Noticias, mercado y trabajo
Por Sebastián Lacunza
El sistema de medios en Argentina se creó bajo la órbita de familias fundacionales que mutaron a organizaciones con otros intereses además de las noticias. Hoy, con rentabilidades en baja y transformación de los soportes, el mapa periodístico tradicional y sus trabajadores buscan reconvertirse escándalos de corrupción en los últimos años (siete veces menos cronistas que Le Monde).
Minuto Uno (Grupo Indalo), un
difundido sitio digital que marcha detrás de Infobae, emplea a unos
20 redactores, y su par BigBangNews, 25. En Mendoza, otra de las
webs informativas más ambiciosas, MDZ online (de los
empresarios Terranova que manejan la publicidad en la vía pública de Buenos
Aires y otras ciudades), alcanza los 40 profesionales. La página El
Destape (de Talar Producciones, perteneciente al periodista Roberto
Navarro), de marcado tono crítico hacia el gobierno de Mauricio Macri, suma 11
periodistas.
El mundo digital también dio lugar a
sitios periodísticos específicos del soporte. Dos ejemplos son Chequeado y Revista
Anfibia. El primero depende de una fundación cuya fuente de
financiamiento central proviene de embajadas, empresas y microdonantes. Procura
contrastar el discurso de personalidades públicas con datos duros, por lo que
configura un medio en sí mismo y a la vez un insumo para otros. Emplea a siete
periodistas fijos y recibe habituales colaboraciones. También funciona sobre la
base de colaboradores Anfibia, la revista de crónicas, ensayos y
relatos creada en 2012 en el ámbito de la Universidad Nacional de San Martín, y
que levantó vuelo hasta transformarse en uno de los productores de textos en
castellano más elaborados del momento. Anfibia cuenta con
cinco editores permanentes y, como Chequeado, logra parte de su
financiación vía capacitaciones.
Julia Cagé , una investigadora francesa
formada en Harvard, repasa experiencias de medios puros online de
Estados Unidos. Buzzfeed es uno de los de redacción más
numerosa, con 170 puestos, mientras que Vice o Huffington
Post abrieron decenas de franquicias y delegaciones en el exterior. El
innovador diario tradicional británico The Guardian hizo el
camino inverso y se metió en el mercado digital estadounidense; su
oficina en Manhattan emplea a unos 70 empleados y suma otros 15 entre San
Francisco y Washington DC. De cualquier manera, aun si son números
significativos en comparación con la realidad de otros países, siguen
resultando irrisorios a la luz del tamaño de las redacciones tradicionales
estadounidenses.
La realidad demuestra que los sitios
mencionados pueden jugar en la misma liga que el Times, The Wall Street
Journal y Washington Post en cuanto a la competencia
por navegantes, gracias a su habilidad para explotar los insumos y el lenguaje
digital, pero en ningún caso logran un volumen de negocios como para emplear a
grandes redacciones y, en línea directa con ello, generar contenidos
específicos con similares calidad y amplitud a las de los medios tradicionales.
Algunas páginas alcanzaron parte del
éxito con videos hogareños, blogs de terceros, aportes gratuitos de los
cibernautas e instituciones, o copiando, citando y conectando contenidos
producidos por otros, aunque también es cierto que los mejores sitios abrieron
nuevas ventanas laborales para desarrolladores del lenguaje digital, entre
ellos diseñadores, expertos en estadística para lidiar con grandes volúmenes de
datos, y community managers.
El mayor cambio a raíz de las nuevas
tecnologías, sin embargo, se da en el tipo de trabajo para muchos de los que se
dedican al oficio. Como marca el periodista brasileño y docente de la
Universidad Federal de Santa Catarina Carlos Castilho, “ante la
avalancha de información, percepciones y opiniones sobre un hecho”, la demanda
principal sobre el periodista no es tanto que produzca noticias, crónicas o
entrevistas, sino que lleve a cabo una “curaduría periodística” para tratar de
separar lo importante de las versiones en circulación, y que sea capaz de
llevarlo a un lenguaje entendible”.
La nueva superliga de los medios
Durante décadas, el sistema de medios
funcionó bajo la órbita de familias fundacionales o compañías icónicas, con
intervalos periódicos que abrieron las puertas a camadas innovadoras. Algunos
de esos apellidos pudieron tener origen en la elite política (Mitre, Gainza
Paz), pero ellos mismos o sus herederos se movieron para poner las fichas en el
casillero de la prensa en tanto “fiscal” (del pueblo, de poderes fácticos, de
valores morales) y “puente” entre los hechos y los ciudadanos que necesitan
saber de qué se trata (noción primitiva del proceso informativo que funcionó
mucho tiempo y que aún hoy es sostenida por un marketing poco enterado).
A su vez, los procesos y
acontecimientos históricos que modificaron relaciones sociales, políticas y
económicas alumbraron nuevos tipos de propietarios de medios. Las internas de
la Generación del 80, la inclusión de los inmigrantes en la vida pública, los
gobiernos radicales surgidos de elecciones limpias, el fraude, el peronismo,
las dictaduras que lo proscribieron, la clase media en su apogeo, el regreso de
Perón, la dictadura más sangrienta y la democracia de 1983 vieron surgir
proyectos que renovaron el lenguaje y forzaron a los dueños de la pelota a
cambiar o perecer. Las tecnologías que habilitaron nuevos soportes (radio y TV)
también constituyeron hitos que dieron campana de largada a nuevos
competidores.
