Escribe
Sebastián Lacunza
El surgimiento de protestas masivas, polisémicas y, sobre todo, imprevistas en Brasil desató una puja por descubrir los verdaderos objetivos y representatividad de la movilización, así como de apropiarse de su potencial político. Una pelea que se da tanto dentro como fuera de Brasil.
Como botón de muestra, basta mencionar algunos pasos dados por los actores involucrados. A saber, el grupoPasse Livre, que inició la revuelta contra una suba del boleto del transporte, levantó el pie del acelerador al final de la semana pasada, cuando, según algunos de sus voceros, comprobaron que sectores de derecha con discurso antipolítica estaban dominando la escena (una de las vertientes que se suele sumar al "que se vayan todos"). Mientras, integrantes del izquierdista Partido Socialismo y Libertad (PSOL), surgido como una disidencia del Partido de los Trabajadores y casi sin funciones ejecutivas, denunciaron directamente el accionar de agresivas bandas fascistas.
Más relevante y ostensible fue el intento de Dilma Rousseff de generar empatía con los indignados, una meta difícil que rozó el ridículo cuando el PT llamó a adherir a las manifestaciones horas antes de que algunos descarriados, con poca pinta de integrar la clase media alta de signo liberal antilulista, intentaran asaltar en Brasilia los palacios de Itamaraty (Cancillería) y del Planalto (Gobierno).
Por su parte, los grandes diarios de Río y de San Pablo, los que no ocultaron su apoyo implícito o explícito al candidato conservador que perdió con Rousseff en 2010, José Serra, se mostraron cautelosos estos días y, con lógica, nada contrarios al vendaval que estaba ocurriendo delante de sus narices y que lejos estuvieron de anticipar mientras se engolosinaban con el Brasil potencia.
Uno de ellos, Folha de S. Paulo, gracias a la encuesta relámpago de su instituto cautivo, Datafolha, se apresuró a señalar al presidente del Supremo Tribunal Federal, Jaoquim Barbosa, el juez que puso en la picota a la cúpula del PT por el "mensalao", como el presidenciable favorito de los rebeldes (ver nota aparte).
Fuera de Brasil, las sorpresas y los posicionamientos también se dan, lo que constituye una buena ocasión para volver a indagar sobre el ejercicio del periodismo en tiempos en que la prioridad parece ser prodigar títulos, párrafos y honores someros a algunos aliados circunstanciales y diatribas cotidianas a los adversarios.
Este motor de funcionamiento periodístico, que responde por lo general a una mezcla de intenciones de cara al juego político interno y/o al simple y llano desconocimiento de lo que se habla, se percibe en diferentes latitudes. Por caso,algunos gobernantes tienen garantizada desde el vamos una silla importante entre las "personalidades del año" que premian los diarios europeos, incluso aunque tengan en su haber causas vinculadas al narcotráfico y crímenes de lesa humanidad, en tanto que otros apenas saldrán de la hoguera tan sólo un par de líneas por año para explicar algún triunfo electoral contundente.
El ícono de la categoría endemoniada, se sabe, es el chavismo, un movimiento que ciertamente lidia con oscuridades, pero que puso en figurillas a la prensa europea a la hora de explicar su fuerza en las urnas, incluso con un candidato tan poco atractivo como Nicolás Maduro.
Y en esta historia de ejemplos y contraejemplos nos encontramos con la perplejidad ante lo que ocurre hoy en Brasil. Alguien decidió hace tiempo que Brasil ya no se trataba de uno de los países más desiguales del mundo, con un nivel de transfuguismo político y corrupción inusitado, incluso en términos argentinos, lo que es mucho decir. A alguien se le ocurrió que la incorporación de 30 millones (o 40, o 50, hay estadísticas "indiscutibles" para todos los gustos) de personas al mercado, tras décadas de marginalidad, las transformaba en una satisfecha clase media alemana. Así, con la magia que permite la tergiversación, la Policía brasileña había dejado de ser una de las más corruptas y violentas de América para pasar a ser una fuerza que reocupa favelas pidiendo permiso, y así porque sí, no encuentra resistencia. De este modo, a la dirigencia de ese país modélico (sin reparar en cuanto indicador social relevante se tome) ya no le interesaba el chiquitaje, no había conflicto, todos eran estadistas.
Proclamas binarias de semejante magnitud terminan dibujando una caricatura de lo que es un proceso de inclusión social inédito en la historia del socio del Mercosur, y constituyen en próceres casi inhumanos a líderes políticos de estatura como Lula da Silva y Rousseff, que serán estadistas, pero deben lidiar con candidatos a concejales que resuelven sus internas a los tiros, legisladores y gobernadores con frondoso prontuario, extorsiones políticas y la necesidad de financiar una maquinaria electoral succionadora.
Con la ventaja que da la arbitrariedad, cuando Lula entra en zona farragosa, sea por sus elogios elocuentes a mandatarios de la región que forman parte del "eje del mal" o por alguna causa judicial que lleva ocho años, la actual presidenta puede ser elevada al altar de los dioses por sobre su predecesor.
Hay un evidente puente entre el facilismo de las construcciones binarias y el facilismo de las explicaciones someras ante irrupciones populares como la de estos días en Río, San Pablo y Brasilia. Si se parte de esquemas que dicen que Brasil entró al Olimpo del Primer Mundo y otros países de la región transitan la senda de los clérigos iraníes que van por todo, es poco lo que se puede hacer para salir de la preplejidad
Sebastián Lacunza
El surgimiento de protestas masivas, polisémicas y, sobre todo, imprevistas en Brasil desató una puja por descubrir los verdaderos objetivos y representatividad de la movilización, así como de apropiarse de su potencial político. Una pelea que se da tanto dentro como fuera de Brasil.
