Escribe
Sebastián Lacunza
Editor-in-Chief
@sebalacunza
En los
últimos quince años, ningún país sudamericano ha crecido tanto como Perú. Por
caso, el país vivió un auge bastante similar al argentino o al uruguayo en el
período 2003-2011 pero, a diferencia del Río de la Plata, Lima no había vivido un
colapso de tal magnitud como el de 1999-2002. Si Latinoamérica se divide entre
economías estatistas y promercado, Perú, estandarte de este segundo grupo, tuvo
un comportamiento muy superior al de otros niños mimados de Standard & Poor’s, como Chile y Colombia. Si bien es cierto que
el crecimiento se ralentizó en los últimos años, cuando los precios de la
minería descendieron, la economía peruana está lejos de los peligrosos fantasmas
que acosan a varios de sus vecinos.
En el
país del auge se da una gran paradoja. Sus últimos tres presidentes, el
centrista Alejandro Toledo (2001-2006); el exizquierdista, ahora conservador y
siempre hábil Alan García (2006-2011); y el populista inhibido Ollanta Humala (2011-2016)
afrontaron el tramo final de sus gobiernos con niveles de aprobación de entre
el 10 y el 20 por ciento, y sin posibilidad de incidir en las elecciones para
consagrar a su sucesor. Fueron (Humala lo va a ser en 2016) comentaristas de un
guión que no los incluía.
“Los tres
comparten un problema de legitimidad y de corrupción; Perú funciona en piloto
automático, no hay respeto por la palabra empeñada, lo que deja un sinsabor
enorme entre la gente”, indica al Herald desde Lima la socióloga y escritora
Irma del Águila. Los ingresos por “la estrategia extractivista podrían haber
conducido a diversificar la economía y eso no se ha dado, otra oportunidad
perdida”, agrega Del Águila
Con
trayectorias y estilos muy distintos, Toledo, García y Humala comparten
características elocuentes. Encararon sus mandatos con marcada debilidad en el
Congreso; enfrentaron acusaciones de corrupción que los atañen en forma directa;
y, en el aspecto más sombrío, ordenaron reprimir la protesta social, sobre todo
de comunidades andinas e indígenas, provocando decenas de muertos, especialmente
durante los mandatos de los dos últimos presidentes.
Las
coincidencias se extienden a un aspecto central de la economía peruana. Todos dieron
rienda suelta a proyectos mineros de altísimas rentabilidad y conflictividad, y
exiguos impuestos, más allá de alguna corrección esbozada por Humala en el inicio de su mandato.
Mientras los
presidentes recientes navegaron en una economía con un ingreso de inversiones
anuales sólo para exploración minera del orden de los 500 millones de dólares
desde 2003 (con un pico en 2012 y una marcada baja posterior), el padre del
modelo, el rey de la corrupción y la represión ilegal Alberto Fujimori (1990-2000)
permanecía en la cárcel inventando enfermedades para tratar de zafar.
Hay
estadísticas para todos los gustos. Algunos, como Alberto Adrianzén, un parlamentario andino, excompañero de ruta
de Humala en el Partido Nacionalista y hoy un duro crítico, señalan que 70 por
ciento de la economía vive en la informalidad. Se suman sistemas de salud y
educación universitaria que dejan al margen a gran parte de la población. Pero
la estadística oficial de pobreza en Perú marca un número que asombraría a quienes
juegan al festival de cifras que se barajan en la Argentina: 22,7 por ciento,
un dato difícil de congeniar con el hecho de que el salario mínimo es de apenas
240 dólares y que la población mayor de 60 años con acceso a la jubilación no alcanza el 40 por
ciento.
“Si
Humala hubiera ganado en 2006 (cuando fue vencido por García), Perú habría
entrado en un proceso similar al de Bolivia”, se lamenta Adrianzén como quien
añora lo que nunca, jamás sucedió. Aquel
año, la acusación de “chavista”, un estigma que se pretende demoledor en la
política peruana, resultó efectiva contra Humala. Cinco años más tarde, un
Humala sedado, sin ánimo de hacer olas, fue electo presidente. La campaña
encontró al liberal Mario Vargas Llosa denunciando al grupo El Comercio por
demonizar a Humala, abusando –según el escritor- de su posición dominante (el
peso de ese grupo mediático es incluso superior al de Clarín en la Argentina). Las
vueltas de la vida ubicaron a Vargas Llosa utilizando un léxico propio del
programa oficialista 6,7,8 cuando arremete contra “el poder real”.
Adrianzén,
defensor del Humala que se perdió en los brazos de Vargas Llosa, se lamenta de que
su exaliado no es “como Cristina, o Evo, o el PT de Brasil, quienes pese a que hay
campañas en su contra, ellos movilizan gente, tienen aparato partidario,
confrontan”.
El año
que viene habrá elecciones presidenciales. No asoman liderazgos claros o
alternativos, por lo que muchos avizoran que la hija de Fujimori, Keiko,
tiene el camino allanado para acceder a la Presidencia. Veremos. Mientras, García, ya dos veces presidente, ensaya su
eterno retorno.
Si gana
Keiko, será una ocasión que podrá celebrar el arzobispo de Lima, el miembro del
Opus Dei Juan Luis Cipriani, amigo del expresidente encarcelado y tenaz rival
de Francisco. La pregunta que muchos se hicieron en Perú durante el mes
pasado fue porqué el papa argentino, en su plan de acercarse a los países más
pobres de Sudamérica, visitó Ecuador, sobrevoló Perú, aterrizó en Bolivia y
culminó su gira en Paraguay.
“Aquí los
presidentes conviven con mafias que se van constituyendo y reproduciendo desde
la época de Fujimori y el APRA de Alan Garcìa, con un mensaje muy agresivo de los medios de comunicación
y una Iglesia muy conservadora”, resume Del Águila.