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“EN CLARÍN SE ANGOSTÓ COMO NUNCA LA POSIBILIDAD DE PENSAR DISTINTO"



Por Sebastián Lacunza

En el segundo semestre de 2015, con 38 años en Clarín, Julio Blanck se sentía en el momento “más pleno” de su carrera. En proceso de retiro de las tareas de edición derivado de la concentración del poder en la línea Kirschbaum-Roa, Blanck expresaba una mirada crítica hacia el paradigma kirchnerista sobre los medios pero también hacia el rumbo de Clarín. Con inusual crudeza, los cuestionamientos no excluían a su propia tarea y al cuerpo de la redacción.

Julio Blanck conoció tempranamente una de las facetas del ejercicio del periodismo. En 1977, antes de empezar a estudiar una tecnicatura en química, colaboró con cuatro notas para la revista El Deporte y nunca le pagaron.

Fue su única experiencia antes de ingresar a la sección Deportes de Clarín, a meses del comienzo del Mundial 78. Recuerda la sensación mientras subía la escalera hacia el segundo piso de la redacción ubicada —como ahora— sobre la calle Tacuarí. “Ya un piso antes se sentía el tableteo de cien Olivetti Lexikon 80. Atravesé el taller de linotipía, composición en caliente, con barras de plomo derritiéndose; una sinfonía inolvidable”.

Blanck lleva casi cuatro décadas en una estructura que muchos —dentro y fuera— definen como “soviética”. Acaso su militancia juvenil en el Partido Comunista lo ayudó no sólo a  sobrevivir sino a sentarse en el politburó del diario.



Desde abril de 2003, cuando Ricardo Kirschbaum asumió la edición general y Ricardo Roa quedó como segundo de la redacción, Blanck se desempeñó como editor jefe. Junto a Daniel Fernández Canedo, llevó “el día a día” hasta noviembre de 2013. Desde entonces, la órbita de Blanck quedó circunscripta a Política y Economía, lo que le dio aire para escribir notas de opinión y leer libros como El adversario, de Emmanuel Carrère. [i]

Con las modificaciones de la estructura de Clarín en 2016, ya no tendrá funciones de edición.

Hacia agosto de 2011, habían corrido más de tres años de intercambio de agravios entre el multimedios y el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Las primarias presidenciales del 14 de ese mes fueron la última ocasión en que Blanck acompañó a su padre, Aldo Ivnisky, a votar.

Al día siguiente, la opinión del editor jefe de Clarín admitía sin vueltas: “Hay que inclinarse con respeto ante la voz de los ciudadanos. Quien quiera oír que oiga”. Uno de los ciudadanos que había hecho oír su voz a favor de la reelección de Cristina era el prestigioso contador y docente de la UBA Ivnisky, quien falleció a los dos meses.

A cinco años de aquello, Blanck tiene presente una agria frase de su padre sobre las consecuencias del periodismo en su personalidad.


En los últimos años, ha habido un aumento de la desconfianza hacia el discurso periodístico y los medios, tanto en el país como en la región. ¿Entendés que esa desconfianza es algo que se debería reparar o es un marco que llegó para quedarse?

En el caso argentino, ése es el triunfo cultural del kirchnerismo sobre el periodismo profesional. Se ha hecho de una forma magnífica. Si vos decís: “soy periodista pero no soy objetivo ni profesional; soy militante y vos también lo sos; no somos objetivos”, es una manera muy perversa y eficaz de lograrlo. Esa idea permeó en los que estaban a favor y también entre los que estaban en contra del kirchnerismo. Quedó instalado que los periodistas sólo responden a intereses que no son propios, y en el caso de los oficialistas, su dependencia es del Estado. Eso va a trascender en el  tiempo, más allá de cambios políticos. La única manera que se me ocurre (de cambiar de escenario) es recuperar profesionalidad, no perder la capacidad de informar con un cierto equilibrio; señalar, tanto en la presentación de la información como en el análisis, las cosas que puedan ser positivas o negativas: periodismo profesional, lo que se hizo con errores e insuficiencias hasta que nos fue instalada una guerra por el sentido. No hay una receta especial, un tratamiento de desintoxicación. Es largo. La credibilidad de los periodistas y los medios se construye día por día a lo largo de años, ladrillo por ladrillo, y se destruye en un solo día.



