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EE.UU.: LA REFORMA SANITARIA, CLAVE DE LA CAMPAÑA


Por: Sebastián Lacunza
Bill Clinton se convirtió en el último tramo de la campaña en un alter ego de Barack Obama, con la esperanza de que la popularidad del expresidente arrime los votos necesarios para asegurar la elección de mañana (arriba); ayer, lo acompañó en Washington. Mitt Romney se esforzó, en tanto, por atraer voluntades en Ohio, señalado como el estado clave (abajo).
 
Nueva York - New Hamp-shire ayer por la mañana, de la mano de Bill Clinton. Florida más tarde, para culminar el día en Ohio. La agenda de hoy de Barack Obama marca Wisconsin, otra vez Ohio y Iowa. Último raid de la agotadora campaña oficialista antes de ir a la ciudad que lo vio crecer en política, Chicago, en la que pasará la mañana de mañana, día de la elección. El presidente se cruzará por los aires con su rival, Mitt Romney, quien ayer tuvo esta ruta: Iowa, Pensilvania y Virginia, y hoy recalará en Florida, Virginia, Ohio (la madre de todas las batallas) y New Hampshire.

Se cierra una campaña con pocas definiciones, que contó con dos temas estelares: la reforma de salud, cuyo aspecto primordial entraría a regir, si Obama es reelecto, en 2014, y el cobro de impuestos a los sectores de mayores ingresos.

El frenesí de la gira final da cuenta de la incertidumbre que marcan las encuestas en la proyección del voto nacional. Sin embargo, Obama estaría más cerca de obtener los 270 delegados necesarios en el Colegio Electoral, menos urgido que su contendiente conservador en la decena de «swing states» y con supuesta ventaja en Ohio (18 electores, entre los 10 distritos más importantes). Allí, quien resultó ganador ha coincidido con quien fue electo presidente en 27 de las pasadas 29 compulsas presidenciales.

Los analistas diseccionan al electorado de Ohio hasta el hartazgo. Que la incidencia del empleo industrial, en especial el automotor, separa al electorado de un hombre acusado de negocios especulativos como Romney. Que el 30% de los votantes son evangélicos y aceptan de mejor grado a un mormón como el republicano que a un «antivida» como el demócrata. Que el voto rural y blanco de Cincinatti, históricamente conservador, compensa el peso de los sindicatos demócratas de Cleveland. 

Con Nueva York, Nueva Jersey y los estados del noreste subsumidos en las secuelas del huracán Sandy, otras de las incógnitas están dadas por la participación electoral de las minorías que sustentaron el apoyo al actual mandatario en 2008. El 63% del electorado norteamericano es blanco, y en ese segmento, un 59% se decanta por Romney, según un sondeo de ABC/ Washington Post.

El sistema de salud toca de cerca los intereses de las familias de clase media y media baja, y su impulso o derogación han sido enarbolados por ambos candidatos como una divisoria de aguas. 

Obama, con la frescura que supuso su emergencia política se volcó de lleno, no bien llegó a la Casa Blanca, a una ley de salud para subsanar el hecho de que 50 millones de habitantes no tenían asistencia sanitaria (en rigor, aún no tienen), y que los que contaban con una asistencia estaban sometidos a abusos. Una vieja promesa de los demócratas. La insurgencia de activistas que pronto se nuclearon en el Tea Party tomó al gobernante con la guardia baja y le desdibujó la sonrisa. «Comunista», «asesino de niños» (por la garantía de acceso a métodos anticonceptivos que supone la reforma, que desistió del financiamiento estatal de abortos) fueron las caracterizaciones que recibió de un movimiento que significó el motor del triunfo republicano en las elecciones parlamentarias de mitad de mandato.

La reforma, que todavía se encuentra en una fase primaria, ha logrado algunos objetivos, como extender la edad de los hijos que pueden ser incluidos en la cobertura de sus padres hasta los 26 años. Razón por la cual, Reginald McAllister, un pequeño comerciante negro de 25, afirma como primer argumento del voto a Obama «una reforma sanitaria que es hermosa». Cuenta a Ámbito Financiero, en el centro de Harlem, que estuvo dos años sin seguro de salud, y que gracias al Obamacare volvió tratarse de una enfermedad. 

