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Orgullo y prejuicio del habla rioplatense




Sebastiàn Lacunza

Resulta que en el extremo sur del mundo hay un extenso territorio poco poblado, y que antes de ser país fue, al menos durante un par de siglos, bastante ninguneado por el imperio. Que desde los preparativos de su independencia, gran parte de sus intelectuales y dirigentes creyeron tener alma francesa o inglesa, jamás española. Pero más tarde, ese país recibió una gringada inconmensurable, ante lo que otra elite buscó refugio de identidad en la antes despreciada España.

Hay más. Ese extraño país negó sus rasgos indígenas hasta donde pudo y fue variando a lo largo de las décadas sus complejos en relación a Europa y, la novedad, Estados Unidos. A la hora de pintar su carácter, muchos coinciden en que esta tierra es, por un lado, bastante tilinga, y por el otro, alberga una creatividad explosiva, que juega y seduce con su habla.

Por todo ello y mucho más es que la variante del español que se habla en Argentina adquiere particularidades tan distintivas en cuanto a su entonación, conjugación verbal y universo de palabras. Por citar algunos de sus rasgos esenciales: voseo, virtual olvido del pretérito perfecto compuesto, yeísmo rehilado, seseo, italianismos y, vale decir, esnobismo.

Los problemas que muchos en el mundo creen ver en el ego de los argentinos se traducen en que la variedad denominada rioplatense del español no siempre es sostenida con convicción por sus hablantes, en especial los dueños del micrófono. Sucede así que políticos de alto rango, por algún motivo insondable, olvidan el ustedes y sacan a relucir el vosotros en ciertos discursos formales en el exterior, o periodistas radiales que, a la hora de entrevistar a un habitante de la antigua metrópoli, hacen un switch y pasan al registro del tú. Todos recordaremos alguna maestra que sobreactuaba al pronunciar la ll al estilo español (elio en lugar de eyo), o leímos en algunos diarios recientes que los manifestantes le gritaban a Hosni Mubarak en la plaza Tahrir de El Cairo “30 años, vete ya” y no “andate”. Se lo gritaban en árabe, claro, pero en la traducción primaba lo ibérico.

Este complejo tiene razones históricas. “Hasta la independencia, existía sobre la realidad americana una visión desdeñosa, como tienen casi todas las metrópolis con respecto a las regiones que han colonizado. El español de América tenía ciertas características, como el seseo, típico de los contingentes andaluces, extremeños y canarios que habían llegado, y que a su vez habían sido colonizados antes por el norte de la península. Tras los procesos de independencia, queda en América un imaginario de cierta minusvalía en cuanto a su idioma”, indica a Ámbito Premium José Luis Moure, titular de Historia de la Lengua y Dialectología en la Facultad de Filosofía y Letras.

Se dan en el caso argentino ciertas causas que agudizan el fenómeno. Por un lado, la creación tardía, en 1777, del Virreinato del Río de la Plata, que tiene lugar más de dos siglos más tarde que su par de Perú, lo que habla de una conexión menos fluida con la metrópoli, de menor presencia institucional e influencia cultural y, por lo tanto, mayor autonomía de su habla. Ello explica, según remarca Moure en su oficina del Seminario de Edición y Crítica Textual (Secrit) en el Palacio Pizzurno, la persistencia del voseo, que se había transformado primero en una forma de dirigirse a los súbditos y, más tarde, había caído en desuso en la península y gran parte de América.

“Con la independencia se da un fenómeno cultural fundamental que es el romanticismo. La generación de Mayo y muchos intelectuales del siglo XIX abogaron por una independencia que también abarcara lo cultural con respecto a una España en decadencia. La diferencia debía ser promovida incluso tomando palabras del francés o el inglés”, dice Moure.

Ello se percibe en la férrea oposición de Juan Bautista Alberdi al proyecto de 1870 de crear una sucursal de la Real Academia Española (RAE) en Argentina. El autor de las Bases… denunciaba entonces "la recolonización literaria de la América del Sur", tal como cita Pedro Luis Barcia en un trabajo sobre la historia de la Academia Argentina de Letras (AAL).

