En abril de 2013, a horas de que me propusieran dirigir el Herald, sonó mi celular. Era Andrew: directo, algo alborotado, con la voz afectada que suelen tener los asmáticos, y sin rastros del estereotipo british. Hasta entonces, para mí Graham-Yooll era una firma (un prócer del Herald), a quien imaginaba distante desde su pedestal.
Al día siguiente, en pleno horario de redacción, fui a su casa en una zona de Barracas que desconocía. Dos cervezas frías. Andrew; el periodista, el corresponsal, el historiador; era Andrés para el remisero de la villa 21-24 que lo solía conducir.
Nos vimos desde entonces con cierta frecuencia; por lo general, en cenas con su pareja y Mercedes después del cierre o, desde que se había mudado a Larroque, en horarios más normales durante sus visitas a Buenos Aires.
No corresponde que trace un perfil por acá. Hay voces más autorizadas para lo personal y su recorrido profesional valdría un libro.Cuento dos o tres cuestiones.
Laburaba las notas como si fuera el aspirante a crítico literario que golpeó las puertas del Herald hace 50 años. Tomaba colectivos, trenes, compartía tardes con sus fuentes (historiadores, escritores, expertos insospechados, testigos). Entregaba un texto pulido. Era de esos — tan respetables — que se releen y mandan las corrrecciones porque falta una mayúscula o sobra un punto.
Su combinación de memoria e ironía era una espada filosa a la hora de mirar al pasado, pero al mismo tiempo, no le faltaba afecto ni generosidad. Guardaba cierta reticencia a revisitar los setenta, le escapaba a los relatos épicos. Era tan interesante conversar con él, que me contenía para que no pareciera que le estaba haciendo una entrevista.
En momentos críticos del Herald, apelé a sus consejos. No hablamos mucho de nuestras diferencias, que intuyo las habría. Con pocas palabras, captaba cómo venía la mano. Me frenó a tiempo en un par de oportunidades y me anticipó escenarios que finalmente se dieron.
Los últimos años fueron duros para Andrew. Creo que utilizaba el humor y la falta de preámbulos para revestir temores y preocupaciones.
Almorcé con él y su pareja hace un mes y medio. Lo vi muy bien, con el espíritu recuperado.Aunque porteñazo, tenía algo de inglés en la previsión de los tiempos. Me dijo que en julio se iba de viaje a Inglaterra; que de ser necesario, lo llamara antes por un dato que quedó pendiente. Como yo también partía, pensé en dejarlo para el regreso de ambos.
Me impacta la prepotencia de la muerte para interrumpir la vida cotidiana, y la prepotencia de la muerte para interrumpir la riqueza e la vida.
Hasta siempre y gracias.