín no se va a dejar robar el tema de inclusión de derechos y nuevas
modalidades de relación. No sé si en la parte política podremos ser tan
flexibles. La lógica de Clarín es no dejarse arrinconar. Vos tenés que estar lo
más cerca posible del público y el público probablemente deje de consumir
guerras; quizás va a consumir menos de política. No nos vamos a arrinconar en
el lugar del conservadurismo. Ahora, independientemente de que el espectro
político podría haber sido un poco más amplio, esto nunca fue una democracia
ateniense.
¿Te
hubiera gustado un arco de firmas más amplio para incorporar lectores críticos
con el rumbo del diario?
Me hubiese gustado, sí, pero
no tiene ningún efecto práctico. Se fue angostando la posibilidad de que
hubiese pensamiento muy distinto. Durante el conflicto del campo, hubo un
quiebre. Kirchner maltrató a (el entonces cronista de política, luego editor en
Infobae) Leonardo Míndez[iv] y ahí empezó un proceso. Bastó que maltratase a
Leo; todos sabemos quién es quién. Kirchner le dijo “te mandó (el copropietario
de Clarín Héctor) Magnetto a preguntar eso”. Magnetto no le manda a preguntar
nada a nadie. Esa idea no era nueva en el kirchnerismo. Repasé un libro de
Cristina, una recopilación de sus intervenciones parlamentarias, prologada por
Ricardo Lagos. Ella sostiene que “los medios defienden intereses al igual que
nosotros”. Es un antecedente más lúcido y elaborado —como es Cristina, muy
sólida— de lo que vino después. No hay neutralidades, “ustedes o nosotros”. En
momento en que la acusación de la no neutralidad salta de los medios a las
personas, se abroquela a la redacción. El ataque al periodista de Clarín
amalgamó mucho a la redacción para defender a las personas, no al medio. Había una
sensación de que venían por nosotros.
¿Por
esa personalización de la crítica es que no fueron más amplios?
Lo cierto es que nadie reclamó
“seamos más amplios”, pero a veces hay que forzarlo. Decir algo de la oposición
(a los Kirchner), no vender que es angelical. No digo que elogies al gobierno…
En
estos años encontraron espacio en Clarín firmas que representan una postura más
extrema, que antes eran impensadas o no frecuentes, como Juan Bautista Yofre y
Ceferino Reato. ¿Por qué?
Entraron. Alguien los habrá
traído, cayeron simpáticos, pero no se vieron más. Fijate cuándo es la última
publicación. También demuestra que no es una cuestión monolítica. Cuando
Clarín, que es un elefante, decide mover una pata, la mueve. La cultura de un
medio grande que se supo muy poderoso en
una época, es que cuando hacés algo, lo hacés, y si te das cuenta de que está
mal, lo cambiás a los cinco años. ¿Por qué algunos tipos escriben? Yo no manejo
el área de opinión.
Muchos
creen que La Nación guardó más la compostura periodística estos años, excepto
en sus editoriales. ¿Lo compartís?
Sí, yo pienso lo mismo. Pudo
hacerlo. Hay un teorema imposible. ¿Qué hubiese hecho La Nación si hubiese
estado bajo el volumen y la intensidad de ataque que Clarín? No lo sé. Veo hoy
La Nación, que es muy polite en vida cotidiana. Es un medio extraordinario
satisfaciendo a su público. Saben quién es, dónde está, cómo está cambiando, y
ellos van cambiando con su público. La Nación se mantuvo más equilibrada, jugó
a ser más o menos ecuánime, lo logró durante mucho tiempo. Acá la redacción (de
Clarín) tuvo que atravesar la discusión sobre quiénes eran los hijos de la
directora.
¿Cuánto
dudaste sobre si Felipe y Marcela Noble, los hijos de Ernestina Noble, eran
hijos de desaparecidos?[v]
Dudé hasta que me demostraron
que no eran.
La
adopción fue irregular, de eso no hay dudas, en medio de un momento crítico del
terrorismo de Estado.
Yo no hablo de la adopción.
Así salían las adopciones, no lo sé, es una hipótesis. Hasta que no se hicieron
los análisis, acá no sabíamos qué pasaba. Los periodistas de este diario
seguían escribiendo mientras esa
situación estaba abierta y acá era motivo de conversaciones orgánicas e
inorgánicas.
¿Cómo
hubiera seguido el diario si en efecto se probaba que eran hijos de
desaparecidos?
Se hubiese dañado severamente.
Hubiese producido un impacto muy fuerte en la redacción, seguramente.
Una
de las novedades de los últimos años fue la incorporación de Jorge Lanata, una
marca en sí mismo, algo que no era habitual en un medio en el que la marca era
el Grupo en sí mismo. ¿Qué evaluación hacés? ¿Por qué lo trajeron?
Era una cuestión de concentrar
fuerzas; hay que ver el marco en que se produce su incorporación. Lanata es a
la generación de los periodistas de hoy lo que Verbitsky fue para los
periodistas que entraron a los medios en los 90. El tiempo va decantando a las
personas. Traer a Lanata al diario o al canal, al Grupo, tenía que ver con la
idea de pertrecharte, tener más impacto y consolidar más público. Es evidente
que Lanata tiene un predicamento en un público al que los medios del Grupo no
llegaban. Si vos pensás qué es lo que buscaste y qué conseguiste, los
resultados son extraordinarios. Lanata
encontró en la apoyatura editorial que te puede dar el Grupo Clarín la
posibilidad de potenciar sus cualidades.
También
tiene un efecto que es radicalizar al público. Sin ser de derecha, es venerado
por la derecha.