El abordaje crítico de los medios como “intermediarios” entre el público y la realidad tiene una larga trayectoria en las universidades, mientras el discurso oficial de los medios ha sido muy perseverante con la idea “inmaculada” de la objetividad y la independencia. Incluso hoy hay algunos resabios de eso.

En la universidad, ese abordaje es correcto, tiene razón de ser. Está buenísima una mirada crítica para alguien que nunca haya pisado una redacción. Para los estudiantes de periodismo, ha sido una especie de zanahoria muy útil, promovida por quienes más han manipulado las noticias y la  información en estos últimos años. Si pensás en quiénes eran los modelos de periodistas, tendrás una pauta. En los noventa, el modelo era Página 12, que cambió la forma de hacer periodismo. Nos obligó a todos a hacer un trabajo distinto. En su momento, fue un revulsivo importante  para los que estábamos en Clarín, en La Nación, en los medios establecidos, porque impuso un lenguaje y un abordaje de los temas que no se concebía como lo habíamos hecho hasta entonces. Fue una competencia muy dura y un aprendizaje. Hoy ves huellas en los medios tradicionales del estilo del Página inicial, en los largos primeros años. Incluso en Clarín, que acaba de cumplir setenta años. Hoy ya nadie reivindica la objetividad y ahora nos vamos al otro extremo. Del extremo nocivo “los periodistas somos inmaculados, portadores de la verdad”, a “somos  portadores sanos —en el mejor de los casos— de mentiras interesadas”.



¿No es más saludable que haya un público menos crédulo?

Vos tenés públicos crédulos y corderitos de uno y otro lado, me consta. Hacés todo blanco y negro y el que está de gris, es el enemigo de todos. Hay que bancársela. Es bueno que el público se haya desvirgado de la idea de los periodistas como una especie de paracaidistas polacos, como decía (el fallecido diputado radical César) Jaroslavsky, que llegaron sin ningún anclaje con el pasado. Está bueno porque te exige más, eso no está tan mal. La distancia y la madurez del público crecieron. (El periodista Luis) Majul lo dice bien: “No crea en nada, ni siquiera en lo que se dice en este programa”. A los periodistas hay que creerles como a las encuestas, un poco sí y un poco no. No somos los dueños de la verdad. No tenemos ni tiempo, ni método, ni recursos, ni siquiera el objetivo de contar la verdad. Nuestro objetivo es lo verosímil. Sobre todo los que trabajamos diariamente, y más en medios online. Tenemos que hacer algo que sea verosímil, una reconstrucción más o menos honesta; reconstruir las cosas como creemos que las podemos transmitir. La verdad es otra cosa, lleva más tiempo. El verosímil se puede trabajar aun en el ritmo del online.



¿La búsqueda del verosímil, especialmente en los medios online, habilitó que meras especulaciones sean presentadas como información en forma creciente?

Hay que adaptarse a una nueva tecnología. En el ritmo de Guttenberg, tenés esta charla conmigo, la escribís y pasan hasta 24 horas hasta que alguien la lee publicada. Los diarios, en ese sentido, traen noticias viejas. Lo que yo veo en los medios digitales es la tentación de que todo se resuma en la nueva tecnología; que la inmediatez te autorice a no ponderar. A veces, cuando tenés un video menor que contiene una anécdota, hay audiencia y no hay lectores. Mostrás cosas. En el periodismo, del rubro que sea, se necesita un tiempo mínimo para ponderar y dudar. Hace más de diez años, tuve la posibilidad de participar en la reunión de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano en Monterrey.  Ya siendo grande, era el menos experimentado. Estaban Clovis Rossi, de Folha de São Paulo; Horacio Verbitsky, de Pagina, y Jean-François Fogel, de Le Monde. De Europa traían la idea de que el público le daba permiso al online para equivocarse, para informar con errores, y que después existía la posibilidad de corregir, mientras nosotros estamos entrenados en la verificación hasta el límite de la hora de cierre. Todo en el periodismo digital es experimentación y error. 


