José Luis Rodríguez Zapatero salió ayer a dar la cara tras la estrepitosa derrota de su Partido Socialista. Culpó a la crisis, pero nada dijo de que su incubación, en el plano local, se produjo durante sus ocho años de gestión. |
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Madrid - Llega a la sede central del PSOE, en la calle Ferraz 70, barrio de Argüelles, un prolijo ramo de rosas. No tiene remitente ni tarjeta alguna, lo que desconcierta a los guardias de seguridad. Tampoco el mensajero sabe la procedencia exacta. Acaso sea un símbolo de aliento de un romántico de corazón rojo, o una broma de un opositor cruel.
Aquí, José Luis Rodríguez Zapatero convocó a una conferencia de prensa tras una reunión como secretario general del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Tal como lo pidió en la noche electoral el candidato derrotado, Alfredo Pérez Rubalcaba, el todavía jefe de Gobierno anunció la convocatoria a un congreso partidario, en el que habrá mucho para debatir y reorganizar.
Zapatero y Rubalcaba, aliados políticos, de declamada «estupenda relación, excelente» -aunque en los últimos tiempos no lo parezca tanto-, coincidieron en estas horas en un punto. Ninguno de los dos admitió responsabilidad personal por el descalabro que dejó al socialismo en el 28,7 por ciento de los votos y con apenas un par de bastiones sobrevivientes del naufragio. De acuerdo con lo que declaró un cada vez más apagado presidente del Gobierno, el resultado se dio porque «teníamos todo el viento en contra».
«Creo que los españoles saben que teníamos todo el viento en contra en estas elecciones y por ello quiero agradecer, en nombre del Partido Socialista, a esos 7 millones que han dado el respaldo».
«Hay momentos en la vida política y en la vida de un país, en democracia, donde un partido y donde un Gobierno procura poner los intereses generales por encima de lo que puedan ser los intereses de partido». Textual de Zapatero.
La mayoría de los votantes no comparte esa explicación autoindulgente del mandatario. A su derecha creen que negó la crisis, malgastó y actuó con timidez y mal. A su izquierda, sostienen que el Gobierno socialista llevó a cabo una política de recortes reclamada por el FMI y muy parecida a la que implementará el ganador de los comicios, Mariano Rajoy.
Un medio español insiste en la conferencia con una evaluación personal, para ver si cuela alguna autocrítica. No ha lugar: «Siempre, cuando le piden a uno una valoración, puede sonar de forma exculpatoria explicar que afrontamos la peor crisis económica, con las consecuencias sociales más duras que hemos tenido en democracia, que no se había producido desde que tenemos conciencia las generaciones vivas». No es no.
Impacto simbólico
En lo inmediato, antes de definir un líder, el PSOE debe resolver un aspecto de alto impacto simbólico: quién será el encargado de rebatir a Rajoy en el debate de la investidura, que supone una polémica institucionalizada. ¿Zapatero? ¿Rubalcaba? ¿Qué voz tendría autoridad?
El gobernante saliente no tiene margen alguno para seguir conduciendo al partido. El candidato perdedor cree tenerlo, al menos para llevarlo a un puerto más edificante que este lodazal.
El desafío más visible que se le presenta es el de la joven catalana Carme Chacón, ministra de Defensa. Su problema es que el PSOE también perdió el domingo en Cataluña, su distrito, a manos del partido regionalista de centroderecha Convergencia i Unió. Chacón había amagado con presentar su candidatura a la Jefatura de Gobierno y competir con Rubalcaba en internas, pero la nomenklatura del partido la hizo retroceder.
No obstante, lo cierto es que nadie quedó bien parado en este partido, y Chacón tiene los activos de su edad (40 años), su firmeza ideológica y su retórica televisiva.
No padecer el lastre de ser zapaterista o del persistente entramado felipista también representa un valor en este momento. Allí podría emerger el exaspirante a alcalde de Madrid Tomás Gómez. En las municipales de mayo pasado, el joven Gómez recibió una lluvia de votos en contra, pero ahora puede sacar a relucir que luchó contra toda la estructura nacional que llevó al PSOE al actual escenario.
