Una mujer lee uno de los ejemplares de El País que no pudieron ser frenados por la dirección del diario.
Sebastián Lacunza
Se trata del diario de habla hispana más influyente, con méritos insoslayables, como una cantidad de corresponsales y colaboradores en el mundo que no tiene parangón en otros periódicos en castellano. De centroizquierda en sus comienzos, en plena transición española, fue virando a posiciones cada vez más moderadas. En definitiva, un curso no muy diferente al de los partidos socialdemócratas europeos en cuyo ideario siempre se ubicó el diario líder de España.
El País es uno de los pocos medios de Iberoamérica con la figura del defensor del lector que cumple su función con algún grado de autonomía de la dirección. Así, los lectores del medio pudieron saber, en un tiempo prudencial, algo de las explicaciones de la jerarquía cuando la empresa resultó cuestionada por supuestamente confundir sus intereses económicos con los editoriales; extremo inhabitual, por ejemplo, en la Argentina.
Por citar ejemplos recientes, las páginas del «periódico independiente de la mañana» de Madrid se abrieron a los reclamos de muchos que vieron un brusco cambio de línea editorial contra José Luis Rodríguez Zapaterocuando se agudizó, en 2009, la disputa por el negocio de la televisación del fútbol, que había dominado durante años Prisa, editora de El País.
Otro hito es de noviembre pasado, cuando la empresa despidió a 129 periodistas. En la barrida cayeron varios históricos que al parecer no obedecían a pie y juntillas el rumbo cada vez más pragmático diseñado por el directivo Juan Luis Cebrián y el director de la redacción, Javier Moreno Barber, señalado como mentor de la desdichada foto de ayer. También entonces hubo espacio para que el defensor del lector diera cuenta de la profusión de críticas.
Enric González, uno de los despedidos que había ocupado varios cargos de importancia, escribió entonces en la web: «Que yo deje un empleo carece de interés. Que más de diez docenas de periodistas sean despedidos de un periódico que baña en oro a sus directivos y derrocha el dinero en estupideces es bastante grave».
Broncas aparte, este punto puede ser crucial. Acaso la ausencia de opiniones diversas en el seno de la redacción, de alguien que pudiera plantarse con autoridad para frenar un dislate o que tuviera incentivos para hacerlo, haya habilitado a la dirección del diario a cometer el mayor error en 37 años de historia. No será fácil encontrar muchos medios escritos en el mundo con tantos filtros como El País, que sin embargo se tornan inocuos cuando las redacciones se burocratizan o las decisiones se encapsulan.
Se produjo entonces el miércoles un fallido antológico al que también parece haber aportado una aproximación monolítica del periódico sobre Venezuela, en la que el análisis binario parece dirimirse entre buenos y malos. En ese contexto poco complejo, Hugo Chávez ocupa el lugar del más malo, y con el objetivo del denuesto, vale casi todo, pasando por alto cuestiones elementales.
La foto carecía de interés periodístico aun si se tratara de Chávez. En el texto que acompañaba la falsa imagen del presidente venezolano, por la que El País pagó probablemente 30.000 euros, se admitía que no constaban autoría, fecha y lugar en que había sido registrada. Por lo tanto, no tenía ninguna utilidad para desmentir la versión oficial de una sensible mejoría del presidente en la última semana, único objetivo que habría justificado vulnerar el derecho a la privacidad que le cabe a toda persona, y Chávez, que se sepa, es persona.
Si bien el Gobierno venezolano ha sido confuso y ha ocultado información sobre la enfermedad de Chávez desde que surgió el cuadro, a mediados de 2011, ha venido siendo claro en cuanto a la gravedad de la recaída del mandatario en diciembre pasado, e informó con amplitud sobre la infección pulmonar que complicó el período posoperatorio. Por lo tanto, si la foto (bastante confusa por cierto, con manos y aparatos que le restaban claridad al rostro) hubiera sido tomada, por caso, hace tres semanas, no habría aportado ninguna novedad.
Otro capítulo merece la actitud de El País una vez que sus directivos se enteraron por Twitter del error cometido. En plena madrugada española, decidieron frenar la distribución y retirar los ejemplares, para reemplazarlos por otra edición de urgencia que apenas llegó a algunos puntos de España. Suena absurdo sostener que el retiro de ejemplares de un kiosko es censura si lo realiza cualquier actor menos la empresa editora. El diario El País de ayer tenía un gran valor periodístico, aunque distinto del pensado originalmente, a tal punto de que fue noticia en todo el mundo. También, claro está, era interesante con fines académicos. Por lo cual, al privar el acceso al diario tal como había sido concebido, impreso y distribuido, cabe preguntarse si no ocurrió algo parecido a la censura. Sería difícil de entender que el objetivo del levantamiento de ejemplares fue rectificar para no causar un daño (¿a quién?), cuando, gracias a las redes sociales y los otros medios, todo el mundo se enteró temprano de que se trataba de una noticia falsa. Por lo demás, dados los escuetos pedidos de disculpas emitidos hasta anoche, no parecía haber tanta voluntad de ser perdonado como de protegerse y justificarse del ridículo.