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El voto conservador en EE.UU., más allá de estigmas

Sebastián Lacunza, enviado especial a EEUU.-

El candidato republicano Mitt Romney también emprendió una gira que lo llevó a Virginia, Florida, Ohio y New Hampshire.
 
Nueva York (enviado especial) - Gane o pierda, Mitt Romneyobtendrá hoy, como mínimo, 50 millones de votos. La mitad del país, en líneas generales, va a optar por el Partido Republicano.

Esa porción del electorado tiende a ver al Estado como amenazante para la iniciativa individual y al Gobierno central como una aspiradora de recursos que son gastados en burocracia. Dentro del paraguas conservador, segmentos quizás más acotados están convencidos de que el derecho individual comprende el acceso libre a las armas, que el aborto y el matrimonio homosexual atentan contra la condición humana, y que le cabe al Pentágono, primero, el papel de garantizar la seguridad de EE.UU. como sea, y segundo, exportar la civilización occidental y las democracia.

Hasta aquí, un consenso más o menos básico del ideario conservador estadounidense. Acaso, en otras latitudes, la denuncia estilo Michael Moore, los disparates del Tea Party y la tradicional mirada desconfiada hacia Tío Sam llevan a caricaturizar al votante republicano, que es definido por los irónicos como un ser ombliguista, aldeano, poco cultivado, egoísta, sabelotodo, términos que vendrían a ser, más o menos, sinónimos.

No se trata sólo de un estigma extramuros. El ensayista Frank Rich definía días atrás en la revista New York: «La historia nos dice que los progresistas estadounidenses han subestimado en gran medida la dimensión y la capacidad de recuperación de la derecha, reduciéndola repetidamente a un segmento lunático, para anunciar su muerte y luego ver su recuperación con más fuerza».

Que personajes con discurso elemental, como Sarah Palin y Michele Bachmann, hayan sido siquiera anotados en la carrera presidencial, da cuenta de un espacio electoral cimentado en percepciones primarias. Desde ya que existen votantes fóbicos a los mexicanos en el condado de Maricopa (Arizona), obnubilados por los rifles en Reno (Nevada), religiosos poseídos en Gainsville (Florida). Pues bien, no alcanza. Romney hasta podría superar hoy los 65 millones de votos, y muchos de ellos también serán de personas que van a conciertos al Lincoln Center, trabajan en la industria en Cleveland, son emprendedores en Miami, y toman el té

Podría pensarse entonces que además componen el electorado republicano votantes de centroderecha moderada, defensores de los derechos civiles, integradores con los inmigrantes. Claro que los hay. Algunos nombres de sus gobernantes en el noreste dan cuenta de otro tipo de referentes (Michael Bloomberg, exrepublicano, alcalde de Nueva York; Chris Christie, gobernador de Nueva Jersey;Rudolph Giuliani, amante indómito y eterno presidenciable). Pues bien, los moderados no serán tantos ni alcanzan para explicar demasiado. Los apellidos NixonReagan y Bush, por citar la última saga de presidentes conservadores, eximen de mayores comentarios acerca de liderazgos nada tibios que tienen éxito en el Partido Republicano.

Israel Ortega, analista de la Heritage Foundation, think tank conservador por excelencia, circunscribe al votante republicano desde Washington ante una consulta de Ámbito Financiero: «La identificación del Partido Republicano con el Tea Party no es justa, mucha gente de allí no tiene ningún interés por la política. En términos muy generales, un republicano cree en un Gobierno limitado, eficaz, con tendencia a atender los temas sociales, y una obligación para proteger los intereses estadounidenses con una presencia internacional fuerte y sólida».

El Partido Republicano representa una cosmovisión conservadora de enorme pregnancia en la sociedad norteamericana, que excede por mucho a tal o cual personaje o tal período histórico. Mitt Romney, que se corrió muy a la derecha este año, era el más moderado de sus contendientes en las primarias, al punto que había sido en la prehistoria gobernador de Massachusetts, el estado en el que tiene sede Harvard. Romney era, lo sigue siendo, un emergente de otra pata poderosa de los conservadores: el sector empresarial/financiero.

El candidato presidencial Barry Goldwater, de la derecha agresiva que había desplazado a Nelson Rockefeller, había sido ninguneado en 1964 cuando perdió ante Lyndon Johnson. Menos de dos décadas después, su principal discípulo, el actor Ronald Reagan, llegaría a la Casa Blanca para luego transformarse en un referente ineludible hasta para... ¡Barack Obama! Cuando éste arribó a la Casa Blanca, en 2010, muchos «liberals» norteamericanos y líderes mundiales se apresuraron a anunciar una nueva era, menos hostil que el ciclo George W. Bush. Dos años después, los bushistas fueron corridos del mapa bajo la impronta del movimiento ultraconservador Tea Party y los oportunistas que se colgaron de él. Nada de «conservadurismo compasivo», y con ello arrasaron en las elecciones de medio término.

El Ku Klux Klan, exitoso, con candidatos segregacionistas hasta fines de los 60, antisemitas, cazadores de comunistas han merodeado el Partido Republicano, no corresponde negarlo. Tampoco cabe hacer de eso un todo, dibujar un perfil a «piacere» para oponerse con comodidad.

No hace falta mirar al Tea Party para encontrar la oposición radical al cobro de impuestos federales, la denuncia de un Gobierno central y una Corte Suprema avasallantes, «uno de los dos demonios» a ser resistidos. El otro era la disolución de la Nación, una opción probable y dolorosa para Thomas Jefferson en 1825.

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