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Cuando a mis 15 vi Salsa Criolla junto a Pancho y Nacho, me fui con la sensación de que había recibido de Enrique Pinti un enojo entre adolescente, por su escasa profundidad, y condescendiente con sus espectadores. Se dibujaba en esa obra, como pasó en sus secuencias, "una pobre clase media trabajadora, medio inocentona, algo mediocre pero con valores esenciales, traicionada por esa manga de hijos de puta que nos gobiernan" (lo único textual es el insulto). Para que ningún espectador se sienta agredido (y deje de pagar la entrada), resulta que su metralla verbal equipara a todo el mundo. Todos culpables, nadie culpable. Hubiera preferido algún blanco concreto, algo de saña, algo de incorrección política, no importa contra quién. El periodista Facundo García se atrevió el fin de semana a esa rareza profesional que es
la repregunta. Como resultado, confirmo, algunas décadas después de la cita en el Liceo, que aquellas ocurrencias de un actor muy discreto y seguro que buen tipo no tenían elaboración detrás.
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