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El impiadoso juego de la no política

Forzados a caminar "como uno más" entre multitudes opositoras, los candidatos tienen vedado arrogarse su representación o requerir su voto 

Escribe Sebastián Lacunza / Editor-in-Chief


Un recorrido por las masivas y a veces sorprendentes manifestaciones que han confrontado al kirchernismo, partiendo desde el acto en la Plaza de los Dos Congresos tras el asesinato del joven Axel Blumberg en 2004 hasta nuestros días, muestra ciertos trazos comunes.
  • Una consigna amplia (por más seguridad, contra la corrupción, por la república, a favor del campo) que resulta convocante pero insuficiente para delimitar intereses de la concurrencia.
  • Ausencia de líderes o surgimiento de referentes efìmeros, que se agotan, por lo general, en esa misma convocatoria.
  • Componente económico-social de sectores medios y medios-altos, segmento menos permeable al peronismo.
  • Cierta dosis de “espontaneidad”, característica contra la que conspira el elogio excesivo por parte de algunos medios de comunicación.

Como no hay líderes definidos y la convocatoria admite toda adhesión, el efecto positivo de ampliar fronteras tiene su contracara en que las voces e interpretaciones se superponen. Así, en lo que algunos leen como una gesta épica, otros denuncian una marcha golpista fogoneada por los medios. Cada cuál elige dónde poner el foco.
Un elemento clave, del que el kirchnerismo sacó debido provecho, es que este tipo de convocatorias, al ser vehementemente “apolìticas”, repelen cualquier intento de apropiación partidaria, lo que fuerza a los dirigentes opositores a caminar como “uno más” y, en el mejor de los casos, a ir más tarde a un set televisivo a comentar la protesta. Jugar a la no política es un juego impiadoso para un opositor que se enfrenta a una multitud con pasión militante y a la que tiene vedado pedirle la adhesión.
La marcha del 18F, en sus formas, trajo algo de claridad luego de que su significado estuviera en disputa tanto por el llamado de algunos de los fiscales y políticos convocantes como por desconsideraciones gubernamentales.
Finalmente, se trató de una movilización pacífica de, digamos, entre 100.000 y 200.000 personas (cifra equiparable o superior a la concurrencia al acto de repudio al atentado a la AMIA de 1994). Dado que, también en esta ocasión, la consigna que encabezó la procesión, “en memoria del fiscal Alberto Nisman”, suena muy genérica, resulta más fácil definir la marcha del 18F por lo que no fue. Es decir, no se trató de una masiva imputación al gobierno de asesinato del fallecido investigador (lo que convertiría al Ejecutivo en perpetrador de un acto de terrorismo de Estado), hipótesis que dejaron ver con claridad algunos de los fiscales convocantes, como Germán Moldes, Raúl Pleé, Ricardo Sáenz y Carlos Rívolo. Dos de ellos, autores de intervenciones procesales cuestionadas por víctimas del atentado a la AMIA, por lo que deberían dar explicaciones antes que liderar una marcha. 
Se puede inferir, por las opiniones recogidas entre los asistentes, que en su mayoría respaldaban la seriedad de la imputación de Nisman contra la presidenta Cristina Fernández de Kirchner por encubrimiento de los supuestos responsables de la bomba y, como mínimo, cuestionaban la reacción del Gobierno ante la muerte del fiscal. Sin embargo, los manifestantes, muchos de ellos personas mayores que resistieron bajo la lluvia, fueron a todas luces más cautelosos que diferentes estamentos del Poder Judicial y de la oposición.
Por supuesto corresponde descartar que la gran mayoría de quienes marcharon tenían intenciones golpistas, y menos aún, que se sintieron convocados por “narcos” y “antisemitas”, como dijo el secretario general de la Presidencia, Aníbal Fernández, dos días antes de la cita en Avenida de Mayo. Ni la madre de Nisman, ni la hija, ni la exesposa, ni los asistentes se merecían tal desprecio. Algunos de los más enardecidos enemigos del gobierno y admiradores de la dictadura aprovecharon las circunstancias para adherir a la marcha, pero no fueron más que elementos aislados, algo difícil de impedir en convocatorias masivas.
La marcha, en consecuencia, fue un éxito atribuible a quienes participaron en ella y que, en esta ocasión, hasta mejoraron el nivel de reflexión que el aportado durante los cacerolazos.
Se ha señalado, con razón, que el Gobierno jugó un papel importante como convocante involuntario a la marcha, por los desafortunados comentarios de CFK sobre la instrucción de la causa, la agresividad que no distinguió convocantes de potenciales asistentes, los volantazos en las relaciones del Ejecutivo con el espía Jaime Stiuso y el propio fiscal Nisman, o los manejos y desmanejos de la Secretaría de Inteligencia. Todo ello se supone que hay que aceptarlo en función del pragmatismo, en un juego en el que los enemigos (“golpistas”, “mafiosos”, etcétera) son iluminados como tales instantes después de dejar de ser aliados, según el ajustado criterio de la Casa Rosada. Amén.

A seis meses de votar en las primarias presidenciales, cabe preguntarse si esta vez alguien le va a poner el cascabel al gato de los votantes centristas, conservadores y hasta progresistas de tradición no tan peronista. Es probable que éstos se sientan inclinados a confiar en quien sea un candidato competitivo, con experiencia de gobierno, que tenga un partido político con recorrido y líneas internas más allá del mero marketing electoral, además de equipos y soporte intelectual. ¿Candidato, estás ahí?

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