Sebastián Lacunza
Miami - Aquella pasión de una larga campaña que duró un año y lo llevó a la Casa Blanca deja paso ahora al desánimo inocultable de su base electoral. El clima político, que se percibe con claridad en las calles de Miami, pone a Barack Obama a las puertas de una derrota en los comicios de mitad de mandato que renovarán el martes por completo la Cámara de Representantes y un tercio del Senado, además de 37 gobernaciones y diferentes cargos estaduales.
Las victorias de la oposición de turno en este tipo de comicios son un clásico de la política norteamericana, pero en esta ocasión asoman elementos inquietantes para el mandatario demócrata. Hay proclamas de odio en su contra que atraen votos, mientras algunos candidatos oficialistas que se ven acechados en las encuestas rechazan el apoyo presidencial y se proclaman abiertamente en contra de figuras emblemáticas del oficialismo.
En un escenario sombrío, un hombre afectado en su popularidad personal como Obama deberá lidiar dos años más con un Congreso adverso y hasta hostil, con una agenda abierta sobre temas sensibles, como salud, inmigración, guerras, déficit, crisis social y estancamiento, si se cumplen las previsiones.
El voto popular de los demócratas está vivo, pero golpeado. Personal de servicios, hispanos, negros, operarios o vendedores no disimulan su escaso entusiasmo con el Gobierno en el Down Town de la ciudad emblema de Florida, artificial, esplendorosa y latinoamericana como siempre. En ese segmento, la crisis de las hipotecas y el desempleo, herencias de la era Bush, hicieron estragos y generaron bronca. Entre los consultados por este diario, no siempre el votante exhibe capacidad de atribuir responsabilidades con rigor histórico, pero tampoco sería del todo atinado exigir un análisis fino a quienes se les prometió algo tan vago como «yes, we can» («sí, podemos»).
Obama sigue siendo el político de palabras claras y tono franco, pero lejos parecen haber quedado aquellas manifestaciones impactantes que dejaban sin palabras a los analistas que habían labrado el acta de defunción de las manifestaciones callejeras y entronizado la videopolítica.
Dos años más tarde, es el movimiento ultraconservador Tea Party el que obligó a modificar las estrategias de campaña. Por un lado, desplazó a la nomenclatura conservadora y representa las candidaturas senatoriales del Partido Republicano en Kentucky, Florida, Delaware, Nevada y Alaska. Por el otro, los demócratas se encontraron con que lo pintoresco y la irrupción de consignas pegadizas quedaron del lado de ese emergente, que en muchas de sus propuestas contradice la propia Constitución, y en otras, cae en el ridículo, como combatir campañas públicas a favor del uso de la bicicleta en defensa de la libertad individual.
Todo proyecto político necesita un enemigo. El del Tea Party, que en Florida presenta para el Senado nacional al hijo de cubanos Marco Rubio, es el gasto público. Más ampliamente, los impuestos, Washington DC, las políticas públicas, los inmigrantes (según cuál sea el distrito) y los «liberals» con sus ideas sobre los derechos civiles. Una mujer congrega en su persona todos esos males: Nancy Pelosi, la titular de la Cámara de Representantes que accedió al cargo con la victoria legislativa de los demócratas en 2006.
Pelosi no es cualquier figura. Además del cargo que ocupa, es el emblema del ala izquierda de los demócratas, y un apoyo fundamental del armado obamista. «Es la cara del Congreso, una figura que polariza, como debe ser toda figura con poder. Pero lo cierto es que muchos demócratas están haciendo campaña en su contra», indicó el docente de Ciencias Políticas de la Barry University Sean Foreman a un grupo de periodistas invitados por el Gobierno norteamericano a cubrir las elecciones, entre ellos, este cronista.
¿Es una cuestión sólo ideológica? «Hay otras cuestiones de marketing que pesan en una campaña. Le critican que tenga botox, una cara demasiado bien mantenida», añadió.
Tanta fobia al progresismo no exime a los demócratas de más pesares. Es precisamente en el segmento «liberal» donde los disconformes se vuelven a disparar. A la izquierda le sabe a poco la reforma de salud sin opción pública, critica los fondos para los bancos, no soporta la guerra de Afganistán ni los desmanes en Irak, reclama más controles y exige ampliar derechos de las minorías. El «todo en su medida y armoniosamente» de Obama no los convence.
