No soy fanático de la equidistancia entre posiciones antagónicas. Alguna vez un conocidísimo periodista, ya fallecido, quiso hacer gala del elogiado equilibrio y equiparó desvergonzadamente a judíos y nazis. Pero sí debo decir en cuanto a Cuba que el sesgo de uno y otro lado suele enturbiar el debate. Algunos disimulan o niegan la asfixia de la vida cotidiana en un sistema que oprime las libertades civiles, mientras otros disimulan o niegan notables logros humanos alcanzados por la isla hace décadas, reconocidos por el PNUD. Además, ambos miden con distinta vara ejemplos análogos, o muchísimo peores. Fíjense cómo Vicenc Navarro (en la foto, sus anteojos) expone con su habitual crudeza sutil esta doble moral.
Unos tipos con micrófono que insultan más que un hincha desbordado son presentados en las webs y en la tele como apasionados que causan gracia. Antes que ocurrentes espontáneos son, en realidad, violentos equiparables con barrabravas. Es una paradoja que ello ocurra en el Río de la Plata, donde nacieron los mejores relatores de fútbol del mundo. Entre ellos, el mejor, Víctor Hugo. El jugador sublime tuvo al relator sublime. Por su universo de palabras y sus tonos de voz, por sus creaciones artísticas; por su capacidad para leer la jugada y por la precisión de la narración. Casi no aparecen ahora los diálogos que VH presumía entre jugadores o con el árbitro, o el "que sea, que sea, que sea". Pervive el "ta ta ta" y el "no quieran saber". Contemporáneos de Víctor Hugo, hubo y hay relatores brillantes (soy injusto y nombro seis: Juan Carlos Morales, José María Mansilla, José Gabriel Carbajal, el primer Walter Saavedra y el mejor relator argentino que esc...
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