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Cofirmamos con Marcelo esta nota sobre estas lagunas

Por: Marcelo Falak y Sebastián Lacunza
Numerosos curiosos se acercaron ayer a la casa en la que fuerzas especiales de la Armada norteamericana mataron a Osama bin Laden. La presencia del terrorista en la localidad de Abotabad había pasado inadvertida por años.
Yahoo dijo ayer que detectó con llamativa frecuencia búsquedas del tipo «Bin Laden no murió» o «la conspiración Bin Laden». Los foros de internet de Estados Unidos y numerosos países se llenaron de especulaciones sobre la supuesta falsedad del anuncio de la muerte del líder terrorista, y seguro que también usted, lector, pensó o escuchó algún comentario por el estilo.

La tradición de los mitos urbanos no es nueva. Todavía hay quien sostiene que la llegada a la Luna fue un montaje de TV, que Elvis Presley vive y, ya para consumo doméstico, que un Alfredo Yabrán modelado por cirujanos plásticos disfruta de incógnito de una vida de placeres. 

Cierto es que, en el caso que nos ocupa, la incitación a la imaginación encuentra como aliada a la estrategia comunicacional de la administración de Barack Obama, que parece apuntalar casi adrede esta oleada de teorías conspirativas.

Si el Gobierno norteamericano pretende evitar que Osama Bin Laden se convierta en mártir musulmán para sus peligrosos seguidores, las versiones oficiales contradictorias sobre qué ocurrió en el supuesto combate que dio muerte al terrorista, el misterio prolongado y la desaparición de su cuerpo no hacen más que alimentar esa construcción.

Para comenzar, se trata de una historia con un solo narrador: los miembros del cuerpo de élite que irrumpieron en la residencia de Abotabad u, obediencia debida mediante, la propia Casa Blanca. Los otros presentes en la escena están muertos o detenidos en Pakistán, en cualquier caso, sin voz propia.

De tal modo que a la prensa internacional no le ha quedado más margen que reproducir comunicaciones oficiales. Pero hasta ahora, y mientras el propio Obama decide cuándo dará a conocer las fotos de Bin Laden muerto, hay que decir que el mundo ha pasado los últimos días debatiendo sobre la muerte virtual o pública del enemigo número uno de EE.UU. De prueba real, tangible, no ha habido casi nada. Y la imaginación vuela...

Advertida de las dudas, la Casa Blanca procuró ayer corregir su relato de los hechos que terminaron con la vida del líder de Al Qaeda. Resulta ahora que éste no estaba armado, pero que igual se resistió. Que una de sus cuatro esposas, la que se presume usó como escudo humano, no fue finalmente ni escudo ni murió, sino que está bajo custodia de las fuerzas de seguridad paquistaníes, herida en una pierna tras abalanzarse sobre un soldado. Aclaraciones que oscurecen.

Mientras, a falta de la dichosa foto, las dudas del primer día siguen sin ser despejadas. Por más que no estaba armado, la muerte del saudita fue un producto de la situación, se dijo oficialmente, aunque la confiable agencia de noticias Reuters -que no suele abusar de fuentes anónimas- citó a «un alto funcionario de seguridad estadounidense» que dijo que «esta era una operación para matarlo».

Las mentes conspirativas elucubran entonces una «quema de archivo» y coligen que era impensable que Estados Unidos lo llevara a juicio, so pena de darle un atril privilegiado para inflamar a sus seguidores y para relatar embarazosos detalles de sus viejas andanzas con la CIA.

¿Por qué se lo arrojó al mar?, agregan otros suspicaces, sugiriendo acaso que el fundamentalista puede haber sido apresado con vida y que en estas horas de ambigüedad podría estar siendo intensamente interrogado. El propio Obama dijo que eso ocurrió para no vulnerar los rituales islámicos, que exigen disponer de un cadáver sin demoras.

El problema es que las máximas autoridades del islam sunita dijeron desde Al Azhar (El Cairo) que lanzar un cuerpo al mar no es aceptable, y nadie explicó por qué un vuelo de un par de horas era una tardanza religiosamente ofensiva. Luego se ensayó otra explicación: Arabia Saudita, el país natal de Bin Laden, y Pakistán, donde encontró su última protección y, finalmente, la muerte, se negaron a recibir un cadáver tan incómodo.

El test de ADN exprés no convenció mucho a los cínicos, y la foto, entonces, es la prueba que reclaman. Al cierre de esta edición, la Casa Blanca todavía la retaceaba por considerar las imágenes demasiado «truculentas» y por el efecto que podrían desatar entre los seguidores del monstruo.

Washington indicó el lunes que si Al Qaeda, súbitamente devenida una escribanía, admitía la muerte de Bin Laden, la administración podría evitarse el mal trago de difundirlas. La expectativa de tal gentileza por parte de los terroristas, previsiblemente, no se concretó y sus aliados talibanes dijeron no creer en el anuncio de la muerte.

La presión por las fotos es fuerte, y hasta los familiares de las víctimas del 11-S las reclamaron anoche (ver nota aparte). Se puede presumir que, más temprano que tarde, habrá foto o video, pero acaso el rostro desfigurado de Bin Laden vuelva a desencadenar otra salva de teorías conspirativas. Hay gente que es incorregible... y estrategas de comunicación que cobran demasiado caros trabajos tan desprolijos.

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