El sábado me rehusé a mostrar mi mochila a la salida de Coto de Abasto. Cada tanto hago uso de ese derecho. Superado un primer filtro, me topé con el jefe de Seguridad de la sucursal, B., quien se presentó como cabo 1º de Prefectura. Sus consideraciones fueron: "No tengo tiempo para escuchar pelotudeces", "un pelotudo como vos", "escribí lo que quieras (en el libro de quejas) que después me cago de risa cuando lo lea", "no entrás nunca más acá, quedaste filmado", etc. De inmediato, una empleada de Coto me pidió disculpas. Pedí hablar con el jefe de B., quien me escuchó con atención. Le solicité que hiciera volver a B. al lugar del conflicto. El cabo de Prefectura regresó a los cinco minutos y sus palabras fueron: "Le pido disculpas, estuve mal. Estaba tensionado por un problema de afuera". "Bien, espero que no se repita", le dije, y me fui.
Sebastiàn Lacunza Resulta que en el extremo sur del mundo hay un extenso territorio poco poblado, y que antes de ser país fue, al menos durante un par de siglos, bastante ninguneado por el imperio. Que desde los preparativos de su independencia, gran parte de sus intelectuales y dirigentes creyeron tener alma francesa o inglesa, jamás española. Pero más tarde, ese país recibió una gringada inconmensurable, ante lo que otra elite buscó refugio de identidad en la antes despreciada España. Hay más. Ese extraño país negó sus rasgos indígenas hasta donde pudo y fue variando a lo largo de las décadas sus complejos en relación a Europa y, la novedad, Estados Unidos . A la hora de pintar su carácter, muchos coinciden en que esta tierra es, por un lado, bastante tilinga, y por el otro, alberga una creatividad explosiva, que juega y seduce con su habla. Por todo ello y mucho más es que la variante del español que se habla en Argentina adquiere particularidades tan distintivas en cuanto a su ento...