Sebastián Lacunza, desde Buenos Aires.
La cita electoral de mañana en Argentina se presenta como una de las más particulares desde el retorno de la democracia, en 1983. Más de 34 millones de votantes están habilitados para nominar candidaturas de senadores y diputados en las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO), en el marco de una pandemia que parece haber iniciado su larga despedida, pero que ya dejó más de 113.000 muertos.
Las PASO configuran de por sí una rareza. Todos los electores menores de 70 años se encuentran –en teoría– obligados a emitir su voto. Están en juego las listas para renovar un tercio del Senado (24 bancas) y la mitad de la Cámara de Diputados (127 bancas). El votante entra al cuarto oscuro y puede tomar una boleta de la coalición o partido que quiera, ya sea el que acordó listas únicas o entre las opciones con dos o más alternativas. Las PASO, definidas por algunos como la encuesta más cara, pero la más precisa del mundo, actúan como una primera vuelta de facto que reordena el tablero de cara a las elecciones generales del 14 de noviembre. Quienes obtengan menos de 1,5% de los votos quedan fuera de la competencia.
En la Ciudad de Buenos Aires (con 2,5 millones de electores), se presentan 14 frentes o partidos. Para noviembre pasarán con seguridad el oficialista Frente de Todos, la coalición fundada por Mauricio Macri que ahora lleva el nombre Juntos, el Frente de Izquierda y los Trabajadores (trotskistas) y La Libertad Avanza (“libertarios”, de derecha). Otras propuestas de izquierda y Alternativa Ciudadana (centroizquierda no kirchnerista) podrían superar el umbral, mientras que una formación trotskista y varios sellos que dejó la historia y se alquilan para cada elección quedarán en el camino con seguridad.
Primero, algunas certezas que sólo un vuelco fuera de registro podría desestabilizar. La alianza peronista de centroizquierda prevalecerá en el norte andino, central y mesopotámico, y en la Patagonia, mientras que Juntos (Propuesta Republicana, Unión Cívica Radical y otros) ganará en la Ciudad de Buenos Aires y Córdoba. De acuerdo a cómo se incline la balanza, la oposición tiene buenas chances en otras de las provincias del centro: Santa Fe, Mendoza y Entre Ríos.
De manera que la madre de todas las batallas será en la provincia de Buenos Aires, donde vive 37% del padrón. En este distrito, Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner obtuvieron un apoyo decisivo en 2019. En boca del primer candidato del Frente de Todos por la Ciudad de Buenos Aires, Leandro Santoro, en las barriadas populares que rodean a las grandes ciudades “Cristina es Gilda”: una corriente de afecto bastante impermeable a las tormentas. Si la victoria del kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires se revierte o se reduce a un margen demasiado estrecho, la oposición estará cerca de declararse ganadora.
Para dar batalla, Alberto Fernández eligió como cabeza de lista en la ciudad a Santoro, un exradical alfonsinista que podría romper las fronteras del kirchnerismo, y en la provincia a Victoria Tolosa Paz, una peronista de La Plata con similar perfil. Ambos se caracterizaron por haberse arriesgado a jugar de visitante en medios televisivos hostiles durante los pasados dos años. Son, de alguna manera, ahijados políticos de Fernández, un modo que aceptó La Cámpora para darle autoridad al presidente, pero también para que quede claro a quién responsabilizar si el resultado es adverso. En el resto de las provincias, el Frente de Todos combinó expresiones del cristinismo puro y los peronismos locales, y en Santa Fe habrá primarias.
La competencia intracoaliciones cobró relieve este año, en especial, dentro de la alianza liberal-conservadora fundada por Mauricio Macri, rebautizada Juntos. En principio, se suponía que la divisoria de aguas en el frente opositor sería entre “halcones” y “palomas”, pero con el correr de las semanas los discursos se fueron mezclando y los moderados dejaron de serlo o de parecerlo. El rumbo opositor parece recaer no tanto en los candidatos sino en medios de comunicación volcados a una derecha desembozada que denuncia “infectadura” y alerta a toda hora del riesgo: “Vamos camino a ser Venezuela”.