En algunos momentos, habrás notado que en la redacción cometieron errores o excesos. ¿Qué respuesta tuviste cuando planteaste objeciones ante tus superiores, tus pares o la gente a tu cargo?

La respuesta más interesante es la que tenés arriba. Si las discusiones no las das delante de los que están arriba, para qué las das. Si las das para tratar de quedar bien delante de los que están abajo tuyo… Me fue más o menos, a veces bien y a veces mal. Tampoco produje actos de heroísmo. Tuve una manera de ver algunas cosas. Mi viejo (Aldo Ivnisky) me decía, a los años de haber empezado a trabajar en esto, “el periodismo te hizo cínico”. Uno cree que tiene una mirada fuera de todo. Somos periodistas porque finalmente estamos afuera de todo, pero también afuera de lo que uno hace. Hay momentos en que uno hace algo que no le gusta hacer, lo que no está bien, pero sabés que lo tenés que hacer porque es tu laburo o tu convicción política o personal. En determinada instancia, lo hago pero no dejo de pensar que en otra circunstancia no lo haría. 


¿Tuviste diferencias con algunas de las cosas que se hicieron?

 Sí. Ninguna me resultó tan fuerte como para que me resultase insoportable seguir trabajando acá. 


¿Y cómo te fue en cuanto a tu proyección personal?

Perdí más de lo que gané en los resultados inmediatos. Si en la cabeza de algunos de los que están afuera (de su despacho) quedó sembrada la idea de que hay que ser crítico de lo que uno hace y después hay que mirar al resto, es algo positivo. No fui el único. En estos años hubo discusiones cotidianas haciendo la tapa, en charlas informales. La profesión ha sido un revulsivo muy fuerte todos estos años. Hubo instancias orgánicas para plantear lo que pensaba. No puedo quejarme porque (en la empresa), sabiendo orgánicamente cómo pensaba, no tuve ningún cercenamiento profesional. 


¿Diste tu opinión cuando el diario se permitió titular en tapa y en notas interiores con un verbo en potencial sobre hechos graves que después no se corroboraron, como las cuentas de Máximo Kirchner y Nilda Garré[ii], entre otros?

Si esos potenciales se hubiesen corroborado con hechos de manera inmediata, nadie los recordaría. El potencial lo usás para cubrirte hasta que los hechos sucedan, pero si los hechos no suceden, hay un problema: la imposibilidad de sostener con pruebas lo que habías dicho.


¿Qué pasó cuando lo planteaste?

Cuando pasan esas cosas, vos decís “Che, dónde está eso que dijimos; no aparece”. Vos podés tener dos actitudes. O nadie dice nada, porque todos sabemos que estamos en una calle sin salida; o podés hacer lo que tenemos que hacer y decir, “Che, está pasando esto”. La reacción instintiva es el silencio. Es la reacción cultural. A mí no me sale, pero no quiere decir que no entienda que otros actúen de otro modo. No porque piensen distinto sino porque les parece que tienen que canalizar su pensamiento de cierta manera. Yo estoy en una posición aventajada; ¿qué me van a decir? Hago abuso de mi lugar circunstancial en la redacción. Si no uso mi lugar para eso, además de ganar unos mangos más… Estoy en una posición en la que me fijo más en los errores que en los aciertos. De los aciertos no aprendés. Todos estamos expuestos al error. Uno de los problemas de esta época es que quedamos anestesiados ante la posibilidad del error, de uno y otro lado. Se cumple aquella frase “si el error te conviene, que la realidad no te arruine un buen título”. Vamos para adelante. 


