Desinformar sobre #Brasil por razones nimias, con títulos, párrafos y honores someros que se explican por motivos de política interna, está lejos de ser sólo un pecado de parte del periodismo argentino.
En varios países se recurre hace rato a la fallida lista de gobiernos serios, responsables, que merecen la indulgencia infinita y una mirada rapidita sobre indicadores sociales y lógicas de supervivencia política non sanctas, como contracara de presidentes irresponsables, lúmpenes y farsantes. Me disgusta el adjetivismo, pero creo que estoy siendo fiel a lo que se lee.
Quien esto escribe tiene una decena de motivos cruciales para cuestionar, por ejemplo, al chavismo, ícono de la categoría endemoniada, y cree que el periodismo es crítico o no es. El tema es que agobian posturas que machacan dos años en un sesgo cotidiano para, sin sonrojarse ni dar cuenta de nada, dedicar un par de párrafos de trazo grueso el lunes siguiente a las elecciones para explicar por qué se dan ciertas victorias y, sobre todo, ciertas derrotas. Explican que los lúmpenes eran lúmpenes pero bueno, reconocieron como sujeto social y político al 30 por ciento de la población antes excluida. Dos líneas y hasta mañana, que sigue el baile anterior de próceres y farsantes. Mientras, por las dudas, a buscar muletos del mejor alumno, por si surgen varios centenares de miles de estudiantes chilenos que salen a las calles varias veces por año para protestar porque les cobran 6.000 dólares anuales la carrera universitaria. El muleto encontrado en los últimos meses es...¡Perú!
Y en esta historia de ejemplos y contraejemplos nos encontramos con lo que hoy ocurre en Brasil, un movimiento del que se pueden reconocer causas pero del que no se pueden todavía concluir significados. Alguien decidió hace tiempo que Brasil ya no se trataba de un país ultradesigual, con un nivel de transfuguismo politico y corrupción inusitado, incluso en términos argentinos, que es mucho decir. A alguien se le ocurrió que la incorporación de 30 millones (o 40, o 50, hay estadísticas indiscutibles para todos los gustos) de personas al mercado, tras décadas de marginalidad, las transformaba en una satisfecha clase media alemana. El gurú decidió hace tiempo que la policía brasileña había dejado de ser una de las más corruptas y violentas de América para pasar a ser una fuerza que reocupa favelas pidiendo permiso, y así porque sí, no encuentra resistencia.
En este país al que Argentina se tenía que parecer sí o sí (no importa que esté en uno o varios estamentos dolorosamente inferiores en cuanto indicador social importante se tome), a la dirigencia no le interesaba el chiquitaje, no había conflicto, todos eran estadistas.
Y resulta que esta ficción sobre la sexta economía mundial, me dice Emily Sasson, no tiene lugar sólo fuera de Brasil, en América y Europa, sino muy especialmente dentro de la prensa de ese país. Brasil potencia. Y todo bárbaro hasta que surge un movimiento de esta magnitud, insisto, con significado aún inasible, pero que da cuenta de los enormes déficits de la democracia brasileña y del notable proceso de inclusión social que comenzó hace una década (dicho esto, entiendo que el movimiento de hoy es limitado, y que seguramente la base social humilde que se volcó al PT desde hace años volvería a hacerlo en las próximas elecciones).
Entonces nos preguntamos en qué quedaron ríos de tinta, páginas y páginas de antiperiodismo que indujo a dirigentes políticos y economistas argentinos a repetir cuanto lugar común tuvieran a mano. Dirigentes políticos sin discurso, meros lectores de columnistas. Nada de lo escrito implica desconocer el significado de los tres períodos de lulismo, gobiernos que lidiaron con una muy marcada minoría parlamentaria, ni tantos méritos de esa potencia social y cultural que es Brasil, ni la magnitud de ambos presidentes. Aquí, Marcelo Falak tira puntas esenciales para pensar el período Lula-Dilma con sus matices. Todo esto es para preguntarnos una vez más sobre la pobreza del periodismo que no ayuda a reflexionar, que desinforma con premeditación; que tiene como motor de funcionamiento la vendetta, apropiarse de un discurso a machetazo limpio para que los oyentes de radio y los foristas de internet encuentren qué decir.
Digo esto el día en que me encuentro frente a una tapa de una revista que ubica al ministro de la Corte Ricardo Lorenzetti en la línea de un general prenazi, un embajador estadounidense colonialista y el ministro de Economía de Videla. Un juez de la democracia, cuestionable como toda figura pública, coautor de fallos históricos sobre derechos humanos, que tiene su juego político, en el mismo sitial que los espectros más siniestros del siglo XX. El periodismo insultante.
