En el debate en la Cámara de Diputados, Mariano Rajoy volvió a exigir ayer a Zapatero que anticipe el llamado a elecciones. |
Sebastián Lacunza
El manual de la política española dice que, cuando el oficialismo está contra las cuerdas, el jefe de la oposición debe empujar al Gobierno a adelantar elecciones.
A eso juega en estos días Mariano Rajoy, impulsado más por su partido -Popular- que por decisión propia, aunque una lectura de los ajustes por venir señalaría como más sensato para sus intereses tratar de estirar lo máximo posible el llamado electoral.
El «váyase señor González» con el que martilló José María Aznar los últimos años de Felipe González se transformó en un hit de la política española. El socialista resistiría más de lo esperado y, tras ganar el conservador por un margen mínimo, en 1996, éste gozó de un ciclo económico positivo que en parte heredó, y que le valió una década de alta popularidad.
La crisis actual de España, por realidad y perspectivas, supera a aquella de comienzos de los 90 que melló la popularidad de González. A diferencia del caudillo andaluz, Zapatero no ofrece un flanco significativo por el lado de la corrupción, pero navega más a los tumbos, sin iniciativa política ni aliados mediáticos, con escaso liderazgo en su propio partido y un desamor irrecuperable de su propia base de votantes.
Todo indica que el eventual adelantamiento se presentaría casi como un trámite para Rajoy. El PSOE de Zapatero y su candidato a sucederlo, Alfredo Pérez Rubalcaba, acaba de obtener los peores resultados en elecciones municipales y regionales desde el retorno de la democracia. Los socialistas perdieron casi todo su poder territorial relevante, y quedaron relegados a capitales menores o a pueblos de voto «rojo» inexpugnable.
Del lado oficialista, estirar la agonía hasta marzo se presenta una estrategia razonable de modo de tornar un poco menos catastrófica la derrota que advierten las encuestas. Cosecharía así la ayudita de que la economía crecería -según dicen- un 1,5% interanual hacia diciembre, siempre y cuando Grecia no barra con todo y que no cunda una indignación más generalizada que la de los jóvenes que acamparon en la Puerta del Sol. Quién sabe.
Acaso ese escenario sea el principal motivo por el cual Rajoy aceptó sumarse al clamor de anticipar elecciones que enarboló primero el ala derecha del Partido Popular (PP), que no lo quiere nada. El candidato conservador es consciente de que no tiene los números en el Congreso para forzar el adelantamiento y que el PSOE resistirá mientras pueda.
Ni unos ni otros discuten el ajuste que reclaman la Unión Europea y el FMI. «No me gustaría pensar que en lo único en que nos parecemos a Grecia es en la oposición», arriesgó ayer Zapatero en el debate. Aludía a la resistencia de los conservadores de Atenas a aprobar los recortes exigidos.
Es cierto que el PP no apoyó en el Congreso, por ejemplo, la reforma laboral (un plano en el que el FMI acaba de pedirle a Zapatero más «valentía»). Pero ello se entiende más por el juego confrontativo de toda oposición que por lo que serían sus acciones de gobierno. De hecho, los economistas del PP no ocultan críticas al Gobierno del PSOE por quedarse corto en los recortes, mientras Rajoy evita toda precisión.
A saber. con más del 21% de desempleo (45% entre los menores de 25 años, la mayor tasa de Europa), se vendría un abaratamiento mayor del despido. También se debería negociar con los ariscos señoríos autonómicos (¡vascos y catalanes!) que recorten gastos y cedan potestades (ver aparte), y quizá recortar más salarios, jubilaciones y planes sociales. ¿No le convendrá a Rajoy esperar a marzo y dejar que Zapatero se termine de inmolar?
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