A las 6 de la tarde no queda casi nadie en Ferraz 70. A lo largo del día, los empleados del partido, en sus comentarios en el bar del edificio, no daban crédito a la pesadilla vivida el día anterior. Sacan números, repasan resultados locales catastróficos, piensan en el País Vasco, en Cataluña, en Valencia... Alguno se atreve a jugar con que deberán buscar trabajo. Todos presumen que se vienen malarias de todo tipo.
Aquí, José Luis Rodríguez Zapatero convocó a una conferencia de prensa tras una reunión como secretario general del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Tal como lo pidió en la noche electoral el candidato derrotado, Alfredo Pérez Rubalcaba, el todavía jefe de Gobierno anunció la convocatoria a un congreso partidario, en el que habrá mucho para debatir y reorganizar.
Zapatero y Rubalcaba, aliados políticos, de declamada «estupenda relación, excelente» -aunque en los últimos tiempos no lo parezca tanto-, coincidieron en estas horas en un punto. Ninguno de los dos admitió responsabilidad personal por el descalabro que dejó al socialismo en el 28,7 por ciento de los votos y con apenas un par de bastiones sobrevivientes del naufragio. De acuerdo con lo que declaró un cada vez más apagado presidente del Gobierno, el resultado se dio porque «teníamos todo el viento en contra».
«Creo que los españoles saben que teníamos todo el viento en contra en estas elecciones y por ello quiero agradecer, en nombre del Partido Socialista, a esos 7 millones que han dado el respaldo».
«Hay momentos en la vida política y en la vida de un país, en democracia, donde un partido y donde un Gobierno procura poner los intereses generales por encima de lo que puedan ser los intereses de partido». Textual de Zapatero.
La mayoría de los votantes no comparte esa explicación autoindulgente del mandatario. A su derecha creen que negó la crisis, malgastó y actuó con timidez y mal. A su izquierda, sostienen que el Gobierno socialista llevó a cabo una política de recortes reclamada por el FMI y muy parecida a la que implementará el ganador de los comicios, Mariano Rajoy.
Un medio español insiste en la conferencia con una evaluación personal, para ver si cuela alguna autocrítica. No ha lugar: «Siempre, cuando le piden a uno una valoración, puede sonar de forma exculpatoria explicar que afrontamos la peor crisis económica, con las consecuencias sociales más duras que hemos tenido en democracia, que no se había producido desde que tenemos conciencia las generaciones vivas». No es no.
Impacto simbólico
En lo inmediato, antes de definir un líder, el PSOE debe resolver un aspecto de alto impacto simbólico: quién será el encargado de rebatir a Rajoy en el debate de la investidura, que supone una polémica institucionalizada. ¿Zapatero? ¿Rubalcaba? ¿Qué voz tendría autoridad?
El gobernante saliente no tiene margen alguno para seguir conduciendo al partido. El candidato perdedor cree tenerlo, al menos para llevarlo a un puerto más edificante que este lodazal.
El desafío más visible que se le presenta es el de la joven catalana Carme Chacón, ministra de Defensa. Su problema es que el PSOE también perdió el domingo en Cataluña, su distrito, a manos del partido regionalista de centroderecha Convergencia i Unió. Chacón había amagado con presentar su candidatura a la Jefatura de Gobierno y competir con Rubalcaba en internas, pero la nomenklatura del partido la hizo retroceder.
No obstante, lo cierto es que nadie quedó bien parado en este partido, y Chacón tiene los activos de su edad (40 años), su firmeza ideológica y su retórica televisiva.
No padecer el lastre de ser zapaterista o del persistente entramado felipista también representa un valor en este momento. Allí podría emerger el exaspirante a alcalde de Madrid Tomás Gómez. En las municipales de mayo pasado, el joven Gómez recibió una lluvia de votos en contra, pero ahora puede sacar a relucir que luchó contra toda la estructura nacional que llevó al PSOE al actual escenario.
A las 6 de la tarde no queda casi nadie en Ferraz 70. A lo largo del día, los empleados del partido, en sus comentarios en el bar del edificio, no daban crédito a la pesadilla vivida el día anterior. Sacan números, repasan resultados locales catastróficos, piensan en el País Vasco, en Cataluña, en Valencia... Alguno se atreve a jugar con que deberán buscar trabajo. Todos presumen que se vienen malarias de todo tipo.
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