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Sebastián Lacunza
Editor-in-Chief
@sebalacunza
Hasta la semana pasada, los argentinos asistimos a una campaña presidencial que acaso haya sido la más aburrida e insustancial desde el retorno de la democracia. Los publicistas contaron con el favor de una mayoría de candidatos propensos a repetir consignas antes que a elaborar discursos y definir identidades. La paradoja es que, después de un período de anestesia, el país quedó de cara a un ballottage que a muchos (políticos, analistas, medios y también votantes) ilusiona como la posibilidad de dar un salto cualitativo histórico mientras que, a otros tantos, los pone frente un probable abismo que revive traumas que se creían superados. Quizás todo esté sobredimensionado por el vértigo de la coyuntura, pero el aire que se respira es lo que es.
Las fuerzas de Daniel Scioli y Mauricio Macri quedaron casi empatadas, lo que significó, de acuerdo a la previsión generalizada, una inesperada victoria del segundo. Entonces, la suerte de la elección queda en manos del cerca de treinta por ciento de los votantes que optaron el domingo por el peronista disidente Sergio Massa (21,3 por ciento), el trotskista Nicolás del Caño (3,3 por ciento), la disidente de la UCR Margarita Stolbizer (2,5 por ciento) y el peronista disidente Adolfo Rodríguez Saá (1,7 por ciento), o sufragaron blanco o nulo (3 por ciento).
Es factible pensar que la deriva de los votos recibidos en la primera vuelta por Del Caño y Stolbizer, más allá de sus respectivas sugerencias sobre qué hacer el 22 de noviembre, quedarán equilibrados de cara al ballottage, con mayor tendencia de los sufragantes del Frente de Izquierda (FIT) y los Trabajadores a votar por Scioli, y de los de Progresistas a hacerlo por Macri, como ya hemos analizado en el Herald.
Queda la palabra entonces para los 5.600.000 votantes de los peronistas disidentes Massa y Rodríguez Saá, que corresponden en un noventa por ciento al primero. Massa hizo esta semana lo máximo a su alcance para apoyar a Macri, sin decirlo explícitamente. No podría hacerlo, o no le conviene.
Cuando el exintendente de Tigre abandonó el kirchnerismo, en el primer semestre de 2013, eligió ubicarse en un punto equidistante entre el oficialismo y las consignas más duras de la oposición, lugar que luego abandonó hacia posturas más conservadoras. El viraje de Massa se profundizó este año, en consonancia con el desplazamiento de Macri al centro.
Si el actual alcalde de Buenos Aires resulta electo presidente, tarde o temprano, Massa tendrá la oportunidad de recorrer a campo traviesa para buscar heridos y ocupar el lugar de la oposición a la cabeza del peronismo. Aun con viento el viento a favor que supondría una derrota de Scioli, el lugar no se le regalará a Massa, porque enfrente se ubicará Cristina Fernández de Kirchner, quien a partir del 10 de diciembre — como ya anunció — se dedicará a militar. Así las cosas, a Massa le conviene que Macri sea electo presidente en tres semanas, en un cambio de enorme impacto para la Argentina y la región, pero no le conviene tanto invitar a votar a quien luego deberá oponerse. Una virtual victoria de Scioli fortalecerá a la actual estructura peronista, de la que el kirchnerismo se podrá desprender si las cosas no marchan bien, y Macri podrá hacer valer todo el espacio institucional y popular ganado este año. Entonces, Massa deberá reencontrar su destino.
Pero, lo que es bueno para Massa no necesariamente lo es para el resto de los peronistas disidentes que compartieron el frente Una Nueva Alternativa (UNA). Más bien, desplazados del oficialismo y de muchas intendencias, y amenazados por el sello Cambiemos de Macri, es imaginable que unos cuantos peronistas de provincias (en el Norte, Entre Ríos e incluso Córdoba) y de municipios del Gran Buenos Aires encuentren motivos para retornar al espacio en común, más aún cuando el divisivo kirchnerismo perderá presencia. Algunos de ellos se encuentran ahora como activos articuladores contra Macri y comenzaron a tender puentes con Scioli.
