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Razones y temores del voto

Las cartas están sobre la mesa. El gobierno y la fragmentada oposición designaron a sus candidatos para las elecciones de medio término, que tendrán un carácter plebiscitario para la Casa Rosada. O Macri encuentra un impulso para profundizar reformas que modifican la estructura económica e institucional argentina, o choca con un freno que complicará la gobernabilidad en la segunda mitad de su mandato. La cita electoral supone la paradoja de un oficialismo competitivo que no tiene casi ninguna noticia económica positiva para exhibir. Un hecho inédito, como es una Presidencia democrática en manos de una fuerza conservadora, ni radical ni peronista, se someterá al examen de las urnas. Una elección incierta, en la que cada bloque trata de presentarse como el mal menor ante el abismo que supone el adversario.

Escribe
Sebastián Lacunza
@sebalacunza
Editor-in-Chief

La Casa Rosada respira optimismo de cara a las elecciones primarias de agosto y las generales de octubre. Su percepción radica en una expectativa electoral del orden del 35 por ciento de los votos, ante una oposición peronista dividida en tres bloques en la provincia que marca la madre de todas las batallas, Buenos Aires, mientras algo similar ocurre en otros distritos. Es decir, a la hora de contar los votos, ese tercio del apoyo que podría cosechar Cambiemos en todo el país, si bien parece modesto para las ambiciones refundacionales de la República que exhibe Mauricio Macri, podría ser suficiente para proclamarse ganador ante cualquiera de las fracciones del peronismo.
Ciertos sectores clave han expuesto con claridad un apoyo entusiasta al gobierno de Macri, delante y fuera del micrófono, pero sin embargo no exhiben similar optimismo sobre el resultado electoral. Uno de ellos es el mundo de las finanzas y las grandes empresas. Los bancos, sus analistas, y las entidades empresariales de las grandes firmas (como la Asociación Empresaria Argentina que agrupa a Techint, Arcor, Clarín, IRSA, Roggio, Santander, etc.) ven en Macri una oportunidad excepcional para encaminar a la Argentina en la senda de la economía de mercado y doblegar al populismo, dicen algunos, mientras otros denuncian un intento voraz para aumentar su tasa de ganancia en forma drástica. Pero los artífices del mercado dudan sobre el futuro cercano. Temen que dentro de 43 días, las urnas le den a Cristina Kirchner cerca de 40 por ciento de los votos en la provincia de Buenos Aires; es decir, una posición de alta competitividad y, probablemente, unavictoria clara, y si eso ocurriere, sería difícil evitar que la expresidenta sea la protagonista excluyente de la tapa de los diarios y los portales web.
“El resultado habilitará múltiples lecturas, por lo que el ganador de la elección va a ser más que nada una construcción de quien logre imponer su interpretación”, resume ante el Herald el doctor en Ciencias Políticas de Sciences Po de París Julio Burdman. “Las elecciones se podrán medir por el resultado nacional, con lo que podría ganar el gobierno; el de la provincia de Buenos Aires, que está en disputa; el de la cantidad de provincias ganadas o las bancas en el Congreso. En cualquier escenario, va a ser muy polémico sumar votos del peronismo, que lleva 12 o 13 denominaciones diferentes en las provincias”, sintetiza.

Burdman descree de que los medios, hoy en gran medida afines al Ejecutivo de Macri, con el Grupo Clarín a la cabeza, puedan influir en la elección más que la economía de los hogares y los barrios. “No hay que sobredimensionar su influencia. Su principal papel será como intérpretes del resultado más que como factótums de la decisión de los votantes”, agrega el consultor político. “Un escenario de derrota ineludible para el gobierno será una victoria de CFK y una mediocre elección nacional; será difícil que algún editorialista proclame la victoria de Macri en ese caso”.

