La política argentina empieza a dejar de bailar en torno al apellido Kirchner
By
Sebastián Lacunza
Editor-in-Chief
@sebalacunza
Cerca de esta
medianoche, el nombre de Cristina Fernández de Kirchner comenzará a ceder el
centro del escenario político argentino y, en forma gradual pero inexorable,
las luces se posarán crecientemente sobre Daniel Scioli, Mauricio Macri o
Sergio Massa, en ese orden de probabilidades. Hasta sus más enconados rivales
debieron reconocer habilidad en la Presidenta para mantener la iniciativa, a
fuerza de golpes de realidad que fueron echando por tierra pronósticos agoreros.
En cualquier caso, el cronograma electoral parece inexorable, por lo que
corresponde anunciar que, por primera vez desde 2003, la política argentina
dejará de bailar al compás del apellido Kirchner.
Nadie en su sano juicio debería arriesgar que CFK cederá la oportunidad que le brindan los próximos cuatro meses en el cargo para afirmar su impronta. En cualquier caso, en el sistema presidencialista argentino, el protagonismo recae sobre el ocupante de la Casa Rosada, por acción u omisión.
Nadie en su sano juicio debería arriesgar que CFK cederá la oportunidad que le brindan los próximos cuatro meses en el cargo para afirmar su impronta. En cualquier caso, en el sistema presidencialista argentino, el protagonismo recae sobre el ocupante de la Casa Rosada, por acción u omisión.
Apenas Daniel Scioli y
CFK sellaron el acuerdo por el que Carlos Zannini fue designado candidato a
vicepresidente por el Frente para la Victoria (FpV), la campaña oficialista adquirió el estilo propio
del gobernador de la provincia de Buenos Aires: pocas (aunque crecientes)
definiciones, grandes dosis de optimismo y relaciones con la farándula, al
tiempo que las connotaciones ideológicas fueron perdiendo terreno. Por primera
vez en 12 años, nadie del kirchnerismo tacleó a Scioli cuando éste deslizó críticas
a la Casa Rosada (y no meramente de forma) o cuando asistió al almuerzo
televisado en el Canal 13 del Grupo Clarín, con la gran dama de la violencia
verbal como anfitriona.
Como es lógico, el
protagonismo de Scioli en los avisos de campaña fue cada vez más excluyente,
mientras la presidenta recién elevó la voz esta semana para acudir en defensa
de su jefe de Gabinete, Aníbal Fernández. Estrategia entendible para ambos
aliados. Por un lado, las acusaciones difundidas por el programa de Jorge
Lanata contra Aníbal F. sobre supuestos vínculos con el narcotráfico y un
triple crimen mostró flancos débiles, por lo que CFK no iba a dejar pasar la
oportunidad de machacar contra su mayor rival, el Grupo Clarín. Por el otro, la
Presidenta navega sobre una alta popularidad que sale de la norma de los
estándares latinoamericanos actuales y que parece brindarle resto para, al
menos, lo que queda del año. En consecuencia, CFK ingresa al terreno de la
polémica, lugar en el que se siente cómoda, mientras ahorra los roces del campo
de batalla a Scioli, eterno componedor.
La contracara entre el kirchnerismo confrontativo y un Scioli que
evita definiciones, factor que en el pasado ocasionó varios chispazos, hoy
puede ser vista como una estrategia política efectiva. La duración del impasse
dependerá de la profundidad del acuerdo. Si la concordia entre CFK y el
candidato presidencial no es más que una táctica pasajera, se sabrá más
temprano que tarde, cuando la batalla interna peronista comience a animar el
clima político, una vez más.
Los números otorgarán alguna
claridad esta noche. Si la brecha entre Scioli y los tres candidatos del frente
de centroderecha Cambiemos (Macri, Ernesto Sanz y Elisa Carrió) es pequeña y el
FpV termina más cerca del 35 por ciento que del cuarenta, Scioli no podrá
deslindar demasiadas responsabilidades sobre la Casa Rosada. Si el candidato
pudo dirigir el tramo final de su campaña casi a piacere, deberá hacerse cargo
de los resultados. Un escenario ilusiona a los cristinistas: que hoy el
ministro de Economía y candidato a diputado, Axel Kicillof, consiga más votos
que Scioli en la Ciudad de Buenos Aires.
La estrategia que mejor
maneja Scioli es evitar definiciones mientras que Macri, aun bajo el rigor del
marketing, ha logrado dibujar la candidatura de derecha más competitiva de la historia argentina. En el último mes, el
gurú ganó terreno sobre las definiciones programáticas, dando a luz al Macri
estatista, “nacional y popular”. ¿Inconsistencia? Sí, pero nada intolerable
para sus votantes, incluido el núcleo duro antikirchnerista, dispuestos a
entender el giro copernicano como una concesión inevitable de campaña. El
asesor busca que Macri juegue en otras ligas, que dé un salto sobre un porción
clave del electorado que, se supone, desconfía de sus intenciones, una barrera
que el candidato pasó en 2007 en la Capital Federal. Los números pueden dejarlo
parado como un serio aspirante a la Presidencia que es capaz de dejar de lado
prejuicios, o como un oportunista.
Dadas las escasas
definiciones de Scioli sobre cómo superar las limitaciones económicas legadas
por el kirchnerismo y las fluctuaciones de Macri, Massa sacó a relucir en la
campaña propuestas más específicas, con acento en la mano dura. Su problema,
que le costó caro en los últimos dos años, es que está tan obsesionado con repetir
lo que dicen las encuestas, que no duda en abrumar con cada cliché superficial que
encuentra en el supermercado de la política.
Así las cosas, la
campaña termina inundada de marketing, informes periodísticos con testimonios
de sospechosos de narcotráfico grabados en el living de la casa de Elisa Carrió
y el discurso ensimismado del oficialismo. El proselitismo no encontró lugar
para muchos temas relevantes, desde la brutalidad policial hasta el peso
inconmensurable de Buenos Aires sobre el
resto del país, desde la concentración mediática hasta el derecho al aborto.
Otros asuntos esenciales para la
democracia (reducción de la pobreza, independencia de poderes) fueron más
oportunidades para golpes bajos que para debates esclarecedores.
Hay otras opciones en la
elección de hoy. Algunas de ellas (Margarita Stolbizer, por caso) dicen que son
las verdaderas propuestas progresistas y tachan al kirchnerismo como una mera
impostura que falsea una identidad de izquierda. Argumento debatible. El
problema –más allá de la clamorosa ausencia de una estrategia realista, seria y
de largo término —, es que sus líderes parecen a menudo meros comentaristas de
acusaciones explosivas aireadas por medios opositores, y dejan de lado la
oportunidad de establecer una agenda propia con todos los temas progresistas
que están ansiosos por discutir.
En pocas horas, las tres
principales alianzas habrán elegido a sus candidatos presidenciales. Todos
ellos fueron creaciones políticas de la era menemista. Tiempo de girar a la
derecha.