Sin embargo, la aceleración de las oleadas inmigratorias en el último tercio del siglo XIX despertaría otra vertiente nacionalista, dando cuenta de una tensión que nos envuelve hasta nuestros días.

“Esos contingentes fueron vistos por algunos como un peligro a la nacionalidad, lo que abroqueló la idea que de había que defender la pureza de la lengua, y esa pureza estaba en España. La contradicción de ese sentimiento nacionalista es evidente y flagrante, pero existió siempre”, remarca Moure.

Como reflejo de aquello, en 1910, junto con la visita de la infanta Isabel María Francisca de Borbón, recibida con pompa en Buenos Aires, llegaron dos enviados especiales de la RAE, con el propósito de crear una corresponsalía en Buenos Aires. La misión de la nueva Academia Argentina de la Lengua sería “coleccionar y definir las voces y locuciones regionales, para publicarlas en conjunto, e independientemente del léxico castellano”. Un proyecto de anexo del “habla pura” en el marco de una creación que rápidamente entraría en agonía.

La lingüista Ivonne Bordelois rescata en “El país que nos habla” algunos abordajes de Jorge Luis Borges sobre lo que éste veía como excesos en las letras a fines de los años ’20. “El que no se aguaranga para escribir y se hace el peón de estancia o el matrero o el valentón, trata de españolarse o asume un español gaseoso, abstraído, internacional, sin posibilidad de patria ninguna”, escribiría el autor argentino. “No he observado jamás que los españoles hablaran mejor que nosotros (Hablan en voz más alta, eso sí, con el aplomo de quienes ignoran la duda)”, diría, punzante, en otro texto.

La inseguridad lingüística mencionada bajaría de los palacios para marcar a fuego, durante décadas, un modelo educativo que, por ejemplo, impartió el tuteo como lo ejemplar. Mientras, el arrabal, el fútbol, Roberto Arlt, la radio y el tango hacían la suya. “Tú” en el aula y “vos” con la calle.

“Sobre el voseo se han cebado los lingüistas durante mucho tiempo, incluso académicos hasta los años 50. ‘Viruela del idioma’, decía (Arturo) Capdevila. Era algo de lo que había que hacerse perdonar”, recuerda Moure.

La AAL que hoy conocemos fue finalmente fundada en 1931 por decreto de José Félix Uriburu y tendría, esta vez sí, un propósito nacional, al menos en su declaración fundacional. Recién se identificaría como “correspondiente” de la RAE en 1999, décadas más tarde que la mayoría de sus pares del continente.

Aunque la AAL tiene un sistema de elección chapado a la antigua y no ha disimulado durante bastante tiempo su raigambre cultural antiperonista, cierto es que, en la visión del muchos lingüistas, se ha desacartonado bastante desde el retorno de la democracia, y varios académicos tienen hoy una relación más fluida con las bases.

Por su parte, la RAE también declama la pérdida del rasgo paternalista de siempre. Ni una cosa ni la otra impiden que la academia española -a veces acompañada por sus pares americanas- sorprenda al público con alguna directiva estrambótica de pretensión global, o conserve en sus diccionarios acepciones abiertamente discriminatorias.

En el final de su mandato, Víctor García de la Concha, saliente director de la RAE, presentó la “primera ortografía verdaderamente panhispánica” con el supuesto aval de las 22 academias de la lengua, es decir, incluida la AAL. El trabajo, que debió ser suavizado ante la reacción que generó su adelanto, terminó ordenando, sugiriendo o aceptando algunas normas que complican a los hablantes, pecado mayúsculo para un lingüista.

Mánayer, sexi, sexapil, pirsin, ralis, mercadeo o gai son directivas o sugerencias que, por ahora, se desmerecen por sí solas. Ver esas ridículas palabras escritas confunde. Dirá el tiempo si algunas de ellas siguen el curso de fútbol¸ que hace no mucho se adaptó a la fonética de la traducción de football. Los memoriosos del picado en las calles de Buenos Aires de los años 40 y 50 sabrán que el “¿Aureli? Diez” de hace décadas no se logró imponer, pese a que también eran adaptaciones fonéticas, en este caso de entrañable inspiración popular, del “All ready? Yes” (“¿Todos listos? Sí”) que daba inicio al match.

