Escribe
Sebastián Lacunza
Se elaboran rankings para todos los gustos. En general, resulta tentador observar un listado que acomode a los países de acuerdo con diferentes variables. Desarrollo humano, libertad económica, rendimiento educativo, felicidad, producto bruto, alfabetismo, libertad de expresión, calidad democrática y un sinfín de categorías alimentan titulares de medios de comunicación.
Sin embargo, no toda infografía o mapa colorido aporta alguna utilidad. Hasta los técnicos de programas de Naciones Unidas como el PNUD y el UNCTAD advierten sobre los riesgos de las comparaciones fallidas, por ejemplo, en aspectos tan básicos como los porcentajes de pobreza. En ese rubro, según explican, entran a jugar tanto institutos estadísticos de diferente confiabilidad como estándares dispares sobre el umbral de pobreza. Así, en 2008, según la estadística del Banco Mundial (BM) que toma índices nacionales de pobreza, Afganistán exhibía un 36% de pobres; Bielorrusia, 6,1; Brasil, 22,6; Colombia, 42; Chile 15,1 (2009), Uruguay, 20,9 (2009), Polonia, 10,6; Ghana 28,5; Irak, 22,9; Marruecos, 9 y Egipto, 22. Dado que el olfato indica severas distorsiones en esta comparación, el propio BM y otros organismos internacionales abrevan en datos más certeros, como el coeficiente Gini que mide desigualdad, la población que vive con menos de u$s 2 por día o el índice de Desarrollo Humano, elaborado por el PNUD con variables complejas y controladas.
Casos de estudio son los que ofrecen organizaciones privadas, como el Cato Institute o la Heritage Foundation/The Wall Street Journal, que elaboran año a año sendos rankings de libertad económica. Aparecen allí más rarezas. Para la conservadora Heritage, la Argentina ocupó en 2012 el puesto 158 entre 179 naciones computadas, sólo 19 puestos más arriba que la comunista Cuba y muy por detrás de muchos países africanos en los que hablar de Estado y capitalismo parece un exceso. Tan volubles son estas mediciones, que Heritage colocó a Estados Unidos en el décimo puesto y el más liberal Cato Institute lo ubicó bastante más atrás, 18°.
En otro orden, la comparación de percepciones puede servir para indagar, por ejemplo, en qué país tiene mejor o peor aceptación una figura global (Barack Obama, Fidel Castro, Benedicto XVI). La contracara son los muestreos sobre la percepción de corrupción o libertad en cada país que luego son volcados a listados, sin reparar en aspectos culturales e históricos en los que se inscriben dichos valores. ¿Significa lo mismo la libertad para una afgana que admite un islamismo riguroso, que para un cubano cuando el comunismo funcionaba, o para ese mismo cubano hoy, o para un desocupado español? ¿Un argentino toma en cuenta las mismas variables para ponderar la libertad de prensa en 2013 que diez años atrás?
Transparencia Internacional (TI) es una organización que logra alto impacto con su ranking anual sobre corrupción. Con lógica, explica en sus bases que no es posible establecer comparaciones entre la cantidad de casos de corrupción conocidos públicamente (las dictaduras saldrían beneficiadas), ni sirve contabilizar los procesos o sentencias judiciales (el limbo judicial de cada país frustraría tal intento). Entonces, TI opta por preguntar en cada mercado la percepción de la corrupción en el sector público, lo cual ilumina un listado llamativo. Emiratos que recién exploran algún esbozo democrático se ubican entre los mejores 30. Chile se destaca en el puesto 20 (¿percibirán los chilenos alguna contradicción en los innumerables cruces entre su dirigencia política y el rentable negocio de la universidad privada?). No les va tan mal a la problemática Georgia, al complejo Brasil ni a la monarquía dictatorial saudita (allí, las mujeres que quieran conducir un auto ni intentarán coimear por un registro). Los tres superan a Italia. Venezuela se ubica pésimo (165 sobre 174) y sólo tiene por detrás a países en guerra o bajo dictaduras atroces. Ni hablar de Ghana, que está mucho mejor que la Argentina. Se sabe, en Accra, la Justicia funciona mucho mejor que en Buenos Aires, como demostró el expediente de la fragata.