Y también por una parte de la
izquierda. Te permite llegar a niveles de audiencia que antes no tenías. Te
ayuda a hacer líder a Radio Mitre[vi]… Atrae a Chiche Gelblung desde Radio 10,
que es el antecedente directo de Lanata, en la revista Gente, y lo hizo veinte
años. Es un genio de su época y Lanata, de la nuestra. Son dos exponentes de
que el fin justifica los medios. Es una manera de hacer periodismo. Tiene un
estilo que no ejercemos porque no tenemos el talento y la desfachatez para
hacerlo. Es un modo de relacionarte con el público. En eso Clarín se
desencorceta con (el periodista de radio y TV) Nelson Castro, Lanata, (Marcelo)
Longobardi, (el columnista de La Nación) Carlos Pagni, (el columnista de La
Nación y exjefe de redacción de Clarín) Joaquín (Morales Solá). Lanata venía con esa idea. Alguien
tenía que decir con gracia, penetración y un lenguaje menos atado al código de la política y la
economía tradicionales las cosas que un segmento importante del público venía
pensando. Por ahí no es el tipo de periodismo que más me gusta, pero es el que
más impacto tiene, por escándalo. Y no es periodismo sin sustancia. Compará el
éxito de un tipo en un canal o en una radio contra todo un sistema armado por
el gobierno kirchnerista.
En
el plano de buscar otras voces, sin embargo, se desprendieron de Marcelo
Zlotogwiazda y Ernesto Tenembaum[vii]. De centroizquierda, desacartonados, uno
más lejano que otro del kirchnerismo pero no conservadores…
Zloto es un kirchnerista
crítico y lo sostuvo con mucha integridad y entereza. Nunca fue distinto ni se
camufló de lo que no era. Hubiese sido más inteligente que siguiesen. Me
pareció un movimiento paquidérmico. Podrías haberlos mantenido, pero no conozco
al interior la relación de ellos con TN.
¿Por
qué creés que el kirchnerismo, que derivó recursos abundantes vía pauta
publicitaria y concesiones a ciertos medios, no fue capaz, salvo excepciones,
de hacer unidades sustentables, que trascendieran el mandato de Cristina?
Sobre todo porque si vos
querés que sigan una letra, que haya un sistema de medios que recite lo que
querés escuchar, no funciona. Sí les da resultado a los propietarios de esos
medios que se han llenado de oro, eso es otra cosa. Lo único masivo que han
logrado fue la propaganda de Fútbol Para
Todos, que fue extraordinaria en sus efectos, está medido.
Muchos
actores políticos y sociales que van más allá del kirchnerismo sostienen que
Clarín ocupa una posición incompatible con la diversidad que requiere una
democracia. ¿Estás de acuerdo con una legislación que desconcentre el mercado?
Estoy de acuerdo con la
desconcentración y estoy en desacuerdo con calificar la posición de Clarín como
incompatible (con la diversidad). En términos de medios, no tiene una posición
monopólica en ningún espacio; ni en gráfica, ni en radio, ni en internet, ni en
televisión.
La
legislación en países del Primer Mundo establece incompatibilidades para
mantener porcentajes significativos en todos los mercados de la comunicación a
la vez.
El problema es cuando tomás
una iniciativa razonable y la convertís en otra cosa. La herramienta no es mala
en sí misma, la cuestión es cómo la usás. La ley de medios era un martillo, y
lo podías usar para construir o para romperle la cabeza a Clarín. Si hacés
esto, desvirtuás la verdadera discusión sobre la necesidad de modernizar y
adecuar el sistema. Tan muerta nació la ley de medios que no mencionaba a
internet. Su objeto central terminó siendo su punto débil: hacer de goma a
Clarín. En los ochenta, a INT Pensar el periodismo mí me decían los políticos
“publicame esto porque si no salís en Clarín, no existís”. Ya en esa época me
parecía una enormidad, no lo entendía. Disfrutás de la ventaja comparativa de
que crean eso, pero ya me parecía raro. Hoy sería bobo y antiguo pensar eso. Lo
que hizo el gobierno bastardeó lo que era el proyecto inicial, elaborado por la
Coordinadora para una Radiodifusión Democrática. Los tipos que redactaron los
principios de ley de medios son todos bien intencionados, con ideas buenas o
malas pero reconocidos como expertos y académicos —no como hacedores—; sentaron
un punto de partida muy razonable y
lúcido para empezar a discutir. Pero el kirchnerismo hizo una ley que tenía
nombre y apellido, y ahora volver a discutir una ley de medios va a llevar una
pila de años, porque hay que desarmar
este sistema absurdo que montaron.
¿Cómo
ves el mercado de medios que viene?
Hay propietarios de medios del
sistema paraoficialista kirchnerista que jugaron a quedarse. Cristóbal (López)
es el caso más claro; no hacés una inversión así si no te querés quedar. Otra
cosa es si abrís 25 ventanillas para cobrar lo máximo posible y después cerrás.
Cuando baje la espuma, se verá quiénes quedamos en este negocio y se sentarán
los empresarios a ver quiénes compiten. No sé si habrá diálogo en términos de
ponerse de acuerdo. Son los jugadores
que están. Los empresarios son mucho menos ideológicos que los que están en la
calle o llenaban el Patio de las Palmeras (de la Casa Rosada, donde Cristina
Kirchner se dirigía a jóvenes de La Cámpora). Somos todos instrumentos de
otros.
¿Cómo
ves tu futuro?
Qué se yo; nunca planifiqué mi
carrera profesional. Así como estoy, estoy contento. Tengo mucho más tiempo que
antes y acá lo toleran, lo alientan. Estoy bastante más en la calle, hago lo
que más me divierte; tengo mucho clima y trato de oler para dónde van las
cosas. Para mí, es el momento más pleno del ejercicio profesional. Empujé las
ruedas de las redacciones durante treinta y tantos años…