Escribe
Sebastián Lacunza
El resultado de anoche en Ecuador reconoce antecedentes recientes en América Latina.. Un oficialismo populista y/o de izquierda que obtiene una victoria rotunda, a varias decenas de puntos porcentuales de un pelotón opositor.
Encontrar explicaciones unívocas resulta riesgoso en países con diferentes grados de desarrollo capitalista y tradiciones políticas con pocos nexos en común.
En el caso ecuatoriano, Rafael Correa resultó reelecto y le siguió, a treinta puntos de distancia, Guillermo Lasso, un banquero que llegó a ser tomado en solfa por la Embajada estadounidense cuando en 2007 golpeó sus puertas para pergeñar un plan desestabilizador, según los cables de WikiLeaks. En tercer lugar se ubicó el exmandatario y exmilitar Lucio Gutiérrez, quien triunfó en las elecciones en la década pasada tirándole flores a Hugo Chávez y, en esta oportunidad, se presentó ofreciendo menos Estado para dejar actuar a las fuerzas del mercado. Difícil rompecabezas para quien desee, con toda legitimidad, una opción superadora al actual ocupante del Palacio Carondelet.
Las extravagancias no son una excepción ecuatoriana. Alianzas creadas sobre la marcha, cimentadas sobre el transfuguismo político y a caballo de liderazgos efímeros son también un signo regional. Todo un problema que permite a los oficialismos profundizar vicios graves mientras acumulan años en el poder.
El factor común de esta hora latinoamericana indica que varios gobernantes han definido a la prensa tradicional como el principal núcleo de oposición política. Esa pintura ha sido descripta por Lula da Silva, Evo Morales, el Ollanta Humala candidato, Rafael Correa, Hugo Chávez, Cristina Kirchner y Fernando Lugo. El más diplomático José Mujica también abrevó en análisis similares.
A la luz del voltaje de las críticas que se expresan en los medios y de la intensidad de las réplicas y contrarréplicas, puede apreciarse que cierta prensa decidió asumir con pasión el lugar que se le asigna en el ring.
Ello no es casual en momentos en que diferentes gobiernos se han arrojado a la aventura de "democratizar la palabra" -según algunos- o "atacar a la prensa independiente" -según otros-. Los modos son muy distintos. Desde cambios de estructuras económicas de los medios y legislaciones que regulan contenidos (Venezuela), hasta disputas en el terreno discursivo a la espera de un reparto distinto del poder, lo que obliga a gobiernos y grandes organizaciones periodísticas a negociar (Brasil). Las nuevas tecnologías actúan también como pinza que conspira contra el ego de medios tradicionales, que no sólo se ven cuestionados sino también ninguneados.
Esta jefatura de la oposición fuera del comité y cerca de la dirección de un multimedios ha dado muestras acabadas de su poca eficacia.
El vicepresidente de Bolivia, el intelectual de izquierda Álvaro García Linera, explicó su visión en una entrevista reciente con Ámbito Financiero: "Los viejos sistemas políticos se atrincheraron en el ámbito mediático. La prensa ha pasado de una relación ambigua con la política a un papel de organizadora y agitadora. Se partidizan los medios. Frente a eso, los nuevos gobiernos han potenciado medios estatales y diversificado los alternativos. ¿Qué sería lo deseable? Una despartidización del espacio mediático. En la medida en que ello ocurra, lo más probable es que los gobiernos van a ir despartidizando los medios estatales".
Continuó García Linera: cuando surja "una oposición política, progresista o conservadora, con soberanía, liderazgo y proyecto, esto podrá declinar la partidización de los medios. Ya que no hay proyecto, el uso del medio puede desgastar, debilitar, pero no para gobernar".
Claro que es cuestionable la justificación de vicios gubernamentales que se desprende del discurso de García Linera, máxime cuando varios ejecutivos llevan una década en el poder. Lo que resulta claro, también, es que la estrategia del seguidismo mediático hace rato encontró un techo, y es bajo.
@sebalacunza