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Macri eligió un primer blanco: Maduro



By 
Sebastián Lacunza
Editor-in-Chief
@sebalacunza

Que nada parezca lo que es. Los asesores publicitarios tomaron el mando de la campaña como pocas veces se ha visto y dedicaron su mayor esfuerzo a aplanar las propuestas de los candidatos. Se perfiló así un postulante presidencial arquetípico, “normal”, seductor del “ciudadano común”, portador de un discurso elusivo y carente de pasado, aspecto contrastante con la historia de un país como la Argentina, que supo construir relatos inspiradores.
Convencidos de que el votante que inclinará la balanza en las octavas elecciones presidenciales de la historia aspira a algún grado de cambio con continuidad, los tres principales competidores terminaron por delinear una propuesta de “mantener lo bueno y modificar lo malo”.
De acuerdo a lo que dijeron, ni Daniel Scioli, ni Mauricio Macri ni Sergio Massa promoverán una devaluación brusca, aunque sus propios economistas dejaron fluir señales en contrario. Ninguno va a privatizar las jubilaciones, ni la petrolera YPF, ni las transmisiones de fútbol. Los planes sociales seguirán intactos e incluso podrían ser ampliados, y todos prometieron algún grado de mano dura en el combate contra el delito. Los tres negociarán con firmeza ante los buitres a los que Thomas Griesa les dio la razón. Al parecer, todos respetarán la ley, no tolerarán la corrupción y fomentarán el diálogo. El hecho de que un publicista, Ernesto Savaglio, haya sido estratega de campaña de los tres candidatos (no en simultáneo, se entiende) debe ser leído como una mera coincidencia.
Sin embargo, no todo es tan similar. Uno de los puntos en los que Scioli y Macri mostraron marcadas diferencias es en el perfil de las relaciones internacionales, en particular, con América Latina.
El gobernador bonaerense y candidato por el oficialista Frente para la Victoria desplegó una agenda de alto impacto al mantener reuniones, en el marco de la campaña, con los uruguayos José Mujica y Tabaré Vázquez, los brasileños Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff, el boliviano Evo Morales y el cubano Raúl Castro, además de hablar por teléfono esta semana con el ecuatoriano Rafael Correa y la chilena Michelle Bachelet, con quienes se había encontrado tiempo atrás. El Scioli ecuménico que no le niega una foto a nadie mostró una orientación más precisa en las aproximaciones regionales, y llegó a viajar a celebrar victorias del Partido de los Trabajadores en Brasil y del Frente Amplio en Montevideo.
El cambio político que vivió América Latina en los últimos quince años llevó a la conformación de bloques como Unasur, sustentados en parte en la afinidad de los respectivos presidentes, elemento que se presenta como un desafío crucial de cara a los próximos años. En ese marco, la política exterior de Néstor y Cristina Kirchner fluctuó entre el sector “bolivariano” — en declive tras la muerte de Hugo Chávez— y las posturas menos confrontativas hacia Estados Unidos como las de Colombia, Perú y Chile — enarbolada incluso por mandatarios de centroizquierda —. Argentina, en tanto segunda economía sudamericana pero lejos del tamaño del Brasil emergente, quedó en un punto intermedio que llevó a la cautela y, a veces, a la confusión de analistas y diplomáticos extranjeros.
Más allá de los matices, los países miembros de Unasur coincidieron en bloquear la injerencia externa en temas internos de los países mientras éstos resguardaran, a grandes rasgos, lo que se concibe como una democracia. Ante la explícita intención de Washington de involucrarse en la política venezolana, que se tradujo, entre otras cosas, en reclamos a ejecutivos latinoamericanos para que sumen su intervención, la respuesta fue, en general, negativa, a excepción del período de Álvaro Uribe al mando de Colombia.
Macri promete un giro, que tendría consecuencias de alto impacto y pondría a la Argentina a la vanguardia de la confrontación con Caracas. El candidato de Cambiemos anticipó que reclamará la liberación del dirigente opositor Leopoldo López — condenado a casi 14 años de cárcel por su supuesta responsabilidad en la revuelta violenta de 2014 — , y si ésta no se concreta, solicitará al Mercosur — que la Argentina integra con Brasil, Uruguay, Paraguay y Venezuela — y a Unasur la denominada cláusula democrática, que supone la exclusión del país que violente las libertades constitucionales.
“Esta semana se produjo algo muy importante que fue el retiro de la delegación de Brasil de la observación electoral para las elecciones de diciembre”, indicó al Herald el secretario de Relaciones Internacionales del PRO, Diego Guelar.
“Esto significa que nos aproximamos a lo que creemos que debería ser el sinceramiento pleno de la agenda con Brasil, terminar con esta suerte de patrocinio de un régimen que no cumple con condiciones plenas de democracia; es un primer paso”, indicó Guelar, exdiputado y exembajador peronista de centroderecha.
En efecto, el gobierno de Rousseff retiró a su delegado en la misión observadora porque había sido objetado por el gobierno de Maduro.
Guelar no duda: “Venezuela no es una democracia, hay violencia represiva; es una vergüenza que no haya habido una condena institucional”.
Por el contrario, la cláusula democrática sí fue esgrimida por los integrantes del Mercosur y Unasur (en este bloque rige desde 2014), pero como advertencia a la oposición venezolana, que fue acusada de “golpista” por políticos de casi todo el continente. Para Guelar, las protestas en Venezuela no tuvieron intención de quebrar el orden constitucional. “Nuestra actitud de se absoluta solidaridad con la oposición”.
Macri anunció que su primer viaje, si resulta electo presidente, será a Brasil, y según anticipa su asesor, en esa eventual cita propondrá a Dilma Roussef la sanción a la Venezuela de Maduro. Más allá de los acercamientos y distanciamientos entre Brasilia y Caracas — que hubo unos cuantos en estos años —, no parece nada probable que la debilitada Rousseff esté dispuesta a encabezar una ofensiva sobre Maduro que llevará a un inevitable enfrentamiento con otros ejecutivos del continente.
Brasil tiene pendiente la difícil tarea de consolidar su liderazgo regional, un sitial que se impone por el tamaño de la economía pero que encuentra renuencias, principalmente de Buenos Aires. Un paso de Rousseff sobre Caracas encendería — de mínima — el cuestionamiento de Evo Morales y de Correa, y podría llevar a Brasilia a una indeseada confrontación con sus vecinos más chicos.
No obstante, en el PRO parecen decididos, como también lo está la oposición en países como Brasil, Chile, Colombia, Perú, Bolivia, Uruguay y Ecuador.
Hasta ahora, un factor crucial que desactivó la intervención latinoamericana en Venezuela llevó a cabo elecciones en tiempo y forma, con resultados poco cuestionados fronteras afuera del país. Si en diciembre no se llevan a cabo los anunciados comicios parlamentarios, una hipótesis que barajan en la oposición, la ecuación será otra y obligará a barajar y dar de nuevo. La semana de la elección venezolana coincide justo con el recambio presidencial en la Argentina.



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