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Assange y Correa, "el club de los perseguidos"

Escribe Sebastián Lacunza
Julian Assange



En cuanto a pedidos de asilo, la lógica solía marchar en sentido contrario. Lo previsible era que un disidente de un país del Tercer Mundo pidiera refugio en una embajada de una democracia del Primero con suficiente peso como para forzar un salvoconducto
. Ni hablar de que el Gobierno del país periférico de América Latina, Asia o África, muchas veces una dictadura, amenazara con irrumpir por la fuerza en una sede diplomática. Tal brutalidad merecía las más duras amenazas de sanciones.

El «affaire» que involucra a los gobiernos de Ecuador y Reino Unido, y al fundador de WikiLeaks, Julian Assange, desbarató por completo aquella lógica. Un vertiginoso escenario de cruces de vereda, pactos fallidos, oscuras tramas judiciales y gobiernos exhibidos al desnudo dejó expuesta a una Gran Dama de la Democracia, que hasta amenaza con llevarse por delante la Convención de Viena, garante de la inviolabilidad de las embajadas.

La Justicia sueca reclama al periodista y «hacker» Assange por supuestos abusos sexuales. La Justicia británica considera que el pedido de extradición es procedente. Assange denuncia que se trata de una vendetta por la aluvional filtración de 252.000 documentos del Departamento de Estado, y teme que su destino final sea Estados Unidos, donde, se sabe, los que son acusados de vulnerar la seguridad nacional no gozan de demasiadas garantías procesales, amenaza de pena de muerte incluida.

¿Por qué Assange pidió asilo en Ecuador? ¿Por qué Rafael Correa cambió de opinión sobre el australiano? ¿Qué lleva al Reino Unido a merodear la ilegalidad -si es cierta la carta que mostró la Cancillería ecuatoriana- en un caso en el que hay datos como para sospechar que más de uno quiere la cabeza de Assange? ¿Y Assange, por qué sentó su búnker en el Reino Unido, país al que hoy denuncia por persecución?

El presidente ecuatoriano mostró interés en los cables diplomáticos de WikiLeaks no bien éstos salieron a la luz, en noviembre de 2010. Entonces, Correa también criticó a Assange porque había cometido «un error al romper las leyes de Estados Unidos y filtrar la información».

Al mismo tiempo, Assange, bajo la premisa de «verdad total», sin censura, sellaba un pacto de difusión con... ¿organizaciones de periodismo alternativo? No. El acuerdo fue con cinco megamarcas del Primer Mundo, vehículos de periodismo de calidad, de tendencia progresista, pero a la vez integrantes de holdings y tradiciones atravesadas por múltiples intereses económicos y políticos. El periodista rebelde confió en los criterios de edición de los diarios The New York Times, Le Monde (Francia), El País (España) y The Guardian (Reino Unido), y la revista Der Spiegel (Alemania). Esa alianza duró sólo un trimestre, con denuncias mutuas de censura e irresponsabilidad. ¿El nada inocente Assange pecó de inocencia? Es probable.

Cuando decidió romper el cerco que impusieron esos medios, WikiLeaks negoció su aterrizaje en diferentes países. En el caso de Ecuador, los aliados, ya avanzado 2011, fueron los diarios El Universo (Guayaquil) y El Comercio (Quito). Ambas son cabeceras de la oposición mediática más encendida contra Correa. Correa es un hombre que responde con munición gruesa. En abril de 2011, WikiLeaks goteaba denuncias y opiniones adversas al Gobierno ecuatoriano, ocasión en la que fue expulsada de Quito la embajadora norteamericana Heather Hodge, en una de las consecuencias diplomáticas más graves que tuvo la megafiltración.

Pero había más cables sobre Ecuador que no habían sido publicados por los medios privilegiados que accedieron al «dossier» ecuatoriano. El mandatario de la Revolución Ciudadana recién lo supo en mayo pasado. «Abrimos los ojos», le dijo en una entrevista reciente a Ámbito Financiero. Los cables estaban disponibles en la web, y con paciencia y método, podían salir a la luz.

Los textos ocultados mostraban a dirigentes opositores, de ONG y mediáticos golpeando las puertas de la Embajada de EE.UU. para denunciar al Gobierno y, para sorpresa de algunos, a las sucesivas embajadoras estadounidenses tomando con pinzas lo que escuchaban. Desde la legación en Quito se habían enviado frases hacia Washington como «los intereses económicos limitan la libertad de prensa», «la élite de los negocios defiende sus propios intereses a través de la prensa», «el verdadero poder en Ecuador no reside en el Gobierno», «buscan que otros (EE.UU.) hagan el trabajo pesado», «los medios siguen informando».

Fue entonces que ocurrió el giro de Correa, mientras Assange ya estaba contra las cuerdas de la Justicia británica desde fines de 2011. En ese mismo mayo, el australiano, desde su prisión domiciliaria, le hizo una interesante entrevista al ecuatoriano para Russia Today (digresión: el canal del Kremlin, en otra pauta de que hay más sitiales acechados -CNN, BBC-). Ambos, entrevistador y entrevistado, mostraron sus habilidades argumentativas y no ocultaron buena sintonía. La puerta de la Embajada de Ecuador en Londres quedó entonces abierta.

Las filtraciones de WikiLeaks, tanto las del Departamento de Estado como otras, muestran a Estados Unidos lejos del superyo que expresa esa nación. No sólo fueron puestos en crisis los ideales de democracia y derechos humanos norteamericanos. También quedan en evidencia sus aliados, entre ellos, el principal: el Reino Unido. Motivo suficiente para vulnerar la Convención de Viena.

Tomé el título de este post de la nota de María O'Donnell en El País

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