Existe también una demanda del público creyente, que premia a quien alimenta sus prejuicios, incluso con información intoxicada.

Esos errores, esas alianzas tóxicas son transversales. Nos pasó a nosotros y supongo que les habrá pasado a los otros. Cuando por la calle te dicen “sigan así, no aflojen”, ese tipo te dice “matala a Cristina, hablá mal de La Cámpora, sea lo que sea”. Ese tipo pide “decí lo que sea, no importa lo que digas porque yo quiero escuchar eso”. La división tan antinómica, profunda que vive la sociedad, favorece eso. El asunto es qué hacemos con eso. Si te creés que sos el representante de la sociedad, hacete candidato y que te voten. A ninguno (de los periodistas que se presentaron de candidato) le ha ido demasiado bien. El problema del periodismo militante fue que de un lado se habló de periodismo militante y, del otro, muchas más veces de lo aconsejable, se lo practicó. De un lado se habló y se hizo y del otro, del nuestro, se hizo demasiadas veces. 


¿Creés que los periodistas que asumieron el rol de “ponerse la camiseta” no por convicción sino por conveniencia van a volver a una posición más “neutral”?

Acá no tenés tipos tirados en la banquina por su manera de pensar. Clarín tiene una cosa extraña. Tenés libertad; bastante más libertad de la que se cree. Esto es una máquina de picar carne, hoy me toca ser máquina todavía pero me acuerdo cómo era ser carne. El periodista tiene que forzar el límite, hasta que el límite te lo ponga el editor general o el Pulitzer. Obligalo a tu editor a que te ponga el límite. No he visto tipos acá que hayan sido segregados. En esta profesión hay mucho de refugiarse en que “esto no se puede hacer”. El periodista tiene un ego similar al de un actor, pero ganando mucha menos plata. No ves casos constantes de gente que esté tocando el límite. Tengo 35 años en esto y veintialgo con cargo de edición. No conozco muchos tipos que se hayan ido por eso. Hay colegas que se han ido a medios oficialistas en tiempos del kirchnerismo, y no es que acá eran guerrilleros resistiendo. Todos agarraron el retiro voluntario y se fueron a otro lado. Veo desde acá (su despacho) dos o tres que no están de acuerdo (con la línea del diario) y siguen escribiendo. 


En tu descripción de que muchos no empujaron el límite se percibe una crítica a la profesión.

No me golpearon la puerta nunca para pedir más libertad. Es muy fácil decir “no hago más que esto porque no me dejan”. Lo que vos no hacés es porque no tenés el talento, la dedicación, la determinación y la capacidad de esforzarte y de exigirte a vos mismo. 


Clarín fue, después de la dictadura, un diario con un amplio rango de opiniones. Pretendía asumir “el sentido común” de la clase media y buscaba a los costados. ¿Se privaron de esa diversidad en los últimos años?

Las líneas editoriales son angostitas o más anchas. Hasta el 2007, éramos más abiertos. Este diario era acusado de ser socio o cómplice de (Néstor) Kirchner. La Nación tiene un espectro más cerrado y la lógica de Clarín, uno más amplio de cronistas y analistas. Cuando yo era redactor, había colegas que eran simpatizantes abiertos de la Ucedé (derecha) o del Movimiento al Socialismo. En el medio había radicales, peronistas, socialistas, desarrollistas. Ahora hay menos. Vos vas a la  redacción de política y hay más filokirchneristas que filomacristas, sin ninguna duda. La lógica de los periodistas es que creemos que somos progres —sin saber muy bien qué es ser progre— porque tenemos un sistema de valores que en general nos acerca a ciertas posiciones. Por eso acá (la excandidata presidencial de Progresistas) Margarita Stolbizer sacaría muchos votos. En 1983[iii] se hizo una votación interna de la redacción. Ganó (el peronista clásico Ítalo Argentino) Lúder;  segundo salió (el centroizquierdista del Partido Intransigente Oscar) Alende y tercero, (el radical Raúl) Alfonsín. Los votantes de Alfonsín, sobre 150 o doscientas personas, eran siete. Te nombro  algunos: Carlos Quiroz, Jorge Aulicino, Luis Gregorich y Pablo Kandel. Por suerte, tenemos un problema de ajenidad con el público (risas, porque Alfonsín ganó las elecciones nacionales). Volviendo al tema de los columnistas, Clarín tuvo siempre un espectro muy amplio al interior de la redacción; estos años hemos tenido el espectro más angosto de los que yo recuerde. El campo de acción del diario se angostó y va a volver a ensancharse con una flexibilidad que a algunos va a  sorprender.


