Escribe
Sebastián Lacunza
Enviado especial a España
Madrid - El Partido Popular es un partido popular. El escrutinio de ayer en el conurbano de Madrid y en las comunidades con menor poder adquisitivo, como Andalucía y Extremadura, ratifica que la formación conservadora ha hecho pie en barrios y ciudades icónicos del voto trabajador.
Pero también, claro está, Mariano Rajoy encontró a sus votantes en el barrio de Salamanca de la capital, allí donde se agrupan los portales elegantes, con escudos históricos y puertas labradas, junto a los comercios exclusivos. En esta esquina de Serrano y Ortega y Gasset, la crisis queda tapada por las ornamentaciones de Navidad. Gucci, Dior, Cartier, y siguen las marcas. En la zapatería Carmina se exhiben tacos con precios que merodean los 400 euros. Bottega Veneta ofrece chaquetas a 1.500 euros, faldas a 380 y billeteras a 580. El Corte Inglés, cómo no, también dice presente con una sección «gourmet».
Por esta avenida con aroma a su par porteña Alvear caminaba el sábado por la noche Nuria Barthe, junto a su pareja y un perrito delicatessen adornado con una bandera de España al cuello. Esta joven subdirectora de escuela vota «a Mariano, porque con él recuperaremos la confianza de los inversores. Se necesitan recortes. Seguramente va a haber mucha convulsión social, porque en este país es mucho más fácil el todo gratis que quieren los indignados; son muy politizados».
No cuesta encontrar por aquí frases agrias hacia los socialistas. Las hay para todos los gustos, incluso entre exvotantes de José Luis Rodríguez Zapatero y Felipe González. En la tradicional confitería Embassy, fundada en 1931, sobre La Castellana, Beatriz Andrino, directora marítima, toma el té y cuestiona al actual gobernante por «haber negado la evidencia». «Tenemos miedo de que esto sea una Argentina. Hay mucho miedo a un corralito argentino y que se lleven los ahorros de los bancos, aunque falta. El movimiento de indignados me parece fantástico, pero se ha frenado, porque no hemos llegado a tanto». Andrino, de unos 50 años, iba a votar a la centrista Rosa Díez, harta del bipartidismo. Dos colegas de mesa se orientarían por Rajoy, «aunque no nos gusta para nada». La mayor del grupo, Dolores Miranda, resiste. «Me corto la mano antes de votarlo».
En una calcomanía pegada en las inmediaciones del Hotel Velázquez se ve una rareza. «20-N. Mi voto Franco». Sería absurdo estigmatizar a este barrio como adulador del exdictador, aunque es un dato que ese adhesivo no se deja ver en ningún otro barrio de los que visitó este cronista en los últimos días.
Aun en su piso electoral, el PSOE obtuvo ayer millones y millones de votos en toda España. No son días en los que los «sociatas» saquen a relucir su opción con orgullo, pero es cuestión de ir a buscarlos. Tienen que estar, las urnas lo dicen. A unos 50 minutos en subte de Salamanca se encuentra el barrio de Palomeras, distrito de Vallecas. Edificios parejos, ladrillos a la vista, ventanas con rejas, viviendas sociales. Digamos que monoblocks bien cuidados.
Vallecas, tierra del Atlético de Madrid. Barrio inexpugnable, resistente a mareas conservadoras. Un testimonio, dos, cuatro, diez. No aparece en la tarde gris de ayer el voto a Alfredo Pérez Rubalcaba. Domingo Aceña, 77 años, pensionista municipal, jubilación congelada: «Los de Rajoy son los mismos de Franco, y Zapatero no ayudó al obrero». Votaría a Cayo Lara, de Izquierda Unida.Alicia Mateo, publicista, y Paloma Benito, bibliotecaria, de unos cuarenta, caminan por la calle de Alora. Ante la consulta sobre las razones de su elección, enumeran los recortes de Zapatero: el cheque-bebé (2.500 euros), los 400 euros a los desempleados sin subsidio, ayudas a las familias con personas inválidas. «Ha hecho una política de derechas, sobre todo estos dos últimos años». Sufragaron por Equo, escisión de Izquierda Unida. La pareja de verduleros Esperanza y Diego trabaja 16 horas por día. «No puedo vivir, nunca vi una cosa así». Optaron por Rajoy, convencidísimos.
Pasan los indecisos, las razones que se repiten, y no aparece el voto a Rubalcaba. Estar en pleno Vallecas y no encontrar a un «sociata» es el colmo.Y finalmente, rumbo al colegio Carlos Sainz de los Terreros caminan los jubilados Antonio Albarrán, editor de libros, y Mercedes Iglesias, profesora. No era ésta su mejor tarde electoral, pero no pierden capacidad argumentativa: «Todas las promesas de Rajoy han sido falsas. Él sabe que el problema no está aquí sino en Europa. La gente que lo vota va a esperar mucho de él y sabe mejor que nadie que no tiene ninguna solución mejor que la que ha hecho el PSOE».
¿Críticas a Zapatero? «Hombre, claro. El 9 de mayo de 2010, cuando la Unión Europea y el FMI le exigieron recortes, debería haber dicho que los mercados son los usureros de hoy. Nos exigen que hagamos esto y está en contra de nuestros principios y nuestro programa. Mi opinión es que debería haber dimitido y convocado a elecciones hace un año y medio. Habríamos mantenido la dignidad y la diferencia, con menos votantes tan cabreados». «Bueno, que vaya todo bien», le dice el cronista. Albarrán ensaya media sonrisa, mira al cielo, toma de la mano a su mujer y parte a la escuela.
