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Un giro tan innegable como entendible

Razones detrás de la nueva postura de Macri ante la crisis en Venezuela


El giro resulta innegable. Desde aquel Mauricio Macri de diciembre pasado, a días de asumir la Presidencia, cuando se precipitó al proponer la aplicación de la cláusula democrática contra Venezuela y sólo recibió el beneplácito de la Casa Blanca, hasta un presente en el que la Cancillería argentina pasó a ocupar un lugar de liderazgo para evitar una sanción contra la administración de Nicolás Maduro. Así, Macri pasó de la diplomacia del pleito — por lo general, un lugar indecoroso — a enhebrar consensos, no sin asumir daños colaterales, como que el ocurrente Henry Ramos Allup, viejo esgrimista de la política venezolana, se divierta llamando "micro" al presidente argentino, o reclame a la canciller Malcorra que no "corra-mal". 
Sería tentador atribuir el cambio de Macri a la adopción de un perfil centrista y contemporizador en el ejercicio de gobierno, pero ello no guardaría coherencia con la realidad. No es ése el camino que adoptó la administración de Cambiemos en el campo económico, la relación con la principal oposición, las reformas institucionales (ampliación de la Corte, reforma de la Procuración, funcionamiento de la Oficina Anticorrupción) ni la política de medios. La moderación en el expediente venezolano parece más la excepción que la regla.
Entre aquel templado verano previo a la asunción presidencial y este otoño invernal, varios elementos se movieron en el tablero. Por empezar, pocos días después del Macri altisonante que buscaba polarizar con Maduro, la Cancillería fue ocupada por Susana Malcorra, experimentada en negociaciones diplomáticas antes que en algaradas expuestas en titulares de los diarios. No bien asumió, Malcorra emprendió la tarea de corregir la solitaria amenaza de Macri contra Venezuela.
Luego, el gobierno de Cambiemos quedó en medio de sus propias contradicciones. La irregular detención de la dirigente jujeña Milagro Sala, mantenida en prisión largas semanas sin que siquiera fueran formulados los cargos, y la modificación regresiva y por decreto de la regulación de medios pusieron a la Casa Rosada bajo la mirada del sistema interamericano de derechos humanos, dependiente de la OEA. Fueron los primeros encontronazos entre el titular del organismo, el socialista uruguayo Luis Almagro, y el gobierno de Macri. El presidente argentino, que pedía la cláusula democrática por lo que consideró “presos políticos” en Venezuela, debía explicar la legalidad de la detención de la opositora jujeña, al tiempo que se activaba una audiencia por la ley audiovisual en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. ¿Cierta insidia de los movimientos diplomáticos recientes de la Argentina contra el aislado titular de la OEA tendrán sabor a revancha?
Por último, la presidenta de Brasil fue depuesta mediante un proceso, antes que irregular, obsceno. Por razones hasta ahora inentendibles, la Casa Rosada se transformó en el principal aval internacional al desprestigiado Ejecutivo de Michel Temer. Como sea, la presencia de éste en el Planalto supone dos cosas. Primero, Brasil no está en condiciones de liderar ninguna postura regional (ergo, una oportunidad para la Argentina que se vería desperdiciada si la Cancillería eligiera polarizar antes que construir) y, segundo, mal podría el gobierno de Macri ser el más contemplativo ante los exabruptos procedimentales de quienes desplazaron a Dilma Rousseff y transformarse en un acusador irreductible contra el irregular Maduro.
Ayer, la relación entre Almagro y el gobierno argentino hizo eclosión, pero las sillas parecían cambiadas. El jefe de la OEA acusó a la cancillería argentina, que impulsó con éxito una vía dialogante en detrimento de la sanción a Caracas, de no jugar limpio, lo que habría generado — según Almagro — quejas de otros países. Parece más bien una estrategia distractiva, en la medida en que Almagro no logra exhibir apoyos ni del menguado bloque populista ni del sector market-friendly, y ni siquiera de su propio partido — el Frente Amplio — en Uruguay.
No todo es cálculo; también hay razones estratégicas. Una sanción contra Maduro sería celebrada en editoriales de diarios latinoamericanos y encendidos analistas, pero exacerbaría un conflicto en un país en el que sobran armas y odios. Y si Venezuela se entra en zona inestable, ¿quién podría descartar un rebote devastador en el proceso de paz que se lleva a cambio en Colombia, o en países centroamericanos lastrados por la debilidad democrática y tráficos de diverso tipo? Son preguntas razonables que se formulan en la Cancillería argentina.

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