Escribe
Sebastián Lacunza
Editor-in-Chief
Tiempos amargos para el voto de centroizquierda. Las trayectorias de los tres principales candidatos para las elecciones presidenciales del 25 de octubre, quienes podrían congregar alrededor de noventa por ciento de los votos, se ubican del centro hacia la derecha. Fuera de ello, la única propuesta que se dice "progresista" y que, en los papeles, tendría una gran oportunidad concitó un magro apoyo en las primarias de agosto. Al parecer, la nomenclatura no alcanza para atraer el voto de ese origen.
A la luz de los resultados de las PASO, todo indica que el
ala de centroizquierda identificada con el kirchnerismo apoyó en gran medida a
Daniel Scioli el pasado 9 de agosto. Como "el candidato es el
proyecto", este núcleo confía en que el compañero de fórmula Carlos
Zannini (quien, de cualquier modo, no es el maoísta-stalinista que describen
algunos) y los futuros diputados de La Cámpora garantizarán las líneas
centrales de un eventual gobierno del Frente para la Victoria. Como sea, el
perfil moderado de Scioli y su origen en el peronismo conservador de los años
noventa restan entusiasmo al sector ideologizado del kirchnerismo, más allá de
alardes públicos.
En la vereda opositora, el frente Progresistas, que postula
a la exradical Margarita Stolbizer, apenas cosechó 3,5 por ciento en las
primarias. Antes que observar sus carencias, referentes intelectuales de
Progresistas analizaron que la gran mayoría de los votantes permaneció
indiferente ante la propuesta de "igualdad y decencia" de Stolbizer,
todo una definición que, acaso, denota desdén por el electorado. Más bien cabría
preguntarse cuáles son las capacidades reales del bloque Progresistas para
garantizar la búsqueda de "igualdad y decencia" que rezan los afiches
de campaña.
Siempre en el orden de las proyecciones, votos kirchneristas
no seducidos por Scioli y opositores desconfiados de las credenciales de la
alianza de Stolbizer pudieron haber terminado en el Frente de Izquierda y los Trabajadores,
que, con cincuenta por ciento más que en las primarias de 2011, alcanzó el mejor
resultado presidencial de la historia para un bloque trotskista (3,31 por
ciento).
El declive del voto de centroizquierda marca un contraste
con lo que prometía la debacle social 1999-2002. Aquella súbita oleada
anticapitalista se vio expresada en elecciones legislativas de principios de
siglo y, sobre todo, en las protestas y asambleas callejeras. Así, el
rompecabezas electoral argentino quedó desbaratado por un tiempo. Néstor y
Cristina Kirchner (CFK y NK) postularon en 2003 la reversión de la deriva
conservadora de Carlos Menem para retornar, no sin simplificaciones, al ideario
del peronismo setentista. Si bien resulta claramente insuficiente el término
“izquierda” para identificar al kirchnerismo, en la medida en que éste fue y
volvió en sus acuerdos con estructuras políticas y sindicales arcaicas, grupos
mediáticos y elites económicas, resulta innegable que el ciclo de los
peronistas de Santa Cruz supo leer parte de los reclamos de la crisis. Su
alianza con intelectuales y organizaciones sociales, de derechos humanos y
sindicales, que por décadas habían hallado su identidad en la vereda opuesta a
la Casa Rosada, dio letra y música a una nueva reinvención del peronismo.
Sin embargo, la palabra “izquierda” rara vez ocupó el
discurso de NK y CFK. Ambos prefirieron los términos “gobiernos populares”,
“parecidos a su pueblo”, “transformadores” e “igualdad”. Si alguna vez los
jefes del kirchnerismo dejaron en el armario el retrato del ubicuo Juan Domingo
Perón, eso es historia hace rato. Hoy, un punto de apoyo esencial de la Casa
Rosada son los gobernadores, intendentes y legisladores que abrevan en el
amplio abanico del denominado Partido Justicialista.
Junto con el kirchnerismo en 2003 surgió la denuncia de que
éste no es más que una impostura del “progresismo”. La versión, que tuvo mayor
eco en la ciudad de Buenos Aires, ha puesto su mirada sobre los numerosos casos
de corrupción y las contradicciones en las políticas públicas, como el apoyo
sostenido hasta hace dos meses al general César Milani, exjefe del Ejército
acusado por la desaparición de un conscripto de la Rioja en 1976.
Aun con una mirada amplia sobre quiénes representan el
espacio de centroizquierda no kirchnerista, resulta evidente que este sector
político tuvo un tránsito errático, tanto discursivo como estratégico.
La diputada Elisa Carrió comenzó por izquierda, siguió con
las proclamas religiosas y terminó impulsando la candidatura presidencial de
Mauricio Macri. Ya despojada de inhibiciones, Carrió no oculta una agenda
conservadora.
Por su parte, los dirigentes de la UCR — que tuvo una
versión socialdemócrata con Raúl Alfonsín (1983-1989) — han sido activos
acusadores contra el falso rostro kirchnerista. Desde las cenizas de 2002, la
UCR probó todo. Parte del partido se hizo kirchnerista mientras Alfonsín
hilvanaba una oposición moderada durante sus últimos años de vida. En 2007, el
radicalismo llevó como candidato a un peronista de centro (Roberto Lavagna) y
dos años más tarde trató de hegemonizar un bloque sin rastros peronistas.
Reunificada, la UCR fue tras los fondos de campaña de un empresario y político
de derecha en 2011. Siguió girando hasta que Ernesto Sanz, su fallido candidato
presidencial, logró imponer su preferencia por Macri. Quienes acusaron a Sanz
de "traicionar" los principios al partido quedaron sin capacidad de
respuesta ante la repregunta sobre lo que habían hecho el verano pasado.
Hoy se vota en Tucumán y el panorama que se presenta es un
caso ejemplar de la confusión imperante. A la oferta clásica del peronismo
tucumano — especie de conservadurismo popular —, se opone una amplia alianza
que incluye a la UCR, el PRO de Mauricio Macri, el Frente Renovador de Sergio
Massa y a disidentes del partido fundado por el represor militar Antonio
Domingo Bussi. Stolbizer, la candidata de centroizquierda, sumó su apoyo a este
bloque que nada tiene que ver con sus proclamas nacionales.
El vicepresidente boliviano Álvaro García Linera analiza que en América Latina "la prensa ha pasado de una relación ambigua con la política a un papel de organizadora y agitadora de la oposición". Ello, para el mandatario boliviano, ha sido funcional a la continuidad de gobiernos populistas y de izquierda, en la medida en que a la hora de votar, los medios que lideran el discurso opositor están impedidos de ir con su propio sello a las urnas. Acaso el escenario a partir de diciembre facilite la tarea a quienes creen que las propuestas políticas requieren perseverancia, límites ideológicos y militancia en los barrios y los pueblos, además de presencia en los estudios de televisión. Macri lo supo hacer del otro lado del arco ideológico.