No es menor el debate sobre el destino y los usos de la ESMA. Hay experiencias de campos de concentración cuyos edificios fueron preservados más o menos como cuando estaban en funcionamiento, exterminando personas. Auschwitz, por caso, tiene partes en ruinas, otras desmanteladas, otras más o menos intactas y otras más "museísticas". En todas, al menos el día que fui, primaba el silencio. Muchos otros centros de tortura y muerte en el mundo siguieron funcionando como dependencias estatales, quizás con alguna plaqueta recordatoria, y varios menos se transformaron en museos, centros culturales, etc. Asistí a la ESMA a debates, algún recital, muestras artísticas. También fui, hace poco, con un grupo de periodistas, al casino de oficiales, donde fucionaban capucha, capuchita, el lugar de los partos y las salas de tortura. Esa parte, despojada de todo, se parece en algo a ciertas barracas de Auschwitz, con todas las diferencias imaginables. Es decir, hay espacios de la ESMA totalmente resignificados y otros que permanecen casi intactos como fueron liberados, vale recordar, después de que hubieran sido utilizados como dependencias militares durante dos décadas de "normalidad" democrática. Algo bastante sano hemos hecho los argentinos con nuestra memoria como para saber que, por suerte, no hay recetas mágicas que suturen el pasado. Entiendo y respeto el choque de opiniones sobre qué hacer con la ESMA, especialmente entre víctimas directas de la represión. Lo que sí tengo claro es que aprovechan el caso farsantes que se "preocupan" por un asado en la ESMA, desinformando, tergiversando, con el único objetivo de enturbiar la discusión pública. La farsa de indignarse por un acto festivo en el principal campo de concentración de la dictadura, que hoy busca otro destino, cuando se elude o se eludió durante décadas condenar a esa dictadura que perpetró el exterminio. Muy de esta época.
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