Como botón de muestra, basta mencionar algunos pasos dados por los actores involucrados. A saber, el grupoPasse Livre, que inició la revuelta contra una suba del boleto del transporte, levantó el pie del acelerador al final de la semana pasada, cuando, según algunos de sus voceros, comprobaron que sectores de derecha con discurso antipolítica estaban dominando la escena (una de las vertientes que se suele sumar al "que se vayan todos"). Mientras, integrantes del izquierdista Partido Socialismo y Libertad (PSOL), surgido como una disidencia del Partido de los Trabajadores y casi sin funciones ejecutivas, denunciaron directamente el accionar de agresivas bandas fascistas.
Más relevante y ostensible fue el intento de Dilma Rousseff de generar empatía con los indignados, una meta difícil que rozó el ridículo cuando el PT llamó a adherir a las manifestaciones horas antes de que algunos descarriados, con poca pinta de integrar la clase media alta de signo liberal antilulista, intentaran asaltar en Brasilia los palacios de Itamaraty (Cancillería) y del Planalto (Gobierno).
Por su parte, los grandes diarios de Río y de San Pablo, los que no ocultaron su apoyo implícito o explícito al candidato conservador que perdió con Rousseff en 2010, José Serra, se mostraron cautelosos estos días y, con lógica, nada contrarios al vendaval que estaba ocurriendo delante de sus narices y que lejos estuvieron de anticipar mientras se engolosinaban con el Brasil potencia.
Uno de ellos, Folha de S. Paulo, gracias a la encuesta relámpago de su instituto cautivo, Datafolha, se apresuró a señalar al presidente del Supremo Tribunal Federal, Jaoquim Barbosa, el juez que puso en la picota a la cúpula del PT por el "mensalao", como el presidenciable favorito de los rebeldes (ver nota aparte).
Fuera de Brasil, las sorpresas y los posicionamientos también se dan, lo que constituye una buena ocasión para volver a indagar sobre el ejercicio del periodismo en tiempos en que la prioridad parece ser prodigar títulos, párrafos y honores someros a algunos aliados circunstanciales y diatribas cotidianas a los adversarios.
Este motor de funcionamiento periodístico, que responde por lo general a una mezcla de intenciones de cara al juego político interno y/o al simple y llano desconocimiento de lo que se habla, se percibe en diferentes latitudes. Por caso,algunos gobernantes tienen garantizada desde el vamos una silla importante entre las "personalidades del año" que premian los diarios europeos, incluso aunque tengan en su haber causas vinculadas al narcotráfico y crímenes de lesa humanidad, en tanto que otros apenas saldrán de la hoguera tan sólo un par de líneas por año para explicar algún triunfo electoral contundente.
El ícono de la categoría endemoniada, se sabe, es el chavismo, un movimiento que ciertamente lidia con oscuridades, pero que puso en figurillas a la prensa europea a la hora de explicar su fuerza en las urnas, incluso con un candidato tan poco atractivo como Nicolás Maduro.
Y en esta historia de ejemplos y contraejemplos nos encontramos con la perplejidad ante lo que ocurre hoy en Brasil. Alguien decidió hace tiempo que Brasil ya no se trataba de uno de los países más desiguales del mundo, con un nivel de transfuguismo político y corrupción inusitado, incluso en términos argentinos, lo que es mucho decir. A alguien se le ocurrió que la incorporación de 30 millones (o 40, o 50, hay estadísticas "indiscutibles" para todos los gustos) de personas al mercado, tras décadas de marginalidad, las transformaba en una satisfecha clase media alemana. Así, con la magia que permite la tergiversación, la Policía brasileña había dejado de ser una de las más corruptas y violentas de América para pasar a ser una fuerza que reocupa favelas pidiendo permiso, y así porque sí, no encuentra resistencia. De este modo, a la dirigencia de ese país modélico (sin reparar en cuanto indicador social relevante se tome) ya no le interesaba el chiquitaje, no había conflicto, todos eran estadistas.
Proclamas binarias de semejante magnitud terminan dibujando una caricatura de lo que es un proceso de inclusión social inédito en la historia del socio del Mercosur, y constituyen en próceres casi inhumanos a líderes políticos de estatura como Lula da Silva y Rousseff, que serán estadistas, pero deben lidiar con candidatos a concejales que resuelven sus internas a los tiros, legisladores y gobernadores con frondoso prontuario, extorsiones políticas y la necesidad de financiar una maquinaria electoral succionadora.
Con la ventaja que da la arbitrariedad, cuando Lula entra en zona farragosa, sea por sus elogios elocuentes a mandatarios de la región que forman parte del "eje del mal" o por alguna causa judicial que lleva ocho años, la actual presidenta puede ser elevada al altar de los dioses por sobre su predecesor.
Hay un evidente puente entre el facilismo de las construcciones binarias y el facilismo de las explicaciones someras ante irrupciones populares como la de estos días en Río, San Pablo y Brasilia. Si se parte de esquemas que dicen que Brasil entró al Olimpo del Primer Mundo y otros países de la región transitan la senda de los clérigos iraníes que van por todo, es poco lo que se puede hacer para salir de la preplejidad