Nueva York (enviado especial) - «Están llegando los blanquitos a Harlem y eso sube los precios del alquiler», describió esta semana ante este diario Angélica, una puertorricense negra que vive en el barrio neoyorquino por excelencia de la comunidad afroamericana.
En realidad, «los blanquitos» ya habían llegado a fines del siglo XIX, cuando comenzaron a construir residencias con las tradicionales fachadas «brownstone», pero pocas décadas después, por cuestiones de ciclos económicos, enfermedades y segregacionismo, este barrio del norte de Manhattan se transformó en una zona casi exclusiva para los negros, que pasaron a vivir en aquellas viviendas subdivididas.
Aún hoy, pese al giro marcado por Angélica, según el horario y las calles a recorrer, la presencia de negros en Harlem es, al menos, de 10 a 1; casualmente, una relación similar a los votos que ayer cosecharon aquí Barack Obama y Mitt Romney, si el republicano alcanzó en estas calles una buena elección.
Los carteles a favor de Obama-Biden se dejaban ver ayer en las ventanas de viviendas particulares y muchos negocios de este barrio que crece no bien termina el Central Park, como en la peluquería Harlem Berry Beauty Lounge, sobre la calle 125, en pleno centro. Sin confiarse en un resultado prometedor, algunos entusiastas repartían volantes a favor de los candidatos demócratas al Congreso, a metros de un instituto terciario de Enfermería que funcionó como centro de votación.
Daisy Denis vive en el Bronx, pero conoce al detalle la realidad de Harlem, ya que trabaja aquí como asistente social con familias en situación de riesgo. Describe una realidad preocupante en términos de desempleo, acceso a la educación y... «¡mi Dios, la vivienda!». Ésas eran sus expectativas por las cuales había votado por otros cuatro años por Obama. «Cuando tenés que limpiar el desastre que otro dejó (por George W. Bush), ello lleva más de cuatro años. Básicamente, lo voté porque está a favor de las cosas que yo creo que son importantes para un Gobierno», enfatizó ayer ante Ámbito Financiero.
¿Cuánto pesa que Obama sea negro en un barrio como Harlem, un bastión demócrata? «Muchísimo, tremendamente», acota a pocas cuadras de las oficinas que Bill Clinton decidió abrir cuando dejó la presidencia, en 2001.
En Harlem viven la hija, la nuera y la nieta de Deborah Ridley, editora de libros, de unos 60 años, blanca, que camina por la calle 5 en la intersección con la 127, en una tarde soleada y fresca. Se declara «decepcionada con Obama», pero lo votó otra vez porque no quiere «volver a tiempos medievales en los que las mujeres no podían elegir».
Enseguida matiza su decepción: «Probablemente Obama no sabía que el Congreso se iba a transformar en un candado. Le dejaron una nación devastada, la clase baja está muy mal, y de cara a los próximos cuatro años, no va a ser tan inocente». Sus prioridades: «Economía, educación y el sistema de salud; mi nieta tiene que hacer un tremendo sacrificio para recibir la atención médica que necesita. Tenemos un sistema clasista, y creo que en serio a Romney no le importa el 47% de la gente, como lo dijo en la campaña sin saber que lo grababan».
En Harlem hay un hospital público con una fachada moderna sobre la avenida Lenox, pero lugareños consultados se esfuerzan en explicar que el servicio no es bueno, y que deben caer en los seguros privados de salud, que se tornan a veces en una trampa mortal para quienes optan por los planes más baratos.
La ventaja del demócrata en Harlem fue coherente con las encuestas preelectorales que indicaban una tendencia de voto a Obama del 90% al 95% entre los afroamericanos, contra cerca de 40% entre los blancos. Porcentaje más abrumador que la victoria que cosechó en toda la isla de Manhattan el actual mandatario contra el conservador John McCain en 2008 (85,1% al 13,8%).
Si en algún lado están los votos republicanos de Manhattan es en el Upper East Side, no lejos de Harlem, en medio del camino a los barrios más conocidos de la ciudad.
Sin embargo, pese a la cercanía, parece otro mundo. Por los precios de los alimentos, por la elegancia de sus edificios, por los negocios Prada y Dolce y Gabbana, por las damas que pasean sus perros delicatesen rumbo al Central Park, por la presencia de museos como el Metropolitan, Freak Collection y Guggenheim, por la distinción de la Quinta Avenida sobre la que un penthouse cuesta hasta decenas de millones de dólares.
Gilbert, un hombre mayor que vive en este costado este del Central Park y es asesor de inversiones, porta traje. «Este barrio tiene una mayoría demócrata, pero hay muchos republicanos también». Aunque no es oficialista, votó por el Partido Demócrata, porque cree que «la gente rica tiene que pagar más tasas, y un sistema de salud como el que propone es bueno para Estados Unidos». «Tuvo dificultades para cumplir sus promesas por la obstrucción del Partido Republicano en el Congreso», dice al apelar un argumento que repiten en forma unánime los votantes del actual mandatario.
Por su parte, Alison Gingeres, que vive en East Village, más al sur, un barrio golpeado por el huracán Sandy, y trabaja en el Upper East Side como curadora de arte en un museo, coincide en que «este barrio es uno de los pocos en los que Mitt Romney puede sacar unos votos». Sin embargo, la consulta se repite, y los votantes de Romney en el Upper East Side o no quieren confesarse ante este enviado o caminan por la vereda de enfrente. |
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