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Sebastián Lacunza
Editor-in-Chief
@sebalacunza
El respaldo al PRO en la ciudad de Buenos Aires marca una llamativa estabilidad. Ya en tiempos de derrota frente a Aníbal Ibarra, Mauricio Macri cosechó 37,5 por ciento en primera vuelta y llegó a 46,5 por ciento en el ballottage. Es decir, una forma exitosa de perder. Era el año 2003, con el kirchnerismo naciente, cuando el partido fundado y financiado por Macri hacía su aparición fulgurante en el horizonte. En las siguientes victorias, en 2007 y 2011, una primera vuelta por encima del 45 por ciento para el PRO fue la antesala de ventajas aluvionales en segunda vuelta frente a Daniel Filmus.
Anoche quedó ratificado que el partido conservador de Buenos Aires tiene un piso elevadísimo, que torna muy dificultoso desplazarlo de la Jefatura de Gobierno. Macri jugó la carta de su mano derecha: Horacio Rodríguez Larreta, rostro supuestamente ejecutivo, hombre de gestión y poco carisma. En definitiva, nada nuevo bajo el sol. Ése era el perfil de Macri en sus comienzos.
Que tras ocho años de gobierno una administración obtenga el respaldo de 45 por ciento del electorado es un éxito inocultable, escenario que ratifica que la estrategia de Macri en la Ciudad es una de las más logradas post-crisis de 2001. Ésa es la lección que el jefe de Gobierno tiene para darle a todo el arco político que no es kirchnerista (FPV) ni trotskista (FIT), los otros dos frentes políticos nacionales que demostraron vocación real de elaborar un proyecto a mediano plazo.
Macri demostró una innovación clave para el panorama del centroderecha. Primero, tuvo paciencia y soportó derrotas. Congregó equipos desde diferentes corrientes sin poner en riesgo su liderazgo. Así, el PRO sumó a referentes de partidos de derecha tradicionales (Demócrata) y en proceso de desintegración (Ucedé, Demócrata Progresista); convocó a peronistas ortodoxos (Cristian Ritondo, Diego Santilli) y abrevó en la diáspora radical (Hernán Lombardi). Cosechó a militantes del campo social-católico (Gabriela Michetti) y de las ONG (Poder Ciudadano, Cippec, Greenpeace). Por sobre todo, se rodeó de un sinnúmero de personalidades que estaban fuera de la militancia política, muchas del campo empresarial, resalta el libro Mundo Pro. Supo agrupar a la intelectualidad conservadora y religiosa que, por ejemplo, enarboló la oposición al matrimonio igualitario, y, al mismo tiempo, dio espacio a rostros renovadores, militantes de la causa gay. En los últimos tiempos, el PRO abrió las puertas a dirigentes que lo habían denostado (Elisa Carrió) y se convirtió en un puerto de destino para el desvarío de la UCR, que le ofrece al macrismo la estructura nacional de la que éste carece.
Cristina Kirchner resumió la semana pasada que la gestión del PRO en la Ciudad eran “globos y chamuyo”. No es sólo eso. Además de obras valoradas por los porteños, el partido de Macri penetró en las villas de emergencia para pelear palmo a palmo con el kirchnerismo, como quedó demostrado ayer.
Sin embargo, el resultado de anoche también encendió una señal de alarma para el proyecto presidencial de Macri. Al cierre de esta edición, el panorama no estaba claro en Córdoba, pero todo indicaba que la alianza “suma todo” por fuera del peronismo no otorga victorias ni mucho menos. Ni siquiera funcionó en una provincia con un gobierno con muchos flancos, un electorado con fobia al kirchnerismo y penetración de la UCR en barrios y pueblos humildes.
De todas formas, el botín más preciado del PRO también está en riesgo. Pese a la ventaja de veinte puntos de Rodríguez Larreta sobre el centrista Martín Lousteau, el oficialismo porteño podría perder la Ciudad de Buenos Aires el próximo 19 de julio y, con ello, naufragaría ipso facto la candidatura presidencial de Macri.
El oficialismo de la Ciudad debe ir a buscar los apoyos que le faltan entre los que votaron al kirchnerismo y a las dos opciones de izquierda, el Frente de Izquierda y los Trabajadores y Autodeterminación y Libertad, de Luis Zamora. Ese casi 30 por ciento del electorado es el más adverso al PRO en términos ideológicos e identidad social, aunque también tiene una fuerte desconfianza hacia lo que considera el “falso centroizquierdismo” de Lousteau. En ese sentido, si la divisiva Elisa Carrió cobra protagonismo en la campaña para favorecer al candidato de ECO, Rodríguez Larreta podría obtener el oxígeno que necesita en dos semanas.