¿En qué, por ejemplo?

Vas a encontrar pronto que Clarín no se va a dejar robar el tema de inclusión de derechos y nuevas modalidades de relación. No sé si en la parte política podremos ser tan flexibles. La lógica de Clarín es no dejarse arrinconar. Vos tenés que estar lo más cerca posible del público y el público probablemente deje de consumir guerras; quizás va a consumir menos de política. No nos vamos a arrinconar en el lugar del conservadurismo. Ahora, independientemente de que el espectro político podría haber sido un poco más amplio, esto nunca fue una democracia ateniense. 


¿Te hubiera gustado un arco de firmas más amplio para incorporar lectores críticos con el rumbo del diario?

Me hubiese gustado, sí, pero no tiene ningún efecto práctico. Se fue angostando la posibilidad de que hubiese pensamiento muy distinto. Durante el conflicto del campo, hubo un quiebre. Kirchner maltrató a (el entonces cronista de política, luego editor en Infobae) Leonardo Míndez[iv] y ahí empezó un proceso. Bastó que maltratase a Leo; todos sabemos quién es quién. Kirchner le dijo “te mandó (el copropietario de Clarín Héctor) Magnetto a preguntar eso”. Magnetto no le manda a preguntar nada a nadie. Esa idea no era nueva en el kirchnerismo. Repasé un libro de Cristina, una recopilación de sus intervenciones parlamentarias, prologada por Ricardo Lagos. Ella sostiene que “los medios defienden intereses al igual que nosotros”. Es un antecedente más lúcido y elaborado —como es Cristina, muy sólida— de lo que vino después. No hay neutralidades, “ustedes o nosotros”. En momento en que la acusación de la no neutralidad salta de los medios a las personas, se abroquela a la redacción. El ataque al periodista de Clarín amalgamó mucho a la redacción para defender a las personas, no al medio. Había una sensación de que venían por nosotros. 


¿Por esa personalización de la crítica es que no fueron más amplios?

Lo cierto es que nadie reclamó “seamos más amplios”, pero a veces hay que forzarlo. Decir algo de la oposición (a los Kirchner), no vender que es angelical. No digo que elogies al gobierno… 


En estos años encontraron espacio en Clarín firmas que representan una postura más extrema, que antes eran impensadas o no frecuentes, como Juan Bautista Yofre y Ceferino Reato. ¿Por qué?

Entraron. Alguien los habrá traído, cayeron simpáticos, pero no se vieron más. Fijate cuándo es la última publicación. También demuestra que no es una cuestión monolítica. Cuando Clarín, que es un elefante, decide mover una pata, la mueve. La cultura de un medio grande que se supo muy  poderoso en una época, es que cuando hacés algo, lo hacés, y si te das cuenta de que está mal, lo cambiás a los cinco años. ¿Por qué algunos tipos escriben? Yo no manejo el área de opinión. 


Muchos creen que La Nación guardó más la compostura periodística estos años, excepto en sus editoriales. ¿Lo compartís?

Sí, yo pienso lo mismo. Pudo hacerlo. Hay un teorema imposible. ¿Qué hubiese hecho La Nación si hubiese estado bajo el volumen y la intensidad de ataque que Clarín? No lo sé. Veo hoy La Nación, que es muy polite en vida cotidiana. Es un medio extraordinario satisfaciendo a su público. Saben quién es, dónde está, cómo está cambiando, y ellos van cambiando con su público. La Nación se mantuvo más equilibrada, jugó a ser más o menos ecuánime, lo logró durante mucho tiempo. Acá la redacción (de Clarín) tuvo que atravesar la discusión sobre quiénes eran los hijos de la directora. 