En varios países se recurre hace rato a la fallida lista de gobiernos serios, responsables, que merecen la indulgencia infinita y una mirada rapidita sobre indicadores sociales y lógicas de supervivencia política non sanctas, como contracara de presidentes irresponsables, lúmpenes y farsantes. Me disgusta el adjetivismo, pero creo que estoy siendo fiel a lo que se lee.
Quien esto escribe tiene una decena de motivos cruciales para cuestionar, por ejemplo, al chavismo, ícono de la categoría endemoniada, y cree que el periodismo es crítico o no es. El tema es que agobian posturas que machacan dos años en un sesgo cotidiano para, sin sonrojarse ni dar cuenta de nada, dedicar un par de párrafos de trazo grueso el lunes siguiente a las elecciones para explicar por qué se dan ciertas victorias y, sobre todo, ciertas derrotas. Explican que los lúmpenes eran lúmpenes pero bueno, reconocieron como sujeto social y político al 30 por ciento de la población antes excluida. Dos líneas y hasta mañana, que sigue el baile anterior de próceres y farsantes. Mientras, por las dudas, a buscar muletos del mejor alumno, por si surgen varios centenares de miles de estudiantes chilenos que salen a las calles varias veces por año para protestar porque les cobran 6.000 dólares anuales la carrera universitaria. El muleto encontrado en los últimos meses es...¡Perú!
Y en esta historia de ejemplos y contraejemplos nos encontramos con lo que hoy ocurre en Brasil, un movimiento del que se pueden reconocer causas pero del que no se pueden todavía concluir significados. Alguien decidió hace tiempo que Brasil ya no se trataba de un país ultradesigual, con un nivel de transfuguismo politico y corrupción inusitado, incluso en términos argentinos, que es mucho decir. A alguien se le ocurrió que la incorporación de 30 millones (o 40, o 50, hay estadísticas indiscutibles para todos los gustos) de personas al mercado, tras décadas de marginalidad, las transformaba en una satisfecha clase media alemana. El gurú decidió hace tiempo que la policía brasileña había dejado de ser una de las más corruptas y violentas de América para pasar a ser una fuerza que reocupa favelas pidiendo permiso, y así porque sí, no encuentra resistencia.
En este país al que Argentina se tenía que parecer sí o sí (no importa que esté en uno o varios estamentos dolorosamente inferiores en cuanto indicador social importante se tome), a la dirigencia no le interesaba el chiquitaje, no había conflicto, todos eran estadistas.
Y resulta que esta ficción sobre la sexta economía mundial, me dice Emily Sasson, no tiene lugar sólo fuera de Brasil, en América y Europa, sino muy especialmente dentro de la prensa de ese país. Brasil potencia. Y todo bárbaro hasta que surge un movimiento de esta magnitud, insisto, con significado aún inasible, pero que da cuenta de los enormes déficits de la democracia brasileña y del notable proceso de inclusión social que comenzó hace una década (dicho esto, entiendo que el movimiento de hoy es limitado, y que seguramente la base social humilde que se volcó al PT desde hace años volvería a hacerlo en las próximas elecciones).
Entonces nos preguntamos en qué quedaron ríos de tinta, páginas y páginas de antiperiodismo que indujo a dirigentes políticos y economistas argentinos a repetir cuanto lugar común tuvieran a mano. Dirigentes políticos sin discurso, meros lectores de columnistas. Nada de lo escrito implica desconocer el significado de los tres períodos de lulismo, gobiernos que lidiaron con una muy marcada minoría parlamentaria, ni tantos méritos de esa potencia social y cultural que es Brasil, ni la magnitud de ambos presidentes. Aquí, Marcelo Falak tira puntas esenciales para pensar el período Lula-Dilma con sus matices. Todo esto es para preguntarnos una vez más sobre la pobreza del periodismo que no ayuda a reflexionar, que desinforma con premeditación; que tiene como motor de funcionamiento la vendetta, apropiarse de un discurso a machetazo limpio para que los oyentes de radio y los foristas de internet encuentren qué decir.
Digo esto el día en que me encuentro frente a una tapa de una revista que ubica al ministro de la Corte Ricardo Lorenzetti en la línea de un general prenazi, un embajador estadounidense colonialista y el ministro de Economía de Videla. Un juez de la democracia, cuestionable como toda figura pública, coautor de fallos históricos sobre derechos humanos, que tiene su juego político, en el mismo sitial que los espectros más siniestros del siglo XX. El periodismo insultante.