En cualquier caso, más allá de la
figura hoy desdibujada del “empresario periodístico”, desconocer el peso del
entramado político-económico en el desarrollo del sistema de medios a lo largo
del último siglo implicaría una enorme falsedad histórica. No hubo época en que
los pactos o las tensiones con los gobiernos democráticos y las dictaduras
dejaran de incidir en las condiciones del mercado o, lisa y llanamente,
solventaran a unos y desfinanciaran a otros.
Los ejemplos son inabarcables, pero el
siguiente resulta particularmente ilustrativo a los ojos de la historia. El
legendario editor Jacobo Timerman escribió en la revista Confirmado en
marzo de 1966, durante el gobierno del radical Arturo Humberto Illia, electo
con el peronismo proscripto pero respetuoso de otras libertades democráticas,
según el consenso de los historiadores: “No es la primera vez que el
periodismo argentino debe luchar denodadamente por la libertad de prensa en el
país (…) Lo importante no es sufrir la persecución de un gobierno. Lo importante
es resistir presiones, superar prejuicios, para que ningún hecho sea ocultado a
la información de la opinión pública”. En el mismo medio, otro párrafo
decía: “Esta página estaba destinada a un aviso. Pero el secretario de
Industria, Alfredo Concepción, y el secretario de Prensa de la Presidencia,
Luis Caeiro, han prohibido a numerosas empresas argentinas y extranjeras
publicar avisos en Confirmado”.
Según reconstruyó la periodista
Graciela Mochkofsky, la presión de los funcionarios citados por Timerman para
que empresas nacionales y extranjeras boicotearan a Confirmado era
real. Tan real como la complicidad de Confirmado con el golpe
en ciernes que instalaría en el poder al dictador Juan Carlos Onganía
(ministros de Illia daban por sentado que la revista era financiada por la
Inteligencia del Ejército).
En reacción a esa ofensiva explicitada
en las tapas de casi toda la prensa gráfica, el ministro de Justicia radical
Carlos Alconada Aramburú presentó una querella penal contra Primera
Plana, Confirmado, Atlántida e Imagen por generar “un
clima psicológico propicio” para el golpe.
Del multimedios al señor de las redes
La novedad desde hace unos cuantos años
la aportan los balances contables. Tradicionales y emergentes se encuentran con
que los números de la explotación de medios no cierran. Si la rentabilidad del
modelo “comercial políticamente dócil” muestra signos de agotamiento para los
soportes informativos de siempre (prensa, radio, TV, agencias de noticias), y
los que surgen en el mundo digital no le encuentran la vuelta, no es extraño
que se registre un desplazamiento de las placas tectónicas de la propiedad de
los medios.
El mapa de los grupos mediáticos
locales brinda unas cuantas respuestas para entender dónde estamos parados.
Desde hace tiempo, gran parte de las organizaciones periodísticas tienen un
accionista principal o una mano invisible cuyo objetivo económico central no
pasa por hallar beneficios en la producción informativa.
El Grupo Clarín es el principal
multimedios de Argentina, con activos en casi todos los rubros de la
comunicación. Ocupa un tamaño tal que no resistiría la aplicación de ninguna
norma anticoncentración del norte de Europa o Estados Unidos. En todo el arco
político y mediático, incluida la redacción de Clarín, casi nadie
deja de reconocer en privado que la expansión lograda por este multimedios es
desproporcionada para el mercado argentino.
Facundo Landívar, uno de los
responsables del día a día del periódico en los últimos años (Nota de
la Redacción: la entrevista se realizaó antes de que el periodista dejara el
diario en octubre de 2016), coincidió durante la entrevista que mantuvimos
en que es necesario regular la expansión de los medios. Formula y se responde
las siguientes preguntas: “¿Cómo le decís a alguien que tiene un derecho
adquirido que no lo tiene más? ¿Se tendría que haber hecho mucho antes? Sí,
claro. ¿Se dejaron hacer millones de cosas? Por supuesto. ¿El tamaño hoy está
por encima de lo que debería ser? Tal vez”.
En las últimas dos décadas, el corazón económico del grupo dejó de latir
con el gran diario argentino, Radio Mitre o Canal 13, y pasó a depender de las
redes (o los cables), que consiguió en gran medida a partir de explotar los
derechos de transmisión del fútbol. Con Mauricio Macri en la Casa Rosada, se
apresta a incursionar en el mercado de telefonía móvil, objetivo al que dedicó
denodados esfuerzos en los pasados quince años. Clarín es hoy un emporio que
incluye un multimedios. La proyección sin límites que le da el nuevo escenario
con Mauricio Macri en el gobierno podría tornar su presencia todavía más
determinante. A eso parece aludir Carlos Guyot, secretario general de redacción
de La Nación¸ cuando dice en la entrevista que mantuvimos que
el gobierno “no ve o no entiende” ciertos riesgos.
Este texto integra la primera parte de “Pensar el
periodismo”, publicado por Ediciones B, un libro que además cuenta con
entrevistas a editores de medios argentinos.