Soraya Sáenz de Santamaría |
Sebastián Lacunza
Para nadie es un secreto que en el Partido Popular (PP) prevalecen las voces españolas más agrias hacia el Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y el de su predecesor y esposo, Néstor Kirchner.
Con diferentes acentos y pasiones, en el PP se cuestiona todo del oficialismo argentino. En un extremo, el más vinculado a un influyente sector mediático y que no es el liderado por Mariano Rajoy, explicitan una prevención ideológica que abreva en los tópicos más exacerbados del antikirchnerismo. A saber, la militancia de la Presidente y su fallecido esposo en los 70, a la que asocian sin mucho prurito con Montoneros. Para el imaginario de ese núcleo, los kirchneristas pecan doblemente: son peronistas y de izquierda. En lo que sería el colmo -siempre de acuerdo con su versión-, son casi chavistas.
Bastante más generalizada entre los conservadores, incluido en este caso el segmento más centrista liderado por Rajoy, es la desconfianza hacia la Casa Rosada por lo que califican como «inseguridad jurídica» y el tratamiento de las inversiones españolas en general.
La distancia del PP hacia los Kirchner quedó expuesta en mayo de 2010 en boca de la ahora vicepresidenta y ministra de Gobierno española, Soraya Sáenz de Santamaría. Cristina Kirchner había visitado en Madrid al juez español Baltazar Garzón para expresarle su solidaridad por el castigo que le fuera impuesto por haber intentado investigar los crímenes del franquismo. La Presidente argentina se declaró «preocupada, sorprendida y dolida» por la suspensión del magistrado. Ello provocó revuelo en la derecha española, y Sáenz de Santamaría, la más «marianista» de los conservadores y entonces vocera del bloque del PP en Diputados, lanzó: «La señora Kirchner y su marido son los menos indicados para dar lecciones de Justicia y seguridad jurídica a nadie... Es intolerable que venga de afuera a dar lecciones de respeto a la Justicia».
Sin embargo, más allá de ese chisporroteo, entra a jugar otro factor: la relación personal entre el flamante jefe de Gobierno español y Cristina de Kirchner ha sido «cálida» y «constructiva», en términos de Jorge Moragas, un hombre clave que ayer puso un pie en La Moncloa junto con el mandatario, de quien es mano derecha. Al igual que ocurriera con el chileno Sebastián Piñera, en los papeles tan o más opuesto a los Kirchner que Rajoy, algunos encuentros con contenido reservado en la Casa Rosada fueron charlas amables y con más coincidencias de las que se admiten en público, según testigos de esas citas.
El flamante Ejecutivo conservador español tiene buenos motivos para llevar por buen carril el vínculo con la tercera economía latinoamericana y cuarto país de habla hispana en cantidad de habitantes. Los balances de las casas matrices ibéricas arrojan en estos meses números deprimentes, que son compensados por las remesas que llegan de Latinoamérica.
«Los lazos son muy estrechos. Las inversiones de España son una prueba de que a nosotros nos gusta el país; Argentina es una tierra de acogida para hacer negocios», sintetizó Moragas semanas atrás ante este diario en Madrid.
Los cables norteamericanos difundidos por WikiLeaks dieron cuenta de que Rajoy expresó hace dos años su inquietud por la «complicada» situación de los inversores españoles en Argentina. Nada del otro mundo. Al fin y al cabo, según las filtraciones, mucho más lapidarios que Rajoy fueron funcionarios del Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero, que se suponía afín al argentino.
Quien tampoco ahorra calificativos para criticar el curso político de Latinoamérica esJosé María Aznar. En cambio, el exgobernante conservador sí se ahorra cuestionar directamente a Cristina. Aunque Aznar se encuentra distanciado de Rajoy y no parece haber pesado mucho en el gabinete, alguna parte de las relaciones de España con la Argentina seguirán pasando por sus manos, en carácter de ejecutivo de firmas como Barrick Gold (minas), Endesa (energía) y News Corporation, de Rupert Murdoch (Fox). Similar tarea le cabría a Felipe González por Gas Natural y en su condición de amigo del mexicano Carlos Slim (Telmex).
