Por: Sebastián Lacunza
Miami - Tan sólo dos años atrás, Barack Obama emocionaba a multitudes en su camino a la presidencia. Un negro llegaba por fin a la Casa Blanca, un hito en sí mismo, al tiempo que asumía el desafío colosal de hacer frente a la peor crisis económica desde la Gran Depresión y al limbo de las dos guerras que dejaba abiertas George W. Bush.
Se abría una «nueva era», tal como anunciaba una y otra vez el Obama candidato y luego flamante presidente. Su impecable retórica le permitía navegar por los márgenes que imponen los publicistas y estrategas de la política. Tras los años de «blanco o negro» de la era Bush, Obama prometía el fin de la política confrontativa. Su esperanza implicaba acuerdos alejados de las «divisiones bipartidistas». En su teoría, los norteamericanos, unidos, lucharían por el bien común.
A 21 meses de su asunción como presidente, las urnas dieron cuenta ayer de una combinación de enojo y decepción en buena parte del electorado. El presidente recibió un duro shock de realidad, cuya magnitud cabal se podrá conocer recién hoy, con todas las bancas legislativas definidas. Los más duros de los duros, los que definen sus políticas como «socialistas» y no ahorran calificativos para desacreditarlo hasta en lo personal, llevaron al Partido Republicano a dominar la Cámara de Representantes y, al cierre de esta edición, lograban un avance significativo en el Senado, aunque parecía difícil que alcanzaran allí la mayoría (ver nota principal).
Una razón es la dominante para explicar la parte del proceso referida a la decepción: la persistencia de una crisis económica y social que afectó, por sobre todo, a la base popular de los demócratas. Desempleo (9,7%) y desalojos desinflaron buena parte del entusiasmo de los votantes que se habían inclinado por Obama en 2008.
En los pasados dos años, el presidente demócrata no logró el apoyo de la oposición para ninguno de sus proyectos estructurales, pese a que ofreció concesiones. ¿Fue Obama ingenuo a la hora de medir a sus adversarios, o «enemigos» en los términos de las últimas horas de la campaña, un giro retórico no menor?
«Creo que sí. Su carrera política previa había sido bastante corta. Por un lado, había tenido una experiencia de sólo seis años como senador local en Illinois y dos en el Senado de Washington cuando se lanzó a la presidencia. No tuvo muchas oportunidades de saber lo que es pactar para 'comprar' votos de los senadores, y probablemente no comprendió suficientemente lo dura que sería esa negociación», respondió a este diario Sean Foreman, docente de Ciencias Políticas de la Universidad de Barry, en Florida.
La crudeza de los enunciados del Tea Party, que ayer combatió en nombre del Partido Republicano en muchos estados, los millonarios fondos de financiamiento que llegaron, entre otros, del grupo Murdoch (Fox News), darán a Obama indicios de si confió demasiado en su capacidad de conciliar intereses.
Desangrado
El Gobierno demócrata se desangró en la batalla por la reforma sanitaria, que debió aprobar por mayoría simple en el Senado en marzo pasado sin apoyo republicano tras un año de intentos infructuosos de llegar a un acuerdo. El mandatario hasta llegó a ser comparado con Adolf Hitler en su intento por imponer regulaciones en uno de los sistemas sanitarios más ineficientes de los países desarrollados, que gastaba u$s 8.000 per cápita por año.
Quizás apresuradamente, Lewis Milledge, un abogado jubilado demócrata que acompañó a su hija a votar, parecía ayer resignado a que la reforma sanitaria sería revertida. En las puertas del Cocoplum Women's Club de South Miami, uno de los centros de votación, citaba ante Ámbito Financiero su propio caso. Antes de jubilarse debió pagar una cuota hasta cuatro veces mayor a la normal por enfermedades preexistentes. «Necesitamos tener una opción voluntaria de acceder a un seguro privado, pero ciertamente necesitamos una opción pública», una promesa de Obama que no logró pasar el filtro del Senado.
Su idea se asocia a cierta decepción con el presidente, incluso en la base de centroizquierda de los demócratas. El docente Foreman aludió a ese factor: «Durante la campaña, Obama se presentó a sí mismo como un candidato moderado. Una vez en el cargo, se movió a la izquierda, más de acuerdo con sus propias creencias, y el país no lo acompañó. Los demócratas más progresistas también están desilusionados, porque ven a Obama como a uno de los suyos que no alcanzó a cumplir lo que prometió».
El Tea Party, que anoche contaba los votos para saber su verdadera proyección, es por sobre todo fóbico a toda intervención estatal en la economía. El movimiento ultraconservador se siente inspirado en «los padres fundadores». Thomas Jefferson, y aquello de que «el mejor Gobierno es el que menos gobierna» es una de las máximas más citadas en las fiestas del té.
Lewis, el veterano abogado demócrata en apariencia resignado, les dedicaba ayer, en la soleada tarde de Miami, una respuesta ácida: «Si volvemos a las ideas de los padres fundadores, un negro es menos que una persona, y deberíamos volver a la esclavitud. El Gobierno debe adaptarse a las necesidades de este siglo».