¿Cuánto dudaste sobre si Felipe y Marcela Noble, los hijos de Ernestina Noble, eran hijos de desaparecidos?[v]

Dudé hasta que me demostraron que no eran. 


La adopción fue irregular, de eso no hay dudas, en medio de un momento crítico del terrorismo de Estado.

Yo no hablo de la adopción. Así salían las adopciones, no lo sé, es una hipótesis. Hasta que no se hicieron los análisis, acá no sabíamos qué pasaba. Los periodistas de este diario seguían  escribiendo mientras esa situación estaba abierta y acá era motivo de conversaciones orgánicas e inorgánicas. 


¿Cómo hubiera seguido el diario si en efecto se probaba que eran hijos de desaparecidos?

Se hubiese dañado severamente. Hubiese producido un impacto muy fuerte en la redacción, seguramente. 


Una de las novedades de los últimos años fue la incorporación de Jorge Lanata, una marca en sí mismo, algo que no era habitual en un medio en el que la marca era el Grupo en sí mismo. ¿Qué evaluación hacés? ¿Por qué lo trajeron?

Era una cuestión de concentrar fuerzas; hay que ver el marco en que se produce su incorporación. Lanata es a la generación de los periodistas de hoy lo que Verbitsky fue para los periodistas que entraron a los medios en los 90. El tiempo va decantando a las personas. Traer a Lanata al diario o al canal, al Grupo, tenía que ver con la idea de pertrecharte, tener más impacto y consolidar más público. Es evidente que Lanata tiene un predicamento en un público al que los medios del Grupo no llegaban. Si vos pensás qué es lo que buscaste y qué conseguiste, los resultados son  extraordinarios. Lanata encontró en la apoyatura editorial que te puede dar el Grupo Clarín la posibilidad de potenciar sus cualidades. 


También tiene un efecto que es radicalizar al público. Sin ser de derecha, es venerado por la derecha.

Y también por una parte de la izquierda. Te permite llegar a niveles de audiencia que antes no tenías. Te ayuda a hacer líder a Radio Mitre[vi]… Atrae a Chiche Gelblung desde Radio 10, que es el antecedente directo de Lanata, en la revista Gente, y lo hizo veinte años. Es un genio de su época y Lanata, de la nuestra. Son dos exponentes de que el fin justifica los medios. Es una manera de hacer periodismo. Tiene un estilo que no ejercemos porque no tenemos el talento y la desfachatez para hacerlo. Es un modo de relacionarte con el público. En eso Clarín se desencorceta con (el periodista de radio y TV) Nelson Castro, Lanata, (Marcelo) Longobardi, (el columnista de La Nación) Carlos Pagni, (el columnista de La Nación y exjefe de redacción de Clarín) Joaquín (Morales  Solá). Lanata venía con esa idea. Alguien tenía que decir con gracia, penetración y un lenguaje  menos atado al código de la política y la economía tradicionales las cosas que un segmento importante del público venía pensando. Por ahí no es el tipo de periodismo que más me gusta, pero es el que más impacto tiene, por escándalo. Y no es periodismo sin sustancia. Compará el éxito de un tipo en un canal o en una radio contra todo un sistema armado por el gobierno kirchnerista. 


En el plano de buscar otras voces, sin embargo, se desprendieron de Marcelo Zlotogwiazda y Ernesto Tenembaum[vii]. De centroizquierda, desacartonados, uno más lejano que otro del kirchnerismo pero no conservadores…

Zloto es un kirchnerista crítico y lo sostuvo con mucha integridad y entereza. Nunca fue distinto ni se camufló de lo que no era. Hubiese sido más inteligente que siguiesen. Me pareció un movimiento paquidérmico. Podrías haberlos mantenido, pero no conozco al interior la relación de ellos con TN.