Con diferentes acentos y pasiones, en el PP se cuestiona todo del oficialismo argentino. En un extremo, el más vinculado a un influyente sector mediático y que no es el liderado por Mariano Rajoy, explicitan una prevención ideológica que abreva en los tópicos más exacerbados del antikirchnerismo. A saber, la militancia de la Presidente y su fallecido esposo en los 70, a la que asocian sin mucho prurito con Montoneros. Para el imaginario de ese núcleo, los kirchneristas pecan doblemente: son peronistas y de izquierda. En lo que sería el colmo -siempre de acuerdo con su versión-, son casi chavistas.
Bastante más generalizada entre los conservadores, incluido en este caso el segmento más centrista liderado por Rajoy, es la desconfianza hacia la Casa Rosada por lo que califican como «inseguridad jurídica» y el tratamiento de las inversiones españolas en general.
La distancia del PP hacia los Kirchner quedó expuesta en mayo de 2010 en boca de la ahora vicepresidenta y ministra de Gobierno española, Soraya Sáenz de Santamaría. Cristina Kirchner había visitado en Madrid al juez español Baltazar Garzón para expresarle su solidaridad por el castigo que le fuera impuesto por haber intentado investigar los crímenes del franquismo. La Presidente argentina se declaró «preocupada, sorprendida y dolida» por la suspensión del magistrado. Ello provocó revuelo en la derecha española, y Sáenz de Santamaría, la más «marianista» de los conservadores y entonces vocera del bloque del PP en Diputados, lanzó: «La señora Kirchner y su marido son los menos indicados para dar lecciones de Justicia y seguridad jurídica a nadie... Es intolerable que venga de afuera a dar lecciones de respeto a la Justicia».
Sin embargo, más allá de ese chisporroteo, entra a jugar otro factor: la relación personal entre el flamante jefe de Gobierno español y Cristina de Kirchner ha sido «cálida» y «constructiva», en términos de Jorge Moragas, un hombre clave que ayer puso un pie en La Moncloa junto con el mandatario, de quien es mano derecha. Al igual que ocurriera con el chileno Sebastián Piñera, en los papeles tan o más opuesto a los Kirchner que Rajoy, algunos encuentros con contenido reservado en la Casa Rosada fueron charlas amables y con más coincidencias de las que se admiten en público, según testigos de esas citas.
El flamante Ejecutivo conservador español tiene buenos motivos para llevar por buen carril el vínculo con la tercera economía latinoamericana y cuarto país de habla hispana en cantidad de habitantes. Los balances de las casas matrices ibéricas arrojan en estos meses números deprimentes, que son compensados por las remesas que llegan de Latinoamérica.
«Los lazos son muy estrechos. Las inversiones de España son una prueba de que a nosotros nos gusta el país; Argentina es una tierra de acogida para hacer negocios», sintetizó Moragas semanas atrás ante este diario en Madrid.
Los cables norteamericanos difundidos por WikiLeaks dieron cuenta de que Rajoy expresó hace dos años su inquietud por la «complicada» situación de los inversores españoles en Argentina. Nada del otro mundo. Al fin y al cabo, según las filtraciones, mucho más lapidarios que Rajoy fueron funcionarios del Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero, que se suponía afín al argentino.
Quien tampoco ahorra calificativos para criticar el curso político de Latinoamérica esJosé María Aznar. En cambio, el exgobernante conservador sí se ahorra cuestionar directamente a Cristina. Aunque Aznar se encuentra distanciado de Rajoy y no parece haber pesado mucho en el gabinete, alguna parte de las relaciones de España con la Argentina seguirán pasando por sus manos, en carácter de ejecutivo de firmas como Barrick Gold (minas), Endesa (energía) y News Corporation, de Rupert Murdoch (Fox). Similar tarea le cabría a Felipe González por Gas Natural y en su condición de amigo del mexicano Carlos Slim (Telmex).
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