* Enviado especial a Estados Unidos
Acemás: Tarde de expectativas en la Fundación Cubano Americana
Un militante del Tea Party ayer, haciendo campaña en pleno día de votación en Austin, Texas. El elevado desempleo y el riesgo de desalojo de personas que se atrasaron en el pago de sus hipotecas cimentaron el voto conservador en EE.UU. |
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Miami - Tan sólo dos años atrás, Barack Obama emocionaba a multitudes en su camino a la presidencia. Un negro llegaba por fin a la Casa Blanca, un hito en sí mismo, al tiempo que asumía el desafío colosal de hacer frente a la peor crisis económica desde la Gran Depresión y al limbo de las dos guerras que dejaba abiertas George W. Bush.
Se abría una «nueva era», tal como anunciaba una y otra vez el Obama candidato y luego flamante presidente. Su impecable retórica le permitía navegar por los márgenes que imponen los publicistas y estrategas de la política. Tras los años de «blanco o negro» de la era Bush, Obama prometía el fin de la política confrontativa. Su esperanza implicaba acuerdos alejados de las «divisiones bipartidistas». En su teoría, los norteamericanos, unidos, lucharían por el bien común.
A 21 meses de su asunción como presidente, las urnas dieron cuenta ayer de una combinación de enojo y decepción en buena parte del electorado. El presidente recibió un duro shock de realidad, cuya magnitud cabal se podrá conocer recién hoy, con todas las bancas legislativas definidas. Los más duros de los duros, los que definen sus políticas como «socialistas» y no ahorran calificativos para desacreditarlo hasta en lo personal, llevaron al Partido Republicano a dominar la Cámara de Representantes y, al cierre de esta edición, lograban un avance significativo en el Senado, aunque parecía difícil que alcanzaran allí la mayoría (ver nota principal).
Una razón es la dominante para explicar la parte del proceso referida a la decepción: la persistencia de una crisis económica y social que afectó, por sobre todo, a la base popular de los demócratas. Desempleo (9,7%) y desalojos desinflaron buena parte del entusiasmo de los votantes que se habían inclinado por Obama en 2008.
En los pasados dos años, el presidente demócrata no logró el apoyo de la oposición para ninguno de sus proyectos estructurales, pese a que ofreció concesiones. ¿Fue Obama ingenuo a la hora de medir a sus adversarios, o «enemigos» en los términos de las últimas horas de la campaña, un giro retórico no menor?
«Creo que sí. Su carrera política previa había sido bastante corta. Por un lado, había tenido una experiencia de sólo seis años como senador local en Illinois y dos en el Senado de Washington cuando se lanzó a la presidencia. No tuvo muchas oportunidades de saber lo que es pactar para 'comprar' votos de los senadores, y probablemente no comprendió suficientemente lo dura que sería esa negociación», respondió a este diario Sean Foreman, docente de Ciencias Políticas de la Universidad de Barry, en Florida.
La crudeza de los enunciados del Tea Party, que ayer combatió en nombre del Partido Republicano en muchos estados, los millonarios fondos de financiamiento que llegaron, entre otros, del grupo Murdoch (Fox News), darán a Obama indicios de si confió demasiado en su capacidad de conciliar intereses.
Desangrado
El Gobierno demócrata se desangró en la batalla por la reforma sanitaria, que debió aprobar por mayoría simple en el Senado en marzo pasado sin apoyo republicano tras un año de intentos infructuosos de llegar a un acuerdo. El mandatario hasta llegó a ser comparado con Adolf Hitler en su intento por imponer regulaciones en uno de los sistemas sanitarios más ineficientes de los países desarrollados, que gastaba u$s 8.000 per cápita por año.
Quizás apresuradamente, Lewis Milledge, un abogado jubilado demócrata que acompañó a su hija a votar, parecía ayer resignado a que la reforma sanitaria sería revertida. En las puertas del Cocoplum Women's Club de South Miami, uno de los centros de votación, citaba ante Ámbito Financiero su propio caso. Antes de jubilarse debió pagar una cuota hasta cuatro veces mayor a la normal por enfermedades preexistentes. «Necesitamos tener una opción voluntaria de acceder a un seguro privado, pero ciertamente necesitamos una opción pública», una promesa de Obama que no logró pasar el filtro del Senado.
Su idea se asocia a cierta decepción con el presidente, incluso en la base de centroizquierda de los demócratas. El docente Foreman aludió a ese factor: «Durante la campaña, Obama se presentó a sí mismo como un candidato moderado. Una vez en el cargo, se movió a la izquierda, más de acuerdo con sus propias creencias, y el país no lo acompañó. Los demócratas más progresistas también están desilusionados, porque ven a Obama como a uno de los suyos que no alcanzó a cumplir lo que prometió».
El Tea Party, que anoche contaba los votos para saber su verdadera proyección, es por sobre todo fóbico a toda intervención estatal en la economía. El movimiento ultraconservador se siente inspirado en «los padres fundadores». Thomas Jefferson, y aquello de que «el mejor Gobierno es el que menos gobierna» es una de las máximas más citadas en las fiestas del té.
Lewis, el veterano abogado demócrata en apariencia resignado, les dedicaba ayer, en la soleada tarde de Miami, una respuesta ácida: «Si volvemos a las ideas de los padres fundadores, un negro es menos que una persona, y deberíamos volver a la esclavitud. El Gobierno debe adaptarse a las necesidades de este siglo».
* Enviado especial a Estados Unidos
Acemás: Tarde de expectativas en la Fundación Cubano Americana
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