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Obama se debate para movilizar a una legión de votantes desencantados

PROGRESISTAS, LATINOS Y JÓVENES, SU GRAN BASE ELECTORAL, LE REPROCHAN LAS PROMESAS INCUMPLIDAS
Escribe Sebastián Lacunza
Enviado especial a EE.UU.
Como en 2008, el equipo del Partido Demócrata apela a sus voluntarios para hacer campaña de boca a boca, una estrategia que le ha resultado efectiva.
 
Nueva York - Los carteles y puestos de campaña brillan por su ausencia en Manhattan, desde Times Square hasta los laterales este y oeste del Central Park. No es que el traumático Sandy los haya barrido. En el cálido otoño de los días previos a la tormenta, el clima de campaña era apenas perceptible, excepto en barrios menos glamorosos como Harlem y zonas de Brooklyn y Queens, donde algunos comités demócratas y negocios con el rostro del presidente se dejaban ver.

Por un lado, Nueva York, capital del mundo, excede «un detalle» como la elección presidencial de Estados Unidos. Además, la victoria demócrata está tan cantada en esta ciudad que torna inocuo el proselitismo. Y, como tercera insoslayable razón que reflejan las encuestas y las respuestas de los neoyorquinos, la candidatura de Barack Obama genera menos entusiasmo en segmentos como los votantes más ideologizados, los latinos (9,5% del padrón) y los jóvenes, los mismos que hace cuatro años desbordaban efervescencia y transformaban en multitudinaria cada manifestación demócrata.

«En una elección que se define por la participación, el entusiasmo es todo», alerta ante Ámbito Financiero Anthony Romero, director ejecutivo de la American Civil Liberties Union (ACLU), la emblemática organización de derechos civiles nacida en 1920.

Romero expone un tendal de reclamos por las que define como «promesas incumplidas» de Obama. Sólo en el rubro de la «seguridad nacional», el dirigente enumera: «El penal de Guantánamo sigue abierto, las comisiones militares siguen su curso y muchos de los argumentos que esgrime el actual Gobierno en los tribunales son los mismos que exhibió la administración (de George W.) Bush».

Éstos y otros aspectos han desinflado a la porción del electorado que aquí se denomina «liberal», equiperable a progresista, y que las encuestas ubican en torno al 20% del padrón. Romero anota no sólo que Obama se negó a investigar las cárceles clandestinas y las torturas que llevó a cabo la CIA y que están reflejadas en 130.000 documentos obtenidos por la ACLU, sino que incluso empeoró los registros de Bush al implementar, bajo su directa supervisión, un sistema de asesinatos selectivos en países como Yemen y Afganistán mediante los aviones no tripulados. 

Al momento de encauzarse su candidatura en 2008, Obama ya había dejado atrás sus posiciones ideológicas más jugadas. Las fotos del entonces candidato con el reverendo Jeremiah Wright, un pastor negro de discurso confrontativo con el que había tenido estrecho vínculo, fueron convenientemente cajoneadas. A la hora de asegurarse el voto fluctuante, el demócrata, por caso, desanduvo las críticas a Israel y postergó sus aspiraciones relacionadas con el aborto no punible y el matrimonio homosexual.

No obstante, el frenesí que generaba Obama cuatro años atrás abarcaba a los sectores «de centroizquierda», por definirlos en términos poco estadounidenses. Al fin y al cabo, se trataría del primer presidente negro de EE.UU. y de una figura refrescante que pondría punto final a la era Bush, vivida como un calvario por los anticonservadores.

La situación hoy es otra. No es que Mitt Romney haya logrado socavar los bastiones demócratas. Lejos de ello, su asunción de los postulados del movimiento extremista Tea Party (sello que, como tal, hoy es apenas un recuerdo de provincia) congeló el más que hipotético trasvase de los sectores empobrecidos negros e hispanos, afectados por el desempleo del 7,8% y los desalojos hipotecarios. Ni hablar de feministas y militantes gays. Pero, el punto que abre dudas sobre el resultado electoral del martes está dado por el éxito de Romney y Obama para llevar a las urnas a los aún no tan convencidos.

Daniel Di Salvo, docente de Ciencias Políticas de la Universidad de Nueva York, le apunta a este enviado el peso de los «liberals». «En el Partido Demócrata hay diferentes segmentos: los que se dicen liberals, los moderados y los conservadores, gente del sur que sigue tradiciones históricas. En cambio, en el Partido Republicano, la identificación con los conservadores es muy alta».

«Aún con menos entusiasmo, los progresistas van a participar. La opción de votar por Romney no existe para ellos. Es posible que algunos, mucho más ideológicos y extremos, no vayan a votar, pero ellos son el 1% o el 2% de la población y residen sobre todo en Nueva York y California, que son distritos donde la victoria demócrata no se discute», desmenuza el analista.

Acaso más preocupante para el oficialismo que el voto ideológico puede ser el corte etario del votante. Varias encuestas señalan que los jóvenes son menos propensos a acudir a las urnas, lo que enciende una señal de alarma no menor, dada la ola que despertó Obama en 2008.

El presidente emitió este año una señal que reactivó la corriente oficialista entre los sufragantes de origen latinoamericano (que vienen votando en un 65% a candidatos presidenciales demócratas), a la que contribuyeron las diatribas emitidas contra la principal corriente inmigratoria durante las primarias republicanas. Obama anunció que no deportará a los denominados «dreamers», hijos de indocumentados que nacieron en EE.UU., un asunto que despierta gran sensibilidad en la comunidad mexicana y centroamericana, que explica más del 60% de la inmigración latina.

Otro capítulo lo representan los negros (13% del padrón). En ellos, la fidelidad al jefe de Estado parece intacta, pese a que no se registraron cambios excepcionales en su condición de vida. Tal es el caso de Mary Harrell, una mujer que camina por la calle 134 a pasos de la avenida Malcom X, en el corazón de Harlem. Esta telefonista jubilada recita el credo demócrata apenas se enciende el grabador. «Cuando llegó a la presidencia encontró un desastre, y tuvo que asumir una guerra que nunca debió haber tenido lugar. Los republicanos no hicieron nada por él, tuvo las manos atadas en el Congreso». Más alabanzas, por ejemplo, para la reforma sanitaria, y mucha paciencia, a sus elegantes 87 años. Para Mary no hay qué reprochar y la magia sigue intacta.

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