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Ese fantasma llamado Tea Party

Washington (enviado especial) - La escena resultaba extraña y conmovedora. John Boehner, reelecto representante (diputado) por Ohio, lloraba sin consuelo el martes en el cierre de la noche electoral mientras intentaba dirigirse a sus seguidores. No era una lágrima inoportuna en el rostro de este hombre experimentado con 18 años en el Congreso. Era un mar de lágrimas que no podía detener.

El alto perfil que adquirió en la campaña (ver página 18), sumado a su condición desde enero de presidente de la Cámara de Representantes y, como tal, el conservador con mayor responsabilidad institucional en EE.UU., elevó su nombre a la consideración de presidenciable. Otro que acumuló poder político el martes es el senador reelecto por Carolina del Sur, Jim DeMint, un antiguo armador conservador que impulsó, a diferencia de Boehner, la ola del Tea Party, confrontando con muchos de sus pares.

La lista de precandidatos republicanos de cara a 2012 incluye una decena de nombres. Desde Sarah Palin, bandera del Tea Party, hasta otros preferidos de la cadena Fox News y el veterano Newt Gingrich, el primer antiobamista.

Aunque correrá agua bajo el puente hasta la presidencial de 2012, la elección legislativa dejó datos clave para considerar. El avance del ultraconservador movimiento Tea Party no ha sido inocuo dentro del Partido Republicano. El voto que marcó la jornada electoral -rebelde, inorgánico, hostil hacia lo estatal por sobre todo- es también un disparo contra «el establishment de Washington DC». El Tea Party tomó a los demócratas con la guardia baja y los desorientó, pero también movió el tablero de la dirigencia conservadora.

Así como los emergentes del «Taxed Enough Already» («ya suficientemente cargados de impuestos») renovaron el vocabulario y elevaron el techo republicano a un nivel inesperado hace apenas un año, también dejaron expuestos errores tácticos, si se permite el oxímoron para una ola que hace del enojo y de la espontaneidad sus principales banderas.

«El Partido Republicano está muy preocupado. Es muy duro negociar con el movimiento del Tea Party. Es como librar una guerra de guerrillas», analizó antes de las elecciones James Thurber, director de Centro de Estudios sobre el Congreso y la Presidencia de la American University.

La victoria de la «outsider» Cristine ODonnell en las primarias republicanas de Delaware había encendido las alarmas en el mismo momento en que se produjo. Los estrategas republicanos más experimentados previeron que un objetivo que parecía a mano con el candidato del «establishment» conservador Mike Castle -arrebatarles a los demócratas uno de sus bastiones- se alejaba inmediatamente a causa de las posturas radicales de la referente del Tea Party. En efecto, el resultado en Delaware fue la elección del demócrata Christopher Coons con el 56,6% de los votos frente al 40% de ODonnell.

La cita electoral del martes volvió a encender la estrella de Karl Rove, el brillante estratega de George W. Bush, aquel que orientó la campaña presidencial de 2004 a la defensa de los «valores tradicionales» norteamericanos para superar el enredo que ya suponía el debate con John Kerry sobre las guerras de Irak y de Afganistán.

Rove no da puntada sin hilo. Fue el primero que llegó a confrontar públicamente con ODonnell cuando fue electa candidata, y también fue el primero que apoyó a otro emergente que se subió al Tea Party contra la nomenclatura de su partido, Marco Rubio, el cubano-estadounidense de 39 años electo senador por Florida con el 49% de los votos y mencionado ahora hasta como otra carta presidencial republicana.

No todos los escenarios son iguales. Un candidato joven, que dobla la apuesta a los postulados tradicionales de la derecha, puede ser útil en Florida, pero resulta contraproducente en la costa noreste, allí donde dominan los demócratas. Se hace demasiado cuesta arriba para un republicano ganar en Delaware cuando su candidata inventa en su currículum que estudió en Oxford, declara ingresos de u$s 6.000 por año y gasta mucho más, no sabe que la Constitución establece la separación de la Iglesia del Estado y declara a la MTV su oposición a las relaciones prematrimoniales.

Aparece aquí el factor Palin, que por lo visto no se parece a ODonnell sólo en el peinado. La ex gobernadora de Alaska y última candidata vicepresidencial es una estrella televisiva de los medios conservadores y amada por el Tea Party. Ello no quiere decir que le alcance para ganar las elecciones nacionales. Del desparpajo refrescante al ridículo hay un paso.

Un escenario en el que voten pocos (los más convencidos) en las primarias y coronen a una ODonnell como candidata puede costar caro a nivel nacional.

El resultado general marca la pauta del éxito del Tea Party, Si se acerca la lupa, se verá que la ola triunfó con candidatos propios en nombre del Partido Republicano en Kentucky, Pennsylvania (dos triunfos clave), Wisconsin, Florida y Utah, mientras que perdió en Colorado, Delaware, Nevada (tres derrotas clave), Carolina del Norte y, probablemente, Washington (una victoria allí habría sido una hazaña)

Además: La meta (¿retórica?) de revertir todo

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