Sebastián Lacunza
Editor-in-Chief
@sebalacunza
El respaldo al PRO en la ciudad de Buenos Aires marca una llamativa estabilidad. Ya en tiempos de derrota frente a Aníbal Ibarra, Mauricio Macri cosechó 37,5 por ciento en primera vuelta y llegó a 46,5 por ciento en el ballottage. Es decir, una forma exitosa de perder. Era el año 2003, con el kirchnerismo naciente, cuando el partido fundado y financiado por Macri hacía su aparición fulgurante en el horizonte. En las siguientes victorias, en 2007 y 2011, una primera vuelta por encima del 45 por ciento para el PRO fue la antesala de ventajas aluvionales en segunda vuelta frente a Daniel Filmus.
Anoche quedó ratificado que el partido conservador de Buenos Aires tiene un piso elevadísimo, que torna muy dificultoso desplazarlo de la Jefatura de Gobierno. Macri jugó la carta de su mano derecha: Horacio Rodríguez Larreta, rostro supuestamente ejecutivo, hombre de gestión y poco carisma. En definitiva, nada nuevo bajo el sol. Ése era el perfil de Macri en sus comienzos.
Que tras ocho años de gobierno una administración obtenga el respaldo de 45 por ciento del electorado es un éxito inocultable, escenario que ratifica que la estrategia de Macri en la Ciudad es una de las más logradas post-crisis de 2001. Ésa es la lección que el jefe de Gobierno tiene para darle a todo el arco político que no es kirchnerista (FPV) ni trotskista (FIT), los otros dos frentes políticos nacionales que demostraron vocación real de elaborar un proyecto a mediano plazo.
Macri demostró una innovación clave para el panorama del centroderecha. Primero, tuvo paciencia y soportó derrotas. Congregó equipos desde diferentes corrientes sin poner en riesgo su liderazgo. Así, el PRO sumó a referentes de partidos de derecha tradicionales (Demócrata) y en proceso de desintegración (Ucedé, Demócrata Progresista); convocó a peronistas ortodoxos (Cristian Ritondo, Diego Santilli) y abrevó en la diáspora radical (Hernán Lombardi). Cosechó a militantes del campo social-católico (Gabriela Michetti) y de las ONG (Poder Ciudadano, Cippec, Greenpeace). Por sobre todo, se rodeó de un sinnúmero de personalidades que estaban fuera de la militancia política, muchas del campo empresarial, resalta el libro Mundo Pro. Supo agrupar a la intelectualidad conservadora y religiosa que, por ejemplo, enarboló la oposición al matrimonio igualitario, y, al mismo tiempo, dio espacio a rostros renovadores, militantes de la causa gay. En los últimos tiempos, el PRO abrió las puertas a dirigentes que lo habían denostado (Elisa Carrió) y se convirtió en un puerto de destino para el desvarío de la UCR, que le ofrece al macrismo la estructura nacional de la que éste carece.
Cristina Kirchner resumió la semana pasada que la gestión del PRO en la Ciudad eran “globos y chamuyo”. No es sólo eso. Además de obras valoradas por los porteños, el partido de Macri penetró en las villas de emergencia para pelear palmo a palmo con el kirchnerismo, como quedó demostrado ayer.
Sin embargo, el resultado de anoche también encendió una señal de alarma para el proyecto presidencial de Macri. Al cierre de esta edición, el panorama no estaba claro en Córdoba, pero todo indicaba que la alianza “suma todo” por fuera del peronismo no otorga victorias ni mucho menos. Ni siquiera funcionó en una provincia con un gobierno con muchos flancos, un electorado con fobia al kirchnerismo y penetración de la UCR en barrios y pueblos humildes.
De todas formas, el botín más preciado del PRO también está en riesgo. Pese a la ventaja de veinte puntos de Rodríguez Larreta sobre el centrista Martín Lousteau, el oficialismo porteño podría perder la Ciudad de Buenos Aires el próximo 19 de julio y, con ello, naufragaría ipso facto la candidatura presidencial de Macri.
El oficialismo de la Ciudad debe ir a buscar los apoyos que le faltan entre los que votaron al kirchnerismo y a las dos opciones de izquierda, el Frente de Izquierda y los Trabajadores y Autodeterminación y Libertad, de Luis Zamora. Ese casi 30 por ciento del electorado es el más adverso al PRO en términos ideológicos e identidad social, aunque también tiene una fuerte desconfianza hacia lo que considera el “falso centroizquierdismo” de Lousteau. En ese sentido, si la divisiva Elisa Carrió cobra protagonismo en la campaña para favorecer al candidato de ECO, Rodríguez Larreta podría obtener el oxígeno que necesita en dos semanas.