Escribe
Sebastián Lacunza
Elisa Carrió ha denunciado a los cuatro vientos que Aníbal Fernández es narcotraficante. La respuesta mediática del senador bonaerense es que la diputada porteña "no tiene los patitos en fila". Extraña conclusión a la que llega un legislador que, cuando intenta entablar una demanda civil por el supuesto daño, se encuentra con que Carrió, en una estrategia nada irracional, se ampara en sus fueros.
Fernández está lejos de ser el único que cae con frecuencia en esta descalificación machista. Que Carrió "está loca" se ha transformado en un lugar común, no sólo entre sus adversarios sino también entre sus partidarios. Hasta la propia diputada parece sentirse cómoda en el singular margen que supone la locura.
Lo más disonante de la estigmatización sexista contra Carrió proviene desde sectores que se asumen de izquierda; un colectivo que, en principio, brega por la igualdad. Dirigentes políticos y medios de comunicación que llevan la bandera de la equidad de género, los derechos sexuales, las nuevas identidades y la lucha contra la violencia machista muchas veces priorizan el agravio sobre la "locura" de Carrió por sobre las diferencias ideológicas, metodológicas y políticas. Quizás se trate de un síntoma de los intrincados caminos que transita el germen de la discriminación. En este caso, el ataque incluye una doble vertiente. La mujer es apartada de la discusión racional porque está "loca" (subyace la histeria y otras "desviaciones" femeninas) y, a su vez, se utiliza una supuesta psicopatología como un arma de agravio. No hay lugar para los débiles.
Una de las vías de acceso al estigma de Carrió es su misticismo. La precandidata presidencial del Frente Amplio Unen ha narrado experiencias divinas. Si ése es el motivo, vivimos en un país de locos, habida cuenta de los millones de argentinos que se movilizan para pedir o agradecer milagros a una veintena de santos, o de las decenas de miles que cantan mantras en los minutos finales de la clase de yoga para comunicarse con el más allá.
¿Será Carrió la única dirigente política que recibe mensajes de Dios? Vale recordar que el último presidente republicano de EE.UU. superó el grave alcoholismo que padecía sin necesidad de tratamiento: bastó una noche mística, según explicó. Y años después, también desde arriba llegó la orden de ser candidato presidencial ("sentí la llamada", le dijo a un pastor en 1998). Hay más. Maduro se comunica con su fallecido predecesor a través de un pajarito, mientras son legión los dirigentes de la derecha chilena que militan más discretamente en organizaciones católicas integristas, de esas que también otorgan mandatos. Y sin embargo, la "locura" lanzada como mancha venenosa sobre los líderes mencionados ocupa un lugar mucho más irrelevante que en el caso de Carrió.
No sólo es cuestión de rivales. Cuando la diputada azuza a sus correligionarios del Frente Amplio Unen (les ha dicho "estúpidos", "corruptos" y "mediocres"), éstos apelan a una muletilla y a una media sonrisa: "Lilita es Lilita". Así, con esa insinuación de que la diputada chaqueña no está en sus cabales, Julio Cobos,Ricardo Gil Laavedra o Ernesto Sanz han salido del paso en lugar de adentrarse en un debate que podría ser productivo para definir el perfil de su frente electoral.
Sin embargo, el denunciado desvarío de Carrió tampoco se limita a sus adversarios o a quienes deben compartir un espacio con fines electorales. "Elisa Carrió está loca, clínicamente loca", diagnosticó el periodista Jorge Lanata, quien ha manifestado públicamente su aprecio por la líder de la Coalición Cívica, al punto de que alguna vez meditó ser candidato de su agrupación.
En esta acepción de la locura "buena", que excede a Lanata y alcanza a buena parte de sus partidarios, la supuesta alteración psíquica se transforma en una herramienta sanadora. La tesis sostiene que, ante un juego dominado por voraces políticos que traman ingenierías corruptas para beneficiarse y pactar con las mafias, una dirigente investida de purismo, con la fuerza de los cruzados, es capaz de desbaratar el tablero. Según este postulado, Carrió rompe la lógica, enciende fogatas, despierta conciencias y acorrala a la corrupción. Quizás la diputada no sirva, admiten sus admiradores, para armar frentes electorales con potencialidad de gobierno, pero "es útil para la democracia".
Acaso allí se encuentre el motivo por el que la propia diputada no elude el estigma sino que se muestra a gusto, como cuando se define ante las cámaras como "gorda, provinciana y periférica", entre otras singularidades.
El cúmulo de agravios por las supuestas alteraciones mentales de Carrió, así como la versión benévola, resultan un atajo atractivo para eludir un debate adulto sobre quién es una de las protagonistas indiscutibles de la política argentina, tres veces candidata presidencial. La "locura" viene a cuento, a veces, para rechazar in limine toda denuncia que provenga de su boca; otras, para disimular sus silencios, sus contradicciones, sus complicidades.