El mapa de las subas y bajas de votos con respecto a las primarias de agosto muestra que Scioli bajó en los partidos más humildes del Gran Buenos, en el interior de esa provincia, en Entre Ríos y, sobre todo, en las norteñas Tucumán, Jujuy, La Rioja y San Juan. Se cumplió la estrategia perfecta imaginada por los estrategas de Macri. Massa no sólo se mantuvo en esos distritos, actuando como dique de contención de Scioli, sino que le restó votos al Frente para la Victoria. El peronista disidente tuvo, además, enormes ganancias en la provincia de Santa Fe, que suavizaron la pérdida de los votos de De la Sota en Córdoba.
La noche perfecta para Macri se completó con vuelcos de centenares de miles de votos en su favor en Córdoba y el Gran Buenos Aires, en detrimento de la alianza de la alianza de Massa y de Scioli, respectivamente.
El desafío de Macri de cara a la cita de dentro de tres semanas es el voto que por características sociodemográficas es muy parecido al del kirchnerismo, o que incluso se desprendió de Scioli desde las primarias de agosto, y hacer que éste continúe el giro hasta llegar al sello Cambiemos.
Acaso se presente más factible en las grandes ciudades, donde el mensaje la referencia de Massa está más presente a partir de su omnipresencia televisiva (Buenos Aires, Rosario - hizo una excelente elección en la ciudad del sur de Santa Fe) que en provincias donde le clivaje del sufragio obedece a razones más locales.
El encuentro está empatado. Uno de los equipos parece partido entre su férrea defensa y sus poco efectivos atacantes; las estrategias se ven discordantes. El estupor se apoderó de su hinchada, que simula una asamblea a cielo abierto. El rival luce ordenado y confiado, tras encontrarse a diez minutos del final con una inesperada fortaleza. Sus hinchas están exultantes. El partido, no obstante, está para cualquiera.
Sebastián Lacunza
Editor-in-Chief
@sebalacunza
Hasta la semana pasada, los argentinos asistimos a una campaña presidencial que acaso haya sido la más aburrida e insustancial desde el retorno de la democracia. Los publicistas contaron con el favor de una mayoría de candidatos propensos a repetir consignas antes que a elaborar discursos y definir identidades. La paradoja es que, después de un período de anestesia, el país quedó de cara a un ballottage que a muchos (políticos, analistas, medios y también votantes) ilusiona como la posibilidad de dar un salto cualitativo histórico mientras que, a otros tantos, los pone frente un probable abismo que revive traumas que se creían superados. Quizás todo esté sobredimensionado por el vértigo de la coyuntura, pero el aire que se respira es lo que es.
Las fuerzas de Daniel Scioli y Mauricio Macri quedaron casi empatadas, lo que significó, de acuerdo a la previsión generalizada, una inesperada victoria del segundo. Entonces, la suerte de la elección queda en manos del cerca de treinta por ciento de los votantes que optaron el domingo por el peronista disidente Sergio Massa (21,3 por ciento), el trotskista Nicolás del Caño (3,3 por ciento), la disidente de la UCR Margarita Stolbizer (2,5 por ciento) y el peronista disidente Adolfo Rodríguez Saá (1,7 por ciento), o sufragaron blanco o nulo (3 por ciento).
Es factible pensar que la deriva de los votos recibidos en la primera vuelta por Del Caño y Stolbizer, más allá de sus respectivas sugerencias sobre qué hacer el 22 de noviembre, quedarán equilibrados de cara al ballottage, con mayor tendencia de los sufragantes del Frente de Izquierda (FIT) y los Trabajadores a votar por Scioli, y de los de Progresistas a hacerlo por Macri, como ya hemos analizado en el Herald.
Queda la palabra entonces para los 5.600.000 votantes de los peronistas disidentes Massa y Rodríguez Saá, que corresponden en un noventa por ciento al primero. Massa hizo esta semana lo máximo a su alcance para apoyar a Macri, sin decirlo explícitamente. No podría hacerlo, o no le conviene.