@sebalacunza
Sebastián Lacunza
Se elaboran rankings para todos los gustos. En general, resulta tentador observar un listado que acomode a los países de acuerdo con diferentes variables. Desarrollo humano, libertad económica, rendimiento educativo, felicidad, producto bruto, alfabetismo, libertad de expresión, calidad democrática y un sinfín de categorías alimentan titulares de medios de comunicación.
Sin embargo, no toda infografía o mapa colorido aporta alguna utilidad. Hasta los técnicos de programas de Naciones Unidas como el PNUD y el UNCTAD advierten sobre los riesgos de las comparaciones fallidas, por ejemplo, en aspectos tan básicos como los porcentajes de pobreza. En ese rubro, según explican, entran a jugar tanto institutos estadísticos de diferente confiabilidad como estándares dispares sobre el umbral de pobreza. Así, en 2008, según la estadística del Banco Mundial (BM) que toma índices nacionales de pobreza, Afganistán exhibía un 36% de pobres; Bielorrusia, 6,1; Brasil, 22,6; Colombia, 42; Chile 15,1 (2009), Uruguay, 20,9 (2009), Polonia, 10,6; Ghana 28,5; Irak, 22,9; Marruecos, 9 y Egipto, 22. Dado que el olfato indica severas distorsiones en esta comparación, el propio BM y otros organismos internacionales abrevan en datos más certeros, como el coeficiente Gini que mide desigualdad, la población que vive con menos de u$s 2 por día o el índice de Desarrollo Humano, elaborado por el PNUD con variables complejas y controladas.
Casos de estudio son los que ofrecen organizaciones privadas, como el Cato Institute o la Heritage Foundation/The Wall Street Journal, que elaboran año a año sendos rankings de libertad económica. Aparecen allí más rarezas. Para la conservadora Heritage, la Argentina ocupó en 2012 el puesto 158 entre 179 naciones computadas, sólo 19 puestos más arriba que la comunista Cuba y muy por detrás de muchos países africanos en los que hablar de Estado y capitalismo parece un exceso. Tan volubles son estas mediciones, que Heritage colocó a Estados Unidos en el décimo puesto y el más liberal Cato Institute lo ubicó bastante más atrás, 18°.
En otro orden, la comparación de percepciones puede servir para indagar, por ejemplo, en qué país tiene mejor o peor aceptación una figura global (Barack Obama, Fidel Castro, Benedicto XVI). La contracara son los muestreos sobre la percepción de corrupción o libertad en cada país que luego son volcados a listados, sin reparar en aspectos culturales e históricos en los que se inscriben dichos valores. ¿Significa lo mismo la libertad para una afgana que admite un islamismo riguroso, que para un cubano cuando el comunismo funcionaba, o para ese mismo cubano hoy, o para un desocupado español? ¿Un argentino toma en cuenta las mismas variables para ponderar la libertad de prensa en 2013 que diez años atrás?
Transparencia Internacional (TI) es una organización que logra alto impacto con su ranking anual sobre corrupción. Con lógica, explica en sus bases que no es posible establecer comparaciones entre la cantidad de casos de corrupción conocidos públicamente (las dictaduras saldrían beneficiadas), ni sirve contabilizar los procesos o sentencias judiciales (el limbo judicial de cada país frustraría tal intento). Entonces, TI opta por preguntar en cada mercado la percepción de la corrupción en el sector público, lo cual ilumina un listado llamativo. Emiratos que recién exploran algún esbozo democrático se ubican entre los mejores 30. Chile se destaca en el puesto 20 (¿percibirán los chilenos alguna contradicción en los innumerables cruces entre su dirigencia política y el rentable negocio de la universidad privada?). No les va tan mal a la problemática Georgia, al complejo Brasil ni a la monarquía dictatorial saudita (allí, las mujeres que quieran conducir un auto ni intentarán coimear por un registro). Los tres superan a Italia. Venezuela se ubica pésimo (165 sobre 174) y sólo tiene por detrás a países en guerra o bajo dictaduras atroces. Ni hablar de Ghana, que está mucho mejor que la Argentina. Se sabe, en Accra, la Justicia funciona mucho mejor que en Buenos Aires, como demostró el expediente de la fragata.
@sebalacunza