En la otra punta de la ciudad, frente al 230 de la Quinta Avenida, uno de las zonas apagadas por el huracán Sandy, Hellen Capello, encargada de un bar, también menciona la ley de salud como una razón fundamental del sufragio. Lamenta que Obama no haya podido implementar un sistema universal de salud como el que existe en Canadá -casi un sacrilegio para el consenso estadounidense- y al que se marchó a trabajar su hijo cirujano. Capello, demócrata convencida, paga 330 dólares mensuales por su seguro, y recuerda la traumática experiencia de su hermano, que debió vender su casa para afrontar un cáncer. «Los seguros de salud en este país te cubren hasta que tenés algo grave», apunta.

En la pulseada en el Congreso, Obama dejó de lado dos aspiraciones de los sectores más a la izquierda de su partido, como que la reforma garantizara cobertura incluso a los inmigrantes indocumentados, estimados en 20 millones de personas, y que el Estado ofreciera su propio seguro de salud, de modo de corregir al mercado.

Es en el segmento de los inmigrantes latinoamericanos donde menos conocimiento hay sobre la reforma, incluso entre quienes tienen empleo formal, lo cual resulta paradójico, porque es uno de los colectivos que más provecho podría sacar. Una y otra vez, ante la pregunta de este diario, los latinoamericanos consultados manifestaron desconocer de qué se trata el Obamacare.

Sin embargo, la reforma sanitaria ya se siente en la provisión de remedios más baratos para los mayores, incluidos en el sistema Medicare, y medicina preventiva sin cargos adicionales como mamografías, y la imposibilidad de invocar causas preexistentes en niños.

A partir de 2014, se exigirá que todos los ciudadanos que no cuentan con Medicaid (servicio básico para familias pobres) o Medicare (mayores) estén afiliados a un seguro privado, que no podrá rechazar a nadie. La cobertura deberá ser pagada por los empleadores, si se trata de una empresa con más de 50 trabajadores o, en caso contrario, por los individuos. La ley también dispone una serie de controles y subsidios para garantizar la ampliación del acceso.

Del lado de Romney, le parece inadmisible la obligación de contratar un seguro médico y considera que los subsidios dilapidan los recursos, creando múltiples redundancias, para engrosar una deuda pública de u$s 16 billones y un déficit anual de 1,1 billón en el último ejercicio. El postulante anunció que derogará la reforma de salud y que implementará un sistema de vouchers para los afiliados al Medicare, de modo que ellos elijan cómo gastar su dinero. 

* Enviado Especial a EE.UU

Avatares Neoyorquinos 
  • A falta de un balance final, se estima que la campaña electoral volverá a batir un récord y alcanzará los u$s 1.000 millones (u$s 20 millones la puja Kennedy - Nixon en 1960; u$s 106 millones Reagan - Carter en 1980; u$s 218 millones Clinton - Dole en 1998; u$s 695 millones Bush - Kerry en 2004). A ello habría que sumarle una gran masa de dinero en las contiendas para el Congreso. Por caso, la empresaria republicana Linda McMahon está tratando de ingresar al Senado desde 2010 por Connecticut y lleva invertidos, sólo de su propio bolsillo y el de su marido, u$s 100 millones. 
  • Es tradición que los diarios estadounidenses apoyen explícitamente a un candidato. El periódico satírico The Onion proclamó su aval al exsenador y excandidato vicepresidencial demócrata John Edwards, político en apariencia familiero que cayó en desgracia cuando se supo que mantenía una relación con una joven mientras su esposa padecía cáncer. Mitad en broma y mitad en serio, The Onion felicitó a Edwards por esa relación. «Falsedad, hipocresía, ser una pequeña serpiente llorona, todas cualidades que The Onion admira y respeta en un candidato».
  • The Onion tuvo también una encuesta exclusiva. «Lyndon Johnson encabeza la encuesta nacional entre pacientes de Alzheimer». Un 14% de los consultados permanecía indeciso y aparece un voto para Gregory Peck, según el sondeo (Johnson fue electo presidente en 1964).


  • Así como hay que trasladarse a la periferia de Manhattan para ver algo de cotillón electoral, en Nevada, un distrito peleado que tiene al histórico senador Harry Reid, jefe de la bancada oficialista en la Cámara alta, como caudillo del oficialismo, el activismo proselitista es abrumador. El propio Reid lo describió en un acto de campaña en Las Vegas. Los militantes demócratas hicieron 2,2 millones de llamadas telefónicas repartidos en 244 equipos, lograron registrar a 70.000 nuevos votantes y golpearon la puerta de decenas de miles de casas. Reid estuvo por perder su banca en 2010, con la oleada del Tea Party, y en esta ocasión, Nevada es un «swing state» con alta presencia de mormones, la religión de Romney.
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