Sebastián Lacunza
Enviado especial a España
Madrid - El Partido Popular es un partido popular. El escrutinio de ayer en el conurbano de Madrid y en las comunidades con menor poder adquisitivo, como Andalucía y Extremadura, ratifica que la formación conservadora ha hecho pie en barrios y ciudades icónicos del voto trabajador.
Pero también, claro está, Mariano Rajoy encontró a sus votantes en el barrio de Salamanca de la capital, allí donde se agrupan los portales elegantes, con escudos históricos y puertas labradas, junto a los comercios exclusivos. En esta esquina de Serrano y Ortega y Gasset, la crisis queda tapada por las ornamentaciones de Navidad. Gucci, Dior, Cartier, y siguen las marcas. En la zapatería Carmina se exhiben tacos con precios que merodean los 400 euros. Bottega Veneta ofrece chaquetas a 1.500 euros, faldas a 380 y billeteras a 580. El Corte Inglés, cómo no, también dice presente con una sección «gourmet».
Por esta avenida con aroma a su par porteña Alvear caminaba el sábado por la noche Nuria Barthe, junto a su pareja y un perrito delicatessen adornado con una bandera de España al cuello. Esta joven subdirectora de escuela vota «a Mariano, porque con él recuperaremos la confianza de los inversores. Se necesitan recortes. Seguramente va a haber mucha convulsión social, porque en este país es mucho más fácil el todo gratis que quieren los indignados; son muy politizados».
No cuesta encontrar por aquí frases agrias hacia los socialistas. Las hay para todos los gustos, incluso entre exvotantes de José Luis Rodríguez Zapatero y Felipe González. En la tradicional confitería Embassy, fundada en 1931, sobre La Castellana, Beatriz Andrino, directora marítima, toma el té y cuestiona al actual gobernante por «haber negado la evidencia». «Tenemos miedo de que esto sea una Argentina. Hay mucho miedo a un corralito argentino y que se lleven los ahorros de los bancos, aunque falta. El movimiento de indignados me parece fantástico, pero se ha frenado, porque no hemos llegado a tanto». Andrino, de unos 50 años, iba a votar a la centrista Rosa Díez, harta del bipartidismo. Dos colegas de mesa se orientarían por Rajoy, «aunque no nos gusta para nada». La mayor del grupo, Dolores Miranda, resiste. «Me corto la mano antes de votarlo».
En una calcomanía pegada en las inmediaciones del Hotel Velázquez se ve una rareza. «20-N. Mi voto Franco». Sería absurdo estigmatizar a este barrio como adulador del exdictador, aunque es un dato que ese adhesivo no se deja ver en ningún otro barrio de los que visitó este cronista en los últimos días.
Aun en su piso electoral, el PSOE obtuvo ayer millones y millones de votos en toda España. No son días en los que los «sociatas» saquen a relucir su opción con orgullo, pero es cuestión de ir a buscarlos. Tienen que estar, las urnas lo dicen. A unos 50 minutos en subte de Salamanca se encuentra el barrio de Palomeras, distrito de Vallecas. Edificios parejos, ladrillos a la vista, ventanas con rejas, viviendas sociales. Digamos que monoblocks bien cuidados.
Vallecas, tierra del Atlético de Madrid. Barrio inexpugnable, resistente a mareas conservadoras. Un testimonio, dos, cuatro, diez. No aparece en la tarde gris de ayer el voto a Alfredo Pérez Rubalcaba. Domingo Aceña, 77 años, pensionista municipal, jubilación congelada: «Los de Rajoy son los mismos de Franco, y Zapatero no ayudó al obrero». Votaría a Cayo Lara, de Izquierda Unida.Alicia Mateo, publicista, y Paloma Benito, bibliotecaria, de unos cuarenta, caminan por la calle de Alora. Ante la consulta sobre las razones de su elección, enumeran los recortes de Zapatero: el cheque-bebé (2.500 euros), los 400 euros a los desempleados sin subsidio, ayudas a las familias con personas inválidas. «Ha hecho una política de derechas, sobre todo estos dos últimos años». Sufragaron por Equo, escisión de Izquierda Unida. La pareja de verduleros Esperanza y Diego trabaja 16 horas por día. «No puedo vivir, nunca vi una cosa así». Optaron por Rajoy, convencidísimos.
Pasan los indecisos, las razones que se repiten, y no aparece el voto a Rubalcaba. Estar en pleno Vallecas y no encontrar a un «sociata» es el colmo.Y finalmente, rumbo al colegio Carlos Sainz de los Terreros caminan los jubilados Antonio Albarrán, editor de libros, y Mercedes Iglesias, profesora. No era ésta su mejor tarde electoral, pero no pierden capacidad argumentativa: «Todas las promesas de Rajoy han sido falsas. Él sabe que el problema no está aquí sino en Europa. La gente que lo vota va a esperar mucho de él y sabe mejor que nadie que no tiene ninguna solución mejor que la que ha hecho el PSOE».
¿Críticas a Zapatero? «Hombre, claro. El 9 de mayo de 2010, cuando la Unión Europea y el FMI le exigieron recortes, debería haber dicho que los mercados son los usureros de hoy. Nos exigen que hagamos esto y está en contra de nuestros principios y nuestro programa. Mi opinión es que debería haber dimitido y convocado a elecciones hace un año y medio. Habríamos mantenido la dignidad y la diferencia, con menos votantes tan cabreados». «Bueno, que vaya todo bien», le dice el cronista. Albarrán ensaya media sonrisa, mira al cielo, toma de la mano a su mujer y parte a la escuela.
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