Sebastián Lacunza
Editor-in-Chief
@sebalacunza
A seis años de su promulgación, la ley audiovisual, que en su origen prometía expandir y pluralizar el sistema de medios de Argentina, se encuentra ante un más que probable naufragio. Un colapso definitivo se produciría si el flamante gobierno de Mauricio Macri logra derogar la norma y deja el sistema de medios audiovisuales bajo la ley del mercado, objetivo enunciado por el ministro de Comunicaciones, el radical cordobés Oscar Aguad. Aunque en el PRO no todos piensan de modo tan extremo, habrá que creerle a Aguad, que por algo fue designado en el cargo.
Editor-in-Chief
@sebalacunza
A seis años de su promulgación, la ley audiovisual, que en su origen prometía expandir y pluralizar el sistema de medios de Argentina, se encuentra ante un más que probable naufragio. Un colapso definitivo se produciría si el flamante gobierno de Mauricio Macri logra derogar la norma y deja el sistema de medios audiovisuales bajo la ley del mercado, objetivo enunciado por el ministro de Comunicaciones, el radical cordobés Oscar Aguad. Aunque en el PRO no todos piensan de modo tan extremo, habrá que creerle a Aguad, que por algo fue designado en el cargo.
Si el objetivo de reemplazar la ley choca contra un bloqueo
en el Congreso (algo factible) o en la Justicia (algo menos factible), el texto que regula la radio, la TV y el cable podría quedar vigente sólo en la letra, no
en la práctica. Valga la excepción para el indeseable papel de actuar como adivinos: se puede prever que el gobierno de Macri guardará el texto en un cajón. Como
dijo Aguad, “una ley del Congreso no puede limitar la capacidad de un
presidente”. Serían sus principios republicanos.
La paradoja es que los próximos cuatro años no se vislumbran
muy distintos a los pasados seis. La erróneamente llamada ley de medios (sólo
comprende audiovisuales) apenas se aplicó bajo el mandato de un gobierno,
el de Cristina Fernández de Kirchner, que hizo de su disputa con el Grupo Clarín
la madre de todas las batallas. Con un mandato presidencial y medio en
funciones, se registran nuevas titularidades de radio,
cable y TV a manos de universidades, cooperativas y organizaciones comunitarias,
de las que sólo una fracción menor se encuentra operativa. Hubo fomento estatal para
capacitación y financiación de nuevas voces, pero la reconfiguración del
sistema privado de medios, objetivo central de la ley, quedó postergada.
El texto de la legislacíón audiovisual sancionada en 2009 recoge experiencias del norte de Europa, Estados Unidos y Canadá, países donde rigen
límites precisos a la concentración privada y medios públicos prestigiosos. Más
allá de la agitación que provocó su debate, la ley audiovisual argentina resultó
valorada en el ámbito académico internacional, sindicatos y referentes de
Naciones Unidas y la OEA.
Tanto prestigio sirvió para poco. La ley se vio
atenazada por los rivales en pugna. Por un lado, el Grupo Clarín logró la
complicidad en todos los niveles de la Justicia para demorar cuatro años el
capítulo anticoncentración. Una vez que la Corte Suprema se expidió sobre la
constitucionalidad, recién en octubre de 2013, la Autoridad Federal de
Servicios de Comunicación Audiovisual (AFSCA) realizó algunos movimientos
bruscos y arbitrarios, por lo que Clarín vio espacio para retomar el sueño de
los justos con nuevas cautelares.
La pinza se completó con una aplicación parcial y negligente de la ley por parte del gobierno de CFK. Ni siquiera se concretó un
plan técnico nacional que determinara las frecuencias disponibles y su potencia,
lo que permitiría el objetivo básico de dividir el espectro entre privados,
Estados y organizaciones sin fines de lucro.
Mientras el expediente de Clarín, uno de los grupos de
medios más grandes del mundo, logró un impasse eterno, la AFSCA disimuló irregularidades de otros multimedios hasta el límite del absurdo. De este modo,
si las primeras cautelares a favor de Clarín estuvieron basadas sobre la nada, la
segunda tanda de 2014, ya con la constitucionalidad fuera de duda, encontró asidero en el trato desigual por parte del ente
regulador.
El kirchnerismo se
apega a un aspecto saludable de la norma para reclamar estabilidad hasta el
2017 para el titular de la AFSCA, Martín Sabbatella, y los responsables de
medios públicos (aunque ya renunció el primer presidente de Radio Televisión Argentina,
Tristán Bauer, entre cuyos méritos, que los tuvo, no está el de haber construido medios plurales). El principio de mandatos cruzados entre
titulares del Poder Ejecutivo y reguladores y jefes de medios estatales rige en
varios países del mundo, con beneficios evidentes.
Hernán Lombardi, titular del sistema de medios púbicos
designado por Macri, exige el desplazamiento de Sabbatella y promete un giro
copernicano en el manejo del AFSCA, Canal 7, Radio Nacional y la agencia
estatal Télam. Más allá de sus dichos y de su actitud abierta durante la gestión del
área de cultura de la capital, el manejo de Radio Ciudad por parte del PRO (único
ejemplo para contrastar) no invita a esperar demasiada amplitud informativa,
así como tampoco el ofrecimiento del manejo de Canal 7 al productor del programa
televisivo de Mirtha Legrand, ciclo de denotado fervor macrista.
La legalidad ampara a Sabbatella pero Lombardi también tiene
algo de razón. Sería inédito que la línea editorial y las decisiones del ente
regulador continúen como hasta ahora, con sesgo kirchnerista indisimulado. Lo
legal, deseable y poco probable es que los medios públicos muestren una línea
diversa, que den cabida a voces ausentes en los comerciales y que
amplíen el horizonte informativo, pero el hecho de que las emisoras estatales actúen
con lealtad partidaria hacia la principal fracción opositora resultaría
intolerable. He aquí otro aspecto de la ley audiovisual, el de la pluralidad sellada en el artículo 121, que si se hubiera respetado, encontraría a las autoridades de
la AFSCA con mayor fortaleza para defender su cargo.
El abordaje de este tema es complejo, ya que ninguno de los
actores en pugna tiene toda la razón, aunque uno de ellos tiene la legalidad a su favor. A la luz de los días que estamos
viviendo, no vaya a ser cosa que en poco tiempo se concrete un panorama de
medios asfixiantemente monocolor, con el consecuente apagón informativo. Ello
estaría en las antípodas de lo que declama Macri.