¿Por qué creés que el kirchnerismo, que derivó recursos abundantes vía pauta publicitaria y concesiones a ciertos medios, no fue capaz, salvo excepciones, de hacer unidades sustentables, que trascendieran el mandato de Cristina?

Sobre todo porque si vos querés que sigan una letra, que haya un sistema de medios que recite lo que querés escuchar, no funciona. Sí les da resultado a los propietarios de esos medios que se han llenado de oro, eso es otra cosa. Lo único masivo que han logrado fue la propaganda de Fútbol  Para Todos, que fue extraordinaria en sus efectos, está medido. 


Muchos actores políticos y sociales que van más allá del kirchnerismo sostienen que Clarín ocupa una posición incompatible con la diversidad que requiere una democracia. ¿Estás de acuerdo con una legislación que desconcentre el mercado?

Estoy de acuerdo con la desconcentración y estoy en desacuerdo con calificar la posición de Clarín como incompatible (con la diversidad). En términos de medios, no tiene una posición monopólica en ningún espacio; ni en gráfica, ni en radio, ni en internet, ni en televisión.


La legislación en países del Primer Mundo establece incompatibilidades para mantener porcentajes significativos en todos los mercados de la comunicación a la vez.

El problema es cuando tomás una iniciativa razonable y la convertís en otra cosa. La herramienta no es mala en sí misma, la cuestión es cómo la usás. La ley de medios era un martillo, y lo podías usar para construir o para romperle la cabeza a Clarín. Si hacés esto, desvirtuás la verdadera discusión sobre la necesidad de modernizar y adecuar el sistema. Tan muerta nació la ley de medios que no mencionaba a internet. Su objeto central terminó siendo su punto débil: hacer de goma a Clarín. En los ochenta, a INT Pensar el periodismo mí me decían los políticos “publicame esto porque si no salís en Clarín, no existís”. Ya en esa época me parecía una enormidad, no lo entendía. Disfrutás de la ventaja comparativa de que crean eso, pero ya me parecía raro. Hoy sería bobo y antiguo pensar eso. Lo que hizo el gobierno bastardeó lo que era el proyecto inicial, elaborado por la Coordinadora para una Radiodifusión Democrática. Los tipos que redactaron los principios de ley de medios son todos bien intencionados, con ideas buenas o malas pero reconocidos como expertos y académicos —no como hacedores—; sentaron un punto de partida  muy razonable y lúcido para empezar a discutir. Pero el kirchnerismo hizo una ley que tenía nombre y apellido, y ahora volver a discutir una ley de medios va a llevar una pila de años, porque  hay que desarmar este sistema absurdo que montaron.


¿Cómo ves el mercado de medios que viene?

Hay propietarios de medios del sistema paraoficialista kirchnerista que jugaron a quedarse. Cristóbal (López) es el caso más claro; no hacés una inversión así si no te querés quedar. Otra cosa es si abrís 25 ventanillas para cobrar lo máximo posible y después cerrás. Cuando baje la espuma, se verá quiénes quedamos en este negocio y se sentarán los empresarios a ver quiénes compiten. No sé si habrá diálogo en términos de ponerse de acuerdo.  Son los jugadores que están. Los empresarios son mucho menos ideológicos que los que están en la calle o llenaban el Patio de las Palmeras (de la Casa Rosada, donde Cristina Kirchner se dirigía a jóvenes de La Cámpora). Somos todos instrumentos de otros.


¿Cómo ves tu futuro?

Qué se yo; nunca planifiqué mi carrera profesional. Así como estoy, estoy contento. Tengo mucho más tiempo que antes y acá lo toleran, lo alientan. Estoy bastante más en la calle, hago lo que más me divierte; tengo mucho clima y trato de oler para dónde van las cosas. Para mí, es el momento más pleno del ejercicio profesional. Empujé las ruedas de las redacciones durante treinta y tantos años…

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