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La prueba del sacrificio

By Sebastián Lacunza
Editor-in-Chief
Retrocedamos el tiempo hasta diciembre de 2000. Los asesores de imagen del presidente radical-conservador Fernando De la Rúa (1999-2001) montaron una escena en los jardines de la residencia de Olivos. Había pasado un primer año de mandato “sacrificial”,  sin mejoras en la desocupación de dos dígitos heredada del peronista de derecha Carlos Menem (1989-1999). La bomba social seguía intacta; el desánimo de la población se había disparado. 

“¡Qué lindo es dar buenas noticias!”, clamó De la Rúa. Así trató de vestir un “blindaje” financiero internacional; a la sazón, mayor cobertura para potenciar el festival de la deuda. En esa mañana soleada de fin de año, De la Rúa dijo que se había visto forzado a tomar decisiones disgustantes, pero que en 2001 (en el inicio del tercer semestre de su gobierno), el país alcanzaría ElDorado. Un año más tarde, tras un sinfín de recortes y desaciertos estratégicos, el presidente radical abandonaría la Casa Rosada en helicóptero, con más de treinta muertos por la represión en barriadas de todo el país y la peor crisis social de la historia argentina.
Al cabo de dos años de mandato, De la Rúa había agotado la capacidad de endeudamiento y no tenía margen de política monetaria por el anclaje de la convertibilidad 1 a 1 entre el peso y el dólar, mientras que la cotización de los productos primarios exportables estaba por el piso. El fraude político que significó la coima a senadores para aprobar una reforma laboral de matriz pinochetista terminó por quitar oxígeno a un presidente sin coraje ni liderazgo. Así, el contraste con la hipercorrupción del peronista conservador Carlos Menem (1989-1999) — que tanto rédito había dado a la Alianza de De la Rúa para llegar al poder — se esfumó, pese a que el peronista fue preso unos meses antes de la caída del gobernante radical.
Macri no es De la Rúa, ni aquella Argentina es la actual. A diferencia del gobierno de la Alianza entre conservadores y centroizquierdistas de principios de siglo, el Ejecutivo de Cambiemos encuentra mayor cohesión estratégica y un nítido liderazgo en el Presidente. Si De la Rúa era un mandatario desconfiado, que se recostaba en sus hijos y un par de funcionarios de poco vuelo, Macri despliega políticas, demuestra capacidad de adaptación, no teme confrontar y se muestra hábil para explotar los puntos débiles del adversario, a costa a veces de vulnerar principios básicos del funcionamiento de la democracia.
El diferente escenario económico constituye una ventaja y, a la vez, un argumento resbaladizo para Macri. El actual presidente heredó un lustro económico mediocre pero no calamitoso. Había, sí, importantes temas en la agenda, como la restricción de divisas, la abismal desconfianza de los inversores internacionales hacia el gobierno populista de centroizquierda de Cristina Fernández de Kirchner (CFK) y una maraña de subsidios — entre los necesarios y los disparatados — que muchas veces sirvieron como caja de corrupción de la anterior administración.
En el otro platillo de la balanza heredada desde CFK pesan una situación social relativamente controlada, amplio margen para adquirir deuda en los mercados internacionales, baja desocupación y un déficit fiscal en línea con el de otros países de la región (inflado hasta siete por ciento del PBI por el maquillaje contable del ministro de Economía, Alfonso Prat-Gay, que no supera el más mínimo rigor analítico).  La realidad económica es una moneda con dos caras. Si la situación local y el contexto internacional brindan más margen de maniobra que en 2000, también resta espacio para echar la culpa a la “pesada herencia”.
Más allá de las diferencias, se registran algunas similitudes entre ambos gobiernos. Por ejemplo, la confianza en el poder persuasivo de una mise en scene bajo el sol para anunciar un futuro venturoso. Una población que ve reducir durante largos meses su capacidad de compra, ve tambalear puestos de trabajo y percibe el deterioro social en su barrio, se supone que debe confiar en un presidente que le pide, con palabras que se pretenden solidarias redactadas por un asesor, “un último sacrificio”.
Además de compartir nombres del elenco de funcionarios y asesores tras bambalinas, los gobiernos de la Alianza y de Cambiemos recibieron una cálida bienvenida de la elite económica local y los organismos financieros internacionales. Contaron de entrada con un valorable andamiaje mediático y debieron lidiar con un peronismo en crisis que, no obstante, tarde o temprano aprovechará para imponer demandas por izquierda y por derecha, tanto por vía sindical como legislativa.
El hoy Presidente anticipó en campaña que su solo triunfo cambiaría el ciclo y atraería miles de millones de dólares en inversiones con fecha de inicio en diciembre pasado. De este modo, Macri confiaba junto a su entonces asesor Prat-Gay que se superaría ipso facto el faltante de dólares en la economía y el tenue crecimiento. No fue el caso.
Del 2,4 por ciento de crecimiento de la economía en 2015, se pasará a una caída del producto bruto de 1,5 por ciento, según el FMI. Casi todos los sectores económicos reportan una contracción de la actividad, excepto exportadores de productos primarios de la Pampa Húmeda y especuladores financieros, que vieron multiplar sus ganancias. Ganadores y perdedores deben su presente, en gran medida, a decisiones ad hoc adoptadas por la administración Macri. Hombres de negocios que siguen entusiasmados con Cambiemos — más por oposición al gobierno anterior que adhesión al actual — se quejan del marcado deterioro del consumo interno.
Entre sombras sobre la integridad de un gobierno signado por los Panamá Papers, los conflictos de intereses de sus ministros-CEO y promesas de campaña incumpidas — mantener Fútbol para Todos, no aumentar tarifas, mayor respeto institucional y no quitar beneficios sociales —, la popularidad del presidente se mantiene en niveles relativamente altos. A esta altura del partido en el año 2000, la suerte de De la Rúa ya parecía echada.
Macri no parece correr riesgo de colapso. En cambio, la prolongación de un andar mediocre que trascienda semestres puede provocar una creciente decepción sobre el primer gobierno democrático de signo conservador, ni peronista ni radical, que torne inocuos fuegos artificiales del marketing político u operaciones coordinadas con el insano sistema judicial argentino.

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