Las embajadas ya eligieron

Si la gran empresa y un sector del arco mediático tienen sintonía con Macri, al listado habría que sumar a la comunidad diplomática de los países centrales acreditada en Buenos Aires. No es un secreto para nadie. Fueron los jefes de Estado y de gobierno los que marcaron el tono en la impactante agenda que logró construir el presidente argentino en su primer año y medio de gestión, por lo que mal podrían los representantes de esos países en Buenos Aires marcar un tono contrario. Barack Obama, Donald Trump, Theresa May, Angela Merkel, Mariano Rajoy, Matteo Renzi, Emmanuel Macron, Shinzo Abe, Christine Lagarde, Michel Temer, Juan Manuel Santos y Enrique Peña Nieto celebraron al unísono la emergencia de “una nueva era” en la Argentina. Pero diplomáticos consultados por el Herald ratifican las mismas dudas sobre el futuro político argentino. “En el pasado (en referencia a CFK) se hicieron cosas que provocaron daño, y nos preguntan si pueden repetirse. ¿Aguantará Macri? ¿No se tendrá que ir antes?”, fue una inquietud recurrente de empresarios y observadores políticos recibida en embajadas de países del G7, el Herald pudo constatar.
“Va a ser una elección plebiscitaria en cada una de las 23 provincias y la Ciudad, pero también se superpondrá un discurso nacional que se expresa en el poder amplificador de liderazgos de la provincia de Buenos Aires. Allí chocará un planteo de tipo ideológico sobre el pasado, por parte del oficialismo, versus un planteo de voto económico de la oposición, con más fuerza desde Unidad Ciudadana (la fuerza creada en torno a CFK)”, resume el exdecano de Ciencias Políticas de la Universidad Católica de Córdoba y consultor en toda América Latina Mario Riorda. “Ambos planteos carecen de futuro cierto”, indica Riorda, aportando una dosis mayor de misterio sobre lo que se viene.
Sobre el aspecto plebiscitario a la hora de definir qué estará en juego en estas elecciones, coincide Burdman. “Tanto macrismo como kirchnerismo pusieron mucha tensión sobre las elecciones, porque están planteando su propia sobrevivencia. Macri plantea un gobierno de ocho años (otro mandato) y la posibilidad de hacer reformas y ajustes, y el kirchnerismo plantea una lucha entre modelos y la posibilidad de liderar el peronismo. Son sesgos plebiscitarios, cosa habitual en las elecciones de medio término”.

Fragmentos
Tal como delimitaba Burdman, la elección no será de fácil lectura. El peronismo aliado a fuerzas de izquierda y centroizquierda, liderado por un discurso de fuerte impronta ideológica y nítida oposición sólo se da en la provincia de Buenos Aires y la Capital Federal. En el resto del país, el kirchnerismo se integró a liderazgos peronistas locales, de tono opositor a Macri, (cuatro provincias patagónicas, Santa Fe, Mendoza, Tucumán y varias del norte y el centro), y en otras se presenta en abierta rivalidad con el peronismo oficial, liderado por gobernadores que hoy aparecen muy próximos a la Casa Rosada (Córdoba, Salta y Tierra del Fuego). El algunas de las provincias en las que hay integración kirchnerista-peronista, sectores liderados por la expresidenta anotaron un frente alternativo, por lo que hay cristinistas en más de un frente electoral. Es decir, será un juego de sumar y restas para puristas de la matemática.
La contracara de este rompecabezas es Cambiemos, que logró consolidar una oferta única en casi todo el país, con leves variaciones o alternativas por fuera de la coalición oficial en Capital Federal, Tierra del Fuego y Río Negro. De allí que resulte más sencillo saber qué porcentaje de los votantes habrá apoyado a Macri en seis semanas.
Hacia el último trimestre de 2015, todavía en campaña, economistas favoritos de los mercados, como el exministro de Economía Alfonso Prat-Gay y su sucesor y actual titular de Hacienda, Nicolás Dujovne, argumentaban que un rápido arreglo con los fondos buitre, la devaluación necesaria para liberar la restricción cambiaria y otros ordenamientos como el endeudamiento a tasas más bajas y menor emisión generarían un inmediato shock de confianza que, pasado un breve sacudón en verano de 2016, acercaría a la Argentina a un vigoroso crecimiento con la consecuente llegada de inversiones.
De éstas últimas, se registra poco y nada más allá de promesas que cosecha Macri en sus exitosos viajes por el mundo. El crecimiento, se sabe, estuvo ausente en 2016 (en rigor, se registró una recesión de 2,3 por ciento), mientras el primer semestre de este año exhibe una muy tenue recuperación. Otros indicadores macroeconómicos, como empleo, pobreza, deuda sobre PBI, empeoraron sensiblemente en los últimos dos años. El gobierno — explican sus voceros — está sentando las bases para un crecimiento sólido por veinte años, que deje atrás para siempre los vaivenes de crecimiento y decrecimiento que signaron el segundo gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Habrá que ver.

