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Escribe
Sebastián Lacunza
Editor-in-Chief
@sebalacunza 

El optimismo — cualidad esencial de Daniel Scioli — no parecía exagerado cuando el oficialismo veía la victoria al alcance de las manos tras el resultado de las primarias de agosto. Con una diferencia de más de ocho puntos sobre Cambiemos, y de catorce entre el propio Scioli y Mauricio Macri, sólo con el aporte de algunos de los votantes a otras fracciones del peronismo alcanzaría para definir la presidencia en primera vuelta.

Desde un punto de vista geográfico, la elección de ayer se definía por Córdoba (nueve por ciento del total del padrón, donde el 38 por ciento de los votos conseguidos por el peronista disidente José Manuel De la Sota en las PASO habían quedado en suspenso), el Norte (donde Scioli había logrado casi 1,5 millón más de apoyos que Macri) y el Gran Buenos Aires (GBA, donde la tradicional ventaja peronista había sido en las primarias menos contundente que en otros comicios).

Esta vez, el optimismo quedó en los papeles. Prima facie, el trasvasamiento de votantes desde Sergio Massa, De la Sota o Adolfo Rodríguez Saá hacia Scioli se dio en una baja proporción. Por el contrario, el impactante resultado de Macri en Córdoba, donde duplicó al postulante del Frente para la Victoria, demostró que una porción significativa del voto a De la Sota priorizó su antikirchnerismo antes que su condición peronista. 
La tormenta perfecta para Scioli se completó con el hecho de que Massa creció en Jujuy, Salta, Tucumán y otras provincias del Norte, así como se mantuvo o incrementó sus sufragios en partidos del Gran Buenos Aires. De esta forma, el exintendente de Tigre recuperó el terreno perdido, básicamente, en Córdoba.

Con la mirada puesta en los resultados de las PASO, el Frente para la Victoria (FpV) también contaba con otra posible cantera de votos para evitar el ballottage. Votantes de izquierda y centroizquierda, kirchneristas o antikirchneristas, que sienten desconfianza hacia Scioli, podrían haberse tentado con bloquear en primera vuelta las chances de que Macri accediera a la Casa Rosada. De acuerdo a los resultados de anoche, la opción por “el menos malo” tampoco prevaleció, y hay razones para presumir porqué.

Scioli dio a conocer gran parte de su equipo de ministros, con el futuro canciller entre las excepciones. Al respecto, el candidato presidencial oficialista dejó correr unos días el nombre del gobernador de Salta Juan Manuel Urtubey, un peronista de centroderecha, y dio la pauta del perfil de su política exterior con la elección del economista Mario Blejer, de larga carrera en el FMI, para la embajada en Londres.  

Se trata de un eventual gabinete con un marcado perfil sciolista y casi nula presencia de lo que podría entenderse como el kirchnerismo duro (La Cámpora, santacruceños, allegados a la familia Kirchner) y los sectores de izquierda que apoyaron a los presidentes patagónicos.

Más allá de tendencias, el anticipo del gabinete mostró, por sobre todo, poco relieve político, intelectual y ejecutivo. No sobran nombres sobresalientes en cuanto a experiencia de gestión ni capacidad retórica; dos valores en los que, por otra parte, tampoco brilla el propio Scioli.

Desde un punto de vista estratégico, la definición temprana de un eventual gabinete con poca injerencia del kirchnerismo tiene sentido. El candidato del FpV se cansó de repetir en los últimos años que lo habían subestimado todos aquellos que presumían que su eventual gobierno sería intervenido por La Cámpora, o que jamás sería aprobado como candidato por la Presidenta. “Será un títere de Cristina”, proclamaron opositores de la política y la prensa. Si era necesario desbaratar esa sombra, lo lógico era hacerlo de entrada, con la fuerza de los votos antes que esperar meses o años, cuando el desgaste suele mostrar los cambios de alianzas de gobierno como movidas desesperadas de un presidente débil.

Dado ese paso, cabe preguntarse si alguno de los nombres en juego aportó algún voto a su candidatura, o todo lo contrario.

La caracterización del gabinete (que, obviamente, pende de un hilo) puede ser dividida en tercios.

Algunos de ellos forman parte del equipo de gobierno de la provincia de Buenos Aires (el jefe de Gabinete Alberto Pérez, la titular de Economía, Silvina Batakis; su par de Salud, Alejandro Collia y responsables de Agricultura, el Banco Provincia, etc.). En general, se trata de personas con algún reconocimiento técnico pero poco conocidas y, salvo Pérez, escaso margen político.

El bloque más definido desde el punto de vista ideológico es de los responsables de las áreas de Seguridad, Defensa y Justicia. Los nombres anticipados por Scioli (Sergio Berni –actual titular de la Secretaría de Seguridad nacional-, Alejandro Granados – ministro de Seguridad bonaerense- y Ricardo Casal – Justicia-) forman un terceto promotor de la mano dura, con nula vocación por el fomento de los derechos humanos. Por el contrario, sus áreas bajo control (las policías federal y provincial, y el servicio penitenciario bonaerense) son objeto de informes nacionales e internacionales que denuncian prácticas sistemáticas contrarias a la legalidad. Si los derechos humanos fueron la esencia que permitió dar vuelo moral al relato kirchnerista (pese los notables lastres de la política policial), resulta difícil prever una continuidad en ese aspecto sensible.

El último tercio del gabinete lo constituyen gobernadores y líderes peronistas de las provincias, con nula incidencia o prestigio más allá de las fronteras de su distrito (el entrerriano Sergio Urribarri y el misionero Maurice Closs).

Cinco puntos porcentuales habrían sido cruciales para el postulante peronista, al menos para llegar al ballottage un poco más edificado. 



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