El gerente egipcio de Google que permaneció detenido 12 días en manos de los servicios de seguridad de su país, Wael Ghonim, se apresuró ayer a festejar antes de tiempo la finalmente no concretada renuncia de Hosni Mubarak. «Revolución 2.0: Misión cumplida», tuiteó. Más temprano, había pasado por la plaza Tahrir para declarar la primera victoria de internet sobre una dictadura.
El joven, cuyo protagonismo parece que ahora no agrada del todo a su empleador Google, acepta ser el emblema de quienes se tientan a explicar lo que ocurre en Egipto como una épica victoria de Facebook. Víctima del régimen en carne propia, el encargado de marketing de Google para Medio Oriente y el norte de África tiene, al fin y al cabo, derecho a ensayar explicaciones, imbuido en su propio mundo.
En cambio, algunos intelectuales árabes no dudan en tachar de «simplistas» o, directamente, de «racistas» las tesis encandiladas por internet que provienen de capitales distantes de El Cairo.
El atractivo postulado sostiene que jóvenes egipcios hartos, con ganas de occidentalizarse, fluido dominio del inglés, no muy ideologizados ni creyentes, amantes ellas de los jeans y los anteojos oscuros, con «hijab style» tolerado; hipertecnologizados y un desaliño «cool» ellos, pusieron en marcha el andamiaje de la revolución gracias a... ¡Facebook! A partir de allí, el contagio habría atraído a las masas no internetizadas.
Rami G. Jouri, director del Issam Fares Institute of Public Policy de la American University y editor del Daily Star, ambos de Beirut, vio en el enfoque exacerbado en Facebook la «tradición y el racismo romántico de los orientalistas occidentales». Ironizó, en un artículo reproducido en medios árabes, que la explicación asumida por «la mayoría de los medios occidentales» resulta «fascinante pero bastante provinciana».
Ya en la caída del Muro de Berlín hubo quienes atribuyeron a las nuevas tecnologías el poder decisivo de barrer con el régimen soviético. Hace 20 años, la versión indicaba que el amigo que permitió a los revolucionarios salir del placard no fue internet, que no existía como world wide web, sino el satélite, sumado a las cámaras hogareñas, el videocasete y los disquetes. Siempre según el postulado tecnologicista, en esos formatos entró la algarabía, el consumo y las libertades civiles occidentales por la ventana de los grises edificios soviéticos, y la noción de ese mundo empujó a los europeos del Este a derribar al alemán Erich Honecker, el rumanoNicolae Ceaucescu o el polaco Wojciech Jaruzelski.
Ahistórica
Esta perspectiva ahistórica e idealista no se preocupa por aclarar por qué una parte el mundo árabe-musulmán entra en una vorágine de esta magnitud ahora y no antes, ni por qué la revolución nació en Túnez o Egipto y no en China, Irán, Marruecos o Arabia Saudita.
En un país que ocupa el puesto 101 en el índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas (2010), con una tasa de penetración de internet del orden del 20% de sus 80,4 millones de habitantes (el dato difiere según la estadística, aunque todas coinciden en un crecimiento exponencial desde 2000), las redes sociales pueden acaso explicar la eficacia comunicativa de algún segmento específico, pero difícilmente den cuenta de las raíces de lo que vive Egipto desde el 25 de enero, ni siquiera su dinámica.
El sitio especializado en estadísticas de Facebook socialbakers.com indica que la red social cocreada por Mark Zuckerberg cuenta con 5.200.000 usuarios, un 6,46% de la población, algo inferior al 8,79% de Marruecos, una monarquía dictatorial.
Se han visto jóvenes en las calles de El Cairo y otras ciudades. Cómo no verlos en un país con edad promedio de 24 años y con un 33% de la población con menos de 15 años.
Coinciden las crónicas y atestiguan las fotos de las ciudades egipcias que predominan clases populares (¡cómo no!), convicciones más firmes que las que convocan las ventanas de Facebook (salvo que los «amigos» egipcios se distingan por mensajes profundos que van más allá del saludito, la anécdota o el suspiro habituales de la red social), necesidades históricas y actualizadas, y víctimas de la asfixia religiosa y política.
El Programa Mundial de Alimentos de la ONU precisó esta semana algunos datos útiles para entender el momento. En el último trimestre de 2010, los alimentos exhibieron un aumento del 20% interanual en Egipto, y el precio del trigo que importa el país árabe lo hizo entre un 50% y un 60%. En promedio, los egipcios gastan un 44% de su presupuesto en comida.
En el plano político, fue tan solo el 28 de noviembre pasado cuando se celebró la primera vuelta de la elección legislativa en la que la Hermandad Musulmana no consiguió ningún diputado; el partido liberal Al Wafd, dos; y la izquierda, uno, en medio de un proceso fraudulento y plagado de detenciones.
La inflación, el desempleo, el fraude y la asfixia acaso sean razones más poderosas que Facebook para que, en términos de Jouri, los árabes, «por primera vez en su historia moderna, puedan hablar y actuar por sí mismos».
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