GBA
La combinación de una inflación que recién ahora alcanza niveles de 2015, mayor desempleo y recorte moderado en planes sociales y jubilaciones ha tenido un reflejo evidente en los barrios populares, especialmente en el Gran Buenos Aires, donde votan cerca de siete millones de los 26 millones de argentinos que acuden a las urnas. Quienes recorren distritos de La Matanza, Lanús, Merlo o Lomas de Zamora, que sufren además un fuerte declive en la economía informal que daba vida a los barrios, citan un fuerte desánimo (“tristeza”, para el consultor político Eduardo Fidanza) y una añoranza sobre tiempos mejores durante los gobiernos kirchneristas. Allí recrudece lo que el Estado argentino ha dado históricamente a los barrios marginales. Control y represión policial.
El impacto del “reordenamiento” de la economía ha sido algo menor en la clase media y media alta urbana, sustento principal del voto a Cambiemos en 2015, aunque está lejos de ser inocuo. Las tarifas de servicios públicos, los cierres de paritarias por debajo de la inflación y la amenaza al empleo juegan su papel. Sin embargo, el apoyo a Cambiemos permanece sólido en ciudades como Buenos Aires o Córdoba, lo que requiere explicaciones.
Riorda analiza que, entre los gobiernos latinoamericanos pospopulistas, el de Macri es “por lejos, el más aceptado, aunque también tiene un diferencial negativo entre imagen positiva y adversa”. “Lo viejo(el populismo y la izquierda) fue castigado, aunque algunas probabilidades de resurgir tiene, y lo nuevo no es el del todo apoyado pero tiene una base firme respetable en el caso argentino”, agrega el consultor cordobés. “Cambiemos tiene un apoyo incondicional en el país que supera el tercio de votantes”, sintetiza.                     
Con la mirada en otros países, Riorda analiza que en México se observa “un electorado que sospecha de todo, pero no explota en un voto bronca agregado; sólo esporádico. Es una olla a presión ese país. En Brasil se sostiene el rechazo a todo, la rabia y la bronca. Una desafección pura hacia cualquier propuesta política”.
“En la Argentina, el voto es culposo o especulativo. Todo el que voto al pasado (el kirchnerismo) tiene algo de temor de defender íntegramente lo sucedido; todo el que votó lo nuevo (Cambiemos), tiene algo de desencanto para defender íntegramente lo actuado. Así, en las elecciones de medio término, no va a haber ganadores enormes ni perdedores enormes en los principales distritos”.
Riorda le saca punta a la intención electoral: “Aproximadamente 60 por ciento del voto a Cambiemos es para que no vuelva CFK; y gran parte del voto a Unidad es para que Cambiemos no avance con procesos de reformas”.  “El voto culposo será el modo más evidente de ver el funcionamiento del concepto ‘second best option’".
Otro aspecto que abre incógnitas es las figuras con mejor imagen del PRO, la gobernadora de Buenos Aires María Eugenia Vidal y el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, no son candidatos. En la provincia, la oferta del oficialismo es con un ministro nacional no especialmente popular, Esteban Bullrich, y figuras del laboratorio macrista que transitan entre el amplio desconocimiento público (Gladys González), y la amplia presencia mediática sin anclaje territorial (Graciela Ocaña).
¿Podrá Cambiemos (básicamente, Vidal y Macri) trasladar el apoyo a Bullrich y Ocaña? En esa pregunta, probablemente se juegue toda la elección, porque si el oficialismo parte de una adhesión más bien discreta (cerca del 35 por ciento), un bajón moderado porque Bullrich no prende en el electorado podría dejarle un sabor más que amargo. Una vez más, el fantasma de Cristina Kirchner saludando a los suyos con una sonrisa en la noche del 13 de agosto cobra fuerza.
“ El comando de Cambiemos está convencido de que la marca habla por sí misma. Cuando preguntás por el candidato acompañando al nombre Cambiemos funciona bien, pero es un enigma. Funcionó en la Ciudad, pero la provincia es un terreno en el que pesa más el personalismo”, expresa el analista Burdman.
Cambiemos llegó a la presidencia a caballo de un discurso con fuerte impronta institucional. En campaña, Macri denunció el “avasallamiento” de CFK sobre la Justicia, los comprobados escándalos de corrupción y la crispación del ambiente político.
Al respecto, los progresos han sido más bien colaterales, y en varios aspectos sensibles, se registraron notables retrocesos.
La jerga boxística dice que quien pega primero pega dos veces, por lo que Macri no tardó en sorprender. En su primer trimestre de gobierno, intentó designar a jueces de la Corte Suprema por decreto (extremo sin antecedentes en la democracia recuperada en 1983); detuvo a la dirigente jujeña Milagro Sala en un hecho sentó al Estado argentino  en el banquillo de los acusados de las organizaciones internacionales; reemplazó la ley audiovisual a través de un decreto de necesidad y urgencia, con lo que pagó favores a Clarín y rediseñó el mapa de las telecomunicaciones a piacere; devolvió el secretismo a los fondos de la siempre siniestra  agencia de Inteligencia estatal; hizo lo posible para desplazar a la procuradora general Alejandra Gils Carbó (intento que los propios editorialistas afines a Macri promueven cada vez que un fiscal presenta una denuncia contra un funcionario del Ejecutivo).
Más allá de algunas reformas saludables (la ley de acceso a la Información Pública, de deficiente aplicación), la Casa Rosada tomó nota de que la confrontación abierta con el kirchnerismo: es decir, la crispación política; le otorgaba réditos electorales, por lo que dejó atrás el mantra del “diálogo y el consenso”. En cambio, estableció una negociación inteligente con el peronismo no kirchnerista — sobre todo, los gobernadores — y organizaciones sociales, lo que le dio mayor margen de maniobra.

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