Más molesta resulta la sugerencia de quitar el acento al adverbio sólo, que se diferenciaba del solo adjetivo. En consecuencia, decir que “Juan se fue solo a Córdoba” requiere una aclaración sobre si viajó sin compañía o si no visitó ningún otro lugar.

Moure relata que el representante argentino en las discusiones por la ortografía panhispánica, el presidente de la AAL, Pedro Luis Barcia, alertó que, por ejemplo, no sería aceptada en Argentina la distinción uve y be (aquí be larga y ve corta).

Académico correspondiente de la RAE, el propio Moure advierte que en su propio caso desatenderá aquello de llamar ye a la letra y. “Introducen un problema donde no lo había, porque antes la i griega era clara para todo el mundo”, y agrega que seguirá diferenciando el tú, con tilde, cuando sea pronombre demostrativo, y no pondrá el acento cuando sea adjetivo junto al sustantivo, desobedeciendo otro consejo perturbador de las academias.

La RAE también batalla contra las invasiones inglesas, una pelea necesaria y en condiciones desventajosas contra el esnobismo y la “creatividad” publicitaria. Claro que los académicos se tientan a veces más de la cuenta, sin considerar que el idioma inglés tiene, en ocasiones, la virtud de economizar letras. Así, la RAE recordó recientemente que la práctica expresión prime time (9 letras) debe ser reemplazada por horario de máxima audiencia (24). Periodistas de espectáculos que titulan desatenderán el dictamen.

En cualquier caso, Moure defiende la ortografía como una herramienta democratizadora y viabilizadora de la comunicación. “García Márquez es uno de los grandes escritores de América Latina pero yo tengo derecho a disentir como lingüista. La ortografía es un consenso escrito muy difícil de lograr, de manera que meter mano allí es simplemente acelerar un cambio que terminaría perjudicándonos como hispanohablantes”.

“Si admitiésemos que cada región trasladase a la ortografía su manera de pronunciar, en el caso de la Argentina tendríamos que unificar la ll o la i griega, o usar sólo la s en lugar de la z y la c como casi todo el mundo hispánico. En el momento en que eso sucediera, el proceso de dialectalización se aceleraría enormemente y muchos gallegos, por ejemplo, dejarían de reconocer la escritura de un chileno como propia”, argumenta el investigador. Alude además a que “todavía existe la voluntad de que en Hispanoamérica pertenecemos a un universo cultural común”, de manera que el fin de la ortografía de Gabo parecería más una creación de laboratorio que un análisis útil.

¿Por qué cae la RAE (y se dejan arrastrar a veces las otras academias) en consejos u órdenes que invitan a la confusión? “Teniendo en cuenta que la industria editorial española es fortísima, uno puede llegar a atar cabos y pensar que ese tipo de decisiones le conviene para que una única traducción alcance a más lectores. No podría pensar mal de los académicos y me consta que no es su voluntad. Pero a veces, detrás de un pensamiento o de una incorrección lingüística puede haber un interés de la industria comercial”.

Historia, complejos, comercio, sociología, zonceras y conquistadores. Todo y nada explica porqué este país del sur no vive con total orgullo su gran chamuyo. (Nótese que en la pronunciación argentina, terminó en versito).

PASTILLA

Sobre hablar bien

“Todos hablamos perfectamente bien en la medida en que nos entienden. Si hablamos desde el punto de vista general de la lengua, se habla bien en la medida en que se tiene más de un registro posible, porque enriquece las posibilidades. Habla mejor español aquel que no sólo se queda en el nivel que le ha tocado sino que pasa a un segundo registro o un tercero. El que maneja la situación de habla que le corresponde y toca en el momento indicado” (José Luis Moure)

Publicado en Ámbito Premium.

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