Los mensajes de odio
transitan el discurso público, pero no todos generan similares reacciones.
Por Sebastián Lacunza
18/05/2018 20:02
Un discurso antisemita camuflado en un
nacionalismo de tono marcial no es nuevo en los medios de comunicación de la
Argentina. El hecho de que se difundiera en un horario central de un canal de
noticias de creciente audiencia y fuera acompañado por una catarata de agravios
machistas vía Twitter puso a su autor en el ojo de las
críticas y fuera de aire. No es lo mismo la Revista Cabildo o
un programa de cable y helecho en el siglo XX que Crónica TV en
el XXI. Un motivo para celebrar: existen resortes en la sociedad que tornan
intolerable la presencia de ramplonas proclamas antijudías en el mainstream de
los medios.
Veamos la siguiente diatriba: “Vas a la
playa, ves todos estos judíos y te agarrás hongos, son sucios”. “Aparecen los
judíos hijos de puta y te afanan en la carpa, te ocupan la casa”. “En Mar del
Plata, los judíos van de la mano, son 28, porque cogen, cogen, cogen todo el
día; máquinas de hacer pibes, todos horribles, parecen garrafas”. “La peatonal
de Mar del Plata parece la India, llena de vacas, una mierda llena de
judíos”. “Los judíos se parecen todos, llegan en camiones”.
Los agravios citados no fueron
proferidos en Crónica TV esta semana sino en Radio 10 hace
un año. Tampoco son textuales, porque donde dice la palabra “judío” debe leerse
“negro”. Y tampoco fueron un arranque esporádico, porque se repitieron durante
todo el año, sin pausa. A diferencia del episodio Cúneo, no tuvieron ninguna
repercusión.
El discurso antisemita, que abrevó en
el aberrante cliché de los judíos banqueros, tocó un saludable límite y generó
una reacción; el discurso antimorochos, que tiene su correlato en el odio
contra feministas, inmigrantes de países limítrofes e izquierdistas, por el
contrario, fue premiado con un pase al horario central de la segunda mañana.
Como la profesora nazi de convivencia
cívica en Castelar o la vedette que se solaza al decir que Florencia de
la V es “un tipo, tiene pito”, los portadores de mensajes de odio
toman atajos para explicarse. Así, el nacionalista de Crónica TV explicará
que defiende la libertad individual tras haber confundido una religión o una
cultura (la judía) con un país (Israel) o una institución (la DAIA). Como bien
dijo el usuario @vercingetornix en Twitter: “Hay dos grandes grupos
de personas que confunden deliberadamente el judaísmo y el Estado de Israel:
los que quieren atacar al judaísmo y los que quieren defender a Netanyahu”.
También el agraciado turista de Mar del
Plata cuenta en Radio 10 que suele referirse a los negros “de
mente”, no a la clase social ni al color de piel. Que “se puede vivir en
Nordelta y ser negro”.
En el país que vivió, en enero de 1919,
un pogromo de los más graves de los que haya registro en América Latina, la
deriva antisemita encuentra vertientes. Para ser justos, Argentina es también
el hogar de una de las comunidades judías más numerosas y diversas, y menos
segregadas del mundo.
Entonces, el antisemitismo se camufla,
se retira por un rato, se secretea en el club house del country,
se expresa en alguna clase de colegios católicos, cobra impulso en la comisaría
y se canta contra la hinchada de Atlanta.
“Se va a acabar, se va a acabar, la
sinagoga radical”, entonó la multitud en algún acto antialfonsinista ayer
nomás. Algunos dirigentes concibieron el ataque a la AMIA como un ataque a
Israel, y otro personaje lamentó que en la mutual judía muriera gente que “no
tenía nada que ver, simplemente pasaba por ahí”.
El discurso antimorochos, que tiene
su correlato en el odio contra feministas, inmigrantes de países limítrofes e
izquierdistas, por el contrario, fue premiado con un pase al horario central de
la segunda mañana.
El discurso racista contra quienes
tienen alguna ascendencia indígena campea a otro nivel. Pocos bajan la voz en
el colectivo para agraviar a un morocho. La radio premia ese desprecio porque
el rating acompaña. Se escucha al pasar “cosa de negros” por
el dial, sea en boca del militante racista o del conductor que cuenta anécdotas
con sus oyentes. Se canta ya no contra la hinchada de Atlanta sino contra la de
Boca.Los agravios contra paraguayos ladrones por naturaleza y peruanos que se atienden
en hospitales públicos se instalan en el discurso político y periodístico. Sus
autores, que no dan puntada sin hilo, entienden que aportan votos o audiencia.
DEL DICHO AL HECHO. Acaso alguien que haya presenciado uno de esos espantosos intentos de linchamiento
contra un supuesto ladrón adolescente sabrá que lo primero que surge de la
turba es “negro de mierda” (o “negro culiao” si la turba es cordobesa). Se
sabe: el gatillo fácil tiene por blanco preferido a pibes pobres, con visera y
de tez morena.
Se trata de dar lugar a las palabras
donde hay silencio, temor y sojuzgamiento. Dos ejemplos. La militancia
feminista viene haciendo un trabajo persistente y esclarecedor para iluminar el
discurso machista que nos transita a veces solapada y otras groseramente, así
como la lucha por la diversidad de género alcanzó resultados épicos desde
tiempos recientes en que edictos policiales penaban la sodomía.
No hay discriminación más efectiva que aquella que
se torna invisible. Por esos artilugios de las sociedades, la discriminación
contra “los negros de mierda” nos suele pasar inadvertida.