En virtud de cómo le vaya a Juntos, cobrará vuelo como candidato presidencial el jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, o volverá a ganar poder de veto el dedo del expresidente Mauricio Macri. Rodríguez Larreta es un planificador milimétrico de su imagen pública, pero hay indicios de que el laboratorio pudo no haberle salido del todo bien en el salto de la capital federal al país. Sus apuestas en la ciudad (María Eugenia Vidal) y la provincia (Diego Santilli) aparecieron desdibujadas entre los cambios de estrategia y de distrito (se cruzaron de capital a provincia). Los libertarios y desafiantes internos del alcalde porteño están al acecho. Macri espera a todos con los brazos abiertos.
La proyección de Rodríguez Larreta hacia 2023 acaso sea uno de los pocos indicios que se podrá obtener mañana. Los motivos para evitar análisis precipitados son varios.
Para empezar, la pandemia supone un escenario inédito. Los contagios están en su mínimo en más de un año, pero el trauma social sigue presente. A bastante distancia de Uruguay y Chile, pero mejor que gran parte de los países de América Latina, 64% de la población tiene la primera dosis (Sputnik, Astrazeneca, Sinopharm y, en menor medida, Cansino, Moderna y Pfizer), y 40%, la segunda.
Entre el agobio y la angustia, la concurrencia a las urnas podría ser esta vez algo más baja que el 75% habitual de las PASO. Si quienes faltan a la cita son jóvenes de barrios populares desencantados con los Fernández, la ventaja será para Juntos. El apoyo del kirchnerismo entre los menores de 30 años ya era significativo, pero se volvió abrumador en 2019, tras cuatro años lapidarios para el trabajo, el estudio y el salario que supuso el ciclo Macri. En cambio, si la ausencia recae en los de mayor edad, segmento donde la alianza conservadora equipara y hasta pasa al frente, el oficialismo podría verse beneficiado. De todas formas, también en ese caso se abren incógnitas, porque la omnipresente prédica libertaria de que no debieron existir restricciones duras por la pandemia y de que “no trajeron las vacunas” no prendió demasiado entre los adultos mayores, por obvias razones.
Unas cuantas encuestas sobre voto e imagen positiva arriesgan un escenario de victoria del macrismo o de empate. No convendría creerles del todo. Hace dos años, vaticinaban lo mismo y los Fernández superaron al entonces presidente por 17%. En el gobierno se consuelan con que un resultado muy ajustado tendría sabor a triunfo. Esgrimen que la pandemia fue devastadora para unos cuantos oficialismos sometidos a las urnas entre 2020 y 2021 (Estados Unidos, Chile, España, Ecuador).
Por si el contexto de la pandemia y los yerros de los encuestadores no fueran suficiente, cabe recordar que Néstor y Cristina Kirchner perdieron todas las elecciones legislativas excepto la primera que enfrentaron, en 2005. Esas derrotas, sin embargo, no impidieron que fuera reelecta la propia Cristina en 2011, que Daniel Scioli perdiera por apenas dos puntos el balotaje en 2015, y que venciera Alberto Fernández en 2019.
La escena económica que les tocará a los peronistas en sus últimos dos años de mandato promete ser sustancialmente distinta a la que enfrentaron tras su asunción. Argentina vivió un serrucho de crecimiento y caída desde 2011 hasta 2017. Los dos últimos años de Macri fueron de aguda recesión. Sobre eso, la pandemia; el producto interno bruto cayó 10% en 2020. Los pronósticos para este año son de un crecimiento de 8%, y la tendencia se extendería al año que viene. La economía local enfrenta múltiples inconvenientes, pero ya en 2003, antes de que el país iniciara uno de los períodos de crecimiento más importantes de su historia, el análisis neoliberal preveía que la política de incentivo al consumo vía aumentos salariales, intervención estatal y proteccionismo de Néstor Kirchner no haría más que prolongar la debacle disparada en el nacimiento del siglo.
La realidad de hoy es distinta a la de hace dos décadas, pero nadie debería descartar nuevas equivocaciones de los meteorólogos. En octubre, las consultoras y el Fondo Monetario Internacional proyectaban 4% de crecimiento en 2021 tras una caída de 12% en 2020. Al mismo tiempo, analistas trazaban un paralelismo entre la imposibilidad de Lionel Messi de salir campeón con la selección y el supuesto fracaso argentino.
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