Queda pendiente, entonces, un análisis en clave política, que es el que corresponde a una protagonista de su dimensión. Un abordaje que contemple que las predicciones misteriosas, el personalismo, los volantazos ideológicos y la omnipresencia mediática encuentran eco en un ambiente en el que la rumorología ocupa un lugar central, y en una sociedad que tiende a dar crédito a quien promete (o simula) develar tramas siniestras.
@sebalacunza
Fernández está lejos de ser el único que cae con frecuencia en esta descalificación machista. Que Carrió "está loca" se ha transformado en un lugar común, no sólo entre sus adversarios sino también entre sus partidarios. Hasta la propia diputada parece sentirse cómoda en el singular margen que supone la locura.
Lo más disonante de la estigmatización sexista contra Carrió proviene desde sectores que se asumen de izquierda; un colectivo que, en principio, brega por la igualdad. Dirigentes políticos y medios de comunicación que llevan la bandera de la equidad de género, los derechos sexuales, las nuevas identidades y la lucha contra la violencia machista muchas veces priorizan el agravio sobre la "locura" de Carrió por sobre las diferencias ideológicas, metodológicas y políticas. Quizás se trate de un síntoma de los intrincados caminos que transita el germen de la discriminación. En este caso, el ataque incluye una doble vertiente. La mujer es apartada de la discusión racional porque está "loca" (subyace la histeria y otras "desviaciones" femeninas) y, a su vez, se utiliza una supuesta psicopatología como un arma de agravio. No hay lugar para los débiles.
Una de las vías de acceso al estigma de Carrió es su misticismo. La precandidata presidencial del Frente Amplio Unen ha narrado experiencias divinas. Si ése es el motivo, vivimos en un país de locos, habida cuenta de los millones de argentinos que se movilizan para pedir o agradecer milagros a una veintena de santos, o de las decenas de miles que cantan mantras en los minutos finales de la clase de yoga para comunicarse con el más allá.
¿Será Carrió la única dirigente política que recibe mensajes de Dios? Vale recordar que el último presidente republicano de EE.UU. superó el grave alcoholismo que padecía sin necesidad de tratamiento: bastó una noche mística, según explicó. Y años después, también desde arriba llegó la orden de ser candidato presidencial ("sentí la llamada", le dijo a un pastor en 1998). Hay más. Maduro se comunica con su fallecido predecesor a través de un pajarito, mientras son legión los dirigentes de la derecha chilena que militan más discretamente en organizaciones católicas integristas, de esas que también otorgan mandatos. Y sin embargo, la "locura" lanzada como mancha venenosa sobre los líderes mencionados ocupa un lugar mucho más irrelevante que en el caso de Carrió.
No sólo es cuestión de rivales. Cuando la diputada azuza a sus correligionarios del Frente Amplio Unen (les ha dicho "estúpidos", "corruptos" y "mediocres"), éstos apelan a una muletilla y a una media sonrisa: "Lilita es Lilita". Así, con esa insinuación de que la diputada chaqueña no está en sus cabales, Julio Cobos,Ricardo Gil Laavedra o Ernesto Sanz han salido del paso en lugar de adentrarse en un debate que podría ser productivo para definir el perfil de su frente electoral.
Sin embargo, el denunciado desvarío de Carrió tampoco se limita a sus adversarios o a quienes deben compartir un espacio con fines electorales. "Elisa Carrió está loca, clínicamente loca", diagnosticó el periodista Jorge Lanata, quien ha manifestado públicamente su aprecio por la líder de la Coalición Cívica, al punto de que alguna vez meditó ser candidato de su agrupación.
En esta acepción de la locura "buena", que excede a Lanata y alcanza a buena parte de sus partidarios, la supuesta alteración psíquica se transforma en una herramienta sanadora. La tesis sostiene que, ante un juego dominado por voraces políticos que traman ingenierías corruptas para beneficiarse y pactar con las mafias, una dirigente investida de purismo, con la fuerza de los cruzados, es capaz de desbaratar el tablero. Según este postulado, Carrió rompe la lógica, enciende fogatas, despierta conciencias y acorrala a la corrupción. Quizás la diputada no sirva, admiten sus admiradores, para armar frentes electorales con potencialidad de gobierno, pero "es útil para la democracia".
Acaso allí se encuentre el motivo por el que la propia diputada no elude el estigma sino que se muestra a gusto, como cuando se define ante las cámaras como "gorda, provinciana y periférica", entre otras singularidades.
El cúmulo de agravios por las supuestas alteraciones mentales de Carrió, así como la versión benévola, resultan un atajo atractivo para eludir un debate adulto sobre quién es una de las protagonistas indiscutibles de la política argentina, tres veces candidata presidencial. La "locura" viene a cuento, a veces, para rechazar in limine toda denuncia que provenga de su boca; otras, para disimular sus silencios, sus contradicciones, sus complicidades.
Queda pendiente, entonces, un análisis en clave política, que es el que corresponde a una protagonista de su dimensión. Un abordaje que contemple que las predicciones misteriosas, el personalismo, los volantazos ideológicos y la omnipresencia mediática encuentran eco en un ambiente en el que la rumorología ocupa un lugar central, y en una sociedad que tiende a dar crédito a quien promete (o simula) develar tramas siniestras.
@sebalacunza