Joseph Ratzinger coronó esta semana un cambio de paradigma en el discurso del Vaticano. Todavía faltan datos, dichos, gestos, acciones para una ruptura copernicana con respecto a la era Juan Pablo II. No es un dato menor, y lo explica bien el corresponsal de El País en Italia. Este párrafo es tremendo:
Para entenderlo fácil: hay sólo dos equipos: en uno está Ratzinger con una docena escasa de cardenales y obispos y su desbordado jefe de prensa, Federico Lombardi. En el otro están Castrillón, otros prelados latinoamericanos y la curia wojtyliana que durante décadas protegió de forma sórdida a Marcial Maciel y otros pederastas (Sodano, Somalo, Dwizisz, Silvestrini...). Las declaraciones de ayer, improvisadas pero muy poco, dan un giro copernicano a esa larga guerra. Ratzinger parecía estar avisando a los creyentes a través de los periodistas: no creáis que The New York Times, EL PAÍS, Le Monde o Suddeutsche Zeitung son mis enemigos. Los peores enemigos están en casa, y fueron alentados por mi personalista antecesor, Juan Pablo II, tan inmodesto como para pensar que el secreto de Fátima se encarnaba en su atentado y no en la Iglesia universal.
A esta altura, el proceso de santificación da toda la sensación de que pasará para otro obispado de Roma.
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