Escribe
Sebastián Lacunza
Editor-in-Chief
La campaña para el ballottage de hoy transitó un terreno en
el que las promesas cobraron vuelo propio y se desprendieron del candidato, de su
historia y hasta de lo que habían dicho el día anterior. El último ejemplo al respecto es nimio pero
ilustrativo. Mauricio Macri, el postulante de Cambiemos, consideró el martes que
el kirchnerismo había creado demasiados feriados (sumó unos
seis a los habituales). Ante la reacción adversa que generó la propuesta antivacaciones fuera de libreto, Macri dio marcha atrás en cuestión de horas. "Fue una confusión". Todo aclarado.
La
Argentina vive hoy su primer ballottage presidencial y los que aquí vivimos
comprobamos el efecto parteaguas, con reagrupamientos impensados. Por si fuera poco, la elección llega con la novedad de que una fuerza
política conservadora puede acceder a la Presidencia mediante el voto popular,
sin la máscara que le proveyeron en diferentes instancias el peronismo o la
UCR, dos partidos que han probado casi todo.
Las encuestas coinciden en que Macri festejará esta noche
con baile y globos. Sin embargo, la experiencia de pronósticos fallidos, tanto
en la Argentina como en el mundo, indica que no hay que arrojar fuegos
artificiales al mediodía, y menos si el rival a vencer es el peronismo, todavía
— aunque cada vez menos — un partido de clase (trabajadora, humilde).
De cara a la segunda vuelta, Daniel Scioli puso todo su empeño
en cambiar el eje de la disputa hacia la alternativa entre “ajuste liberal”
versus “amparo del Estado”. En la competencia por la primera vuelta, la discusión
merodeó dicotomías como “continuidad vs. cambio”, “república vs.
populismo”. Como lo hiciera en la Ciudad, la paciente construcción de Macri
había hecho pie sobre expectativas de buena voluntad, diálogo y cambio, con lo
que, poco a poco, fue elevando su techo electoral.
Resulte o no electo presidente, el creador del PRO habrá
atraído a votantes de las
provincias más pobres de la Argentina y de los barrios populares de las grandes ciudades. Hace ya un tiempo
que Macri parece haber perforado la resistencia en parte de la clase media que
en los noventa se sentía indignada con el menemismo, y que, por entonces, lo
veía como un ejemplo del entorno de negociados de aquel ciclo neoliberal. Dada
la notable diversificación de su base electoral, Macri representa hoy mucho más
que aquella elite tradicional de la derecha antiperonista, de costumbres y moral
conservadora, liberalismo económico y pocos votos.
Si una promesa sobre reducir la cantidad de feriados puede
ser desandada en cuestión de horas, lo mismo cabe para temas un poco más serios
como la devaluación, las estatizaciones/privatizaciones, la negociación con los
holdouts (buitres) y las tarifas de los servicios públicos. En relación a esos
cuatro ejes clave del primer semestre del año que viene, Macri dijo una cosa y
todo lo contrario, sin más explicaciones — y sin más preguntas — de que lo había
pensado mejor. La “ola
del cambio” que apartaría al kirchnerismo de la Casa Rosada cobró tal fortaleza en estas
semanas, que resistió todo giro del candidato opositor.
Era de manual que Scioli, tras una primera campaña con discurso
anodino e inercia burocrática, se vería forzado a empujar una discusión en
torno al “modelo de país”. El campo pasó a ser más propicio para abandonar
ambigüedades sobre la fe, la esperanza y el optimismo, que agregaban poco y
nada a la supuesta popularidad complementaria de Cristina Fernández
de Kirchner y el propio Scioli.
Si el ahora confrontativo candidato del Frente para la Victoria
logró dibujar un perfil con mayor contenido ideológico, no evitó sus propios
giros copernicanos. Hace pocas semanas, sus asesores económicos anunciaban el fin de un
esquema de malgasto que permite que la tarifa de electricidad cueste menos que
un Malbec promedio para familias de ingresos medios y altos. Scioli se olvidó de
sinceramientos de ese tipo y pasó en los últimos días a preguntarle a Macri qué haría con las
tarifas. Sin despeinarse, Macri aprovechò la consulta para coincidir en que no
las aumentaría.
Encontró Scioli un argumento al alertar sobre el abismo
social y económico que implicarían las posturas más radicalizadas de los
asesores de Macri, pero retrocedió a la hora de esbozar su propia receta. Los
subsidios no serán tocados y los campesinos de Chaco seguirán pagando más por
servicios básicos que los vecinos de Palermo; del INDEC no se discute; y el
dólar seguirá con su cotización actual al menos hasta marzo. Mientras tanto,
los argentinos alcanzan a darse cuenta de que la inflación no cede, que la
mentira estadística ya causa sopor, que el crecimiento económico es tenue o
nulo y que hay alimentos que cuestan más en el supermercado del barrio de Once que en Oslo.
Pasar del “cambio seguro” esbozado en la primera vuelta a la continuidad a
secas no suena muy atractivo. (Ni Scioli ni Macri concedieron entrevistas a
este diario para despejar dudas).
En algún momento, Néstor Kirchner se tentó con la idea de
conformar un bloque de centroizquierda, que excediera al peronismo, para
confrontar a un bloque conservador, que podría incluir al peronismo de derecha.
El fallecido presidente imaginó un panorama dividido entre izquierda y
derecha, al estilo de muchas democracias occidentales. Tal proyecto se frustró por
falencias y necesidades del propio kirchnerismo y de terceros, y el Frente para
la Victoria llegó a esta elección con su propia versión de peronismo de
centroizquierda, aliados provinciales que están incluso a la derecha de Macri
(Juan Manuel Urtubey, en Salta), populistas clásicos y un candidato que si alguna
bandera enarbola es la de la “moderación”.
Al cabo de doce años de kirchnerismo, un bloque conservador-
liberal-centrista conquistó espacios institucionales de primer nivel y,
quizás hoy, terminé el círculo consagrando al presidente. Macri hizo su
tarea. Ahora, a las puertas de la Casa Rosada, el margen para el marketing abrumador es menor.