Cuando el exintendente de Tigre abandonó el kirchnerismo, en el primer semestre de 2013, eligió ubicarse en un punto equidistante entre el oficialismo y las consignas más duras de la oposición, lugar que luego abandonó hacia posturas más conservadoras. El viraje de Massa se profundizó este año, en consonancia con el desplazamiento de Macri al centro.
Si el actual alcalde de Buenos Aires resulta electo presidente, tarde o temprano, Massa tendrá la oportunidad de recorrer a campo traviesa para buscar heridos y ocupar el lugar de la oposición a la cabeza del peronismo. Aun con viento el viento a favor que supondría una derrota de Scioli, el lugar no se le regalará a Massa, porque enfrente se ubicará Cristina Fernández de Kirchner, quien a partir del 10 de diciembre — como ya anunció — se dedicará a militar. Así las cosas, a Massa le conviene que Macri sea electo presidente en tres semanas, en un cambio de enorme impacto para la Argentina y la región, pero no le conviene tanto invitar a votar a quien luego deberá oponerse. Una virtual victoria de Scioli fortalecerá a la actual estructura peronista, de la que el kirchnerismo se podrá desprender si las cosas no marchan bien, y Macri podrá hacer valer todo el espacio institucional y popular ganado este año. Entonces, Massa deberá reencontrar su destino.
Pero, lo que es bueno para Massa no necesariamente lo es para el resto de los peronistas disidentes que compartieron el frente Una Nueva Alternativa (UNA). Más bien, desplazados del oficialismo y de muchas intendencias, y amenazados por el sello Cambiemos de Macri, es imaginable que unos cuantos peronistas de provincias (en el Norte, Entre Ríos e incluso Córdoba) y de municipios del Gran Buenos Aires encuentren motivos para retornar al espacio en común, más aún cuando el divisivo kirchnerismo perderá presencia. Algunos de ellos se encuentran ahora como activos articuladores contra Macri y comenzaron a tender puentes con Scioli.
El mapa de las subas y bajas de votos con respecto a las primarias de agosto muestra que Scioli bajó en los partidos más humildes del Gran Buenos, en el interior de esa provincia, en Entre Ríos y, sobre todo, en las norteñas Tucumán, Jujuy, La Rioja y San Juan. Se cumplió la estrategia perfecta imaginada por los estrategas de Macri. Massa no sólo se mantuvo en esos distritos, actuando como dique de contención de Scioli, sino que le restó votos al Frente para la Victoria. El peronista disidente tuvo, además, enormes ganancias en la provincia de Santa Fe, que suavizaron la pérdida de los votos de De la Sota en Córdoba.
La noche perfecta para Macri se completó con vuelcos de centenares de miles de votos en su favor en Córdoba y el Gran Buenos Aires, en detrimento de la alianza de la alianza de Massa y de Scioli, respectivamente.
El desafío de Macri de cara a la cita de dentro de tres semanas es el voto que por características sociodemográficas es muy parecido al del kirchnerismo, o que incluso se desprendió de Scioli desde las primarias de agosto, y hacer que éste continúe el giro hasta llegar al sello Cambiemos.
Acaso se presente más factible en las grandes ciudades, donde el mensaje la referencia de Massa está más presente a partir de su omnipresencia televisiva (Buenos Aires, Rosario - hizo una excelente elección en la ciudad del sur de Santa Fe) que en provincias donde le clivaje del sufragio obedece a razones más locales.
El encuentro está empatado. Uno de los equipos parece partido entre su férrea defensa y sus poco efectivos atacantes; las estrategias se ven discordantes. El estupor se apoderó de su hinchada, que simula una asamblea a cielo abierto. El rival luce ordenado y confiado, tras encontrarse a diez minutos del final con una inesperada fortaleza. Sus hinchas están exultantes. El partido, no obstante, está para cualquiera.