Nancy Pelosi, ícono del progresismo «chic» en EE.UU. |
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Las victorias de la oposición de turno en este tipo de comicios son un clásico de la política norteamericana, pero en esta ocasión asoman elementos inquietantes para el mandatario demócrata. Hay proclamas de odio en su contra que atraen votos, mientras algunos candidatos oficialistas que se ven acechados en las encuestas rechazan el apoyo presidencial y se proclaman abiertamente en contra de figuras emblemáticas del oficialismo.
En un escenario sombrío, un hombre afectado en su popularidad personal como Obama deberá lidiar dos años más con un Congreso adverso y hasta hostil, con una agenda abierta sobre temas sensibles, como salud, inmigración, guerras, déficit, crisis social y estancamiento, si se cumplen las previsiones.
El voto popular de los demócratas está vivo, pero golpeado. Personal de servicios, hispanos, negros, operarios o vendedores no disimulan su escaso entusiasmo con el Gobierno en el Down Town de la ciudad emblema de Florida, artificial, esplendorosa y latinoamericana como siempre. En ese segmento, la crisis de las hipotecas y el desempleo, herencias de la era Bush, hicieron estragos y generaron bronca. Entre los consultados por este diario, no siempre el votante exhibe capacidad de atribuir responsabilidades con rigor histórico, pero tampoco sería del todo atinado exigir un análisis fino a quienes se les prometió algo tan vago como «yes, we can» («sí, podemos»).
Obama sigue siendo el político de palabras claras y tono franco, pero lejos parecen haber quedado aquellas manifestaciones impactantes que dejaban sin palabras a los analistas que habían labrado el acta de defunción de las manifestaciones callejeras y entronizado la videopolítica.
Dos años más tarde, es el movimiento ultraconservador Tea Party el que obligó a modificar las estrategias de campaña. Por un lado, desplazó a la nomenclatura conservadora y representa las candidaturas senatoriales del Partido Republicano en Kentucky, Florida, Delaware, Nevada y Alaska. Por el otro, los demócratas se encontraron con que lo pintoresco y la irrupción de consignas pegadizas quedaron del lado de ese emergente, que en muchas de sus propuestas contradice la propia Constitución, y en otras, cae en el ridículo, como combatir campañas públicas a favor del uso de la bicicleta en defensa de la libertad individual.
Todo proyecto político necesita un enemigo. El del Tea Party, que en Florida presenta para el Senado nacional al hijo de cubanos Marco Rubio, es el gasto público. Más ampliamente, los impuestos, Washington DC, las políticas públicas, los inmigrantes (según cuál sea el distrito) y los «liberals» con sus ideas sobre los derechos civiles. Una mujer congrega en su persona todos esos males: Nancy Pelosi, la titular de la Cámara de Representantes que accedió al cargo con la victoria legislativa de los demócratas en 2006.
Pelosi no es cualquier figura. Además del cargo que ocupa, es el emblema del ala izquierda de los demócratas, y un apoyo fundamental del armado obamista. «Es la cara del Congreso, una figura que polariza, como debe ser toda figura con poder. Pero lo cierto es que muchos demócratas están haciendo campaña en su contra», indicó el docente de Ciencias Políticas de la Barry University Sean Foreman a un grupo de periodistas invitados por el Gobierno norteamericano a cubrir las elecciones, entre ellos, este cronista.
¿Es una cuestión sólo ideológica? «Hay otras cuestiones de marketing que pesan en una campaña. Le critican que tenga botox, una cara demasiado bien mantenida», añadió.
Tanta fobia al progresismo no exime a los demócratas de más pesares. Es precisamente en el segmento «liberal» donde los disconformes se vuelven a disparar. A la izquierda le sabe a poco la reforma de salud sin opción pública, critica los fondos para los bancos, no soporta la guerra de Afganistán ni los desmanes en Irak, reclama más controles y exige ampliar derechos de las minorías. El «todo en su medida y armoniosamente» de Obama no los convence.
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