El "El país del río", la crítica y narradora
Cristina Iglesia recupera los trabajos periodísticos de dos de los más grandes
autores argentinos y destaca coincidencias y diferencias en sus perspectivas y
sus modos de contar.
Sebastián Lacunza
Los tiempos han cambiado desde la época en que los
periódicos enviaban a sus cronistas a recorrer otros mundos durante semanas. No
se trataba de escribir cinco notas –principal, crónica, entrevista, color y
análisis; más el videíto para la web– en
dos días. El periodista dedicaba amaneceres y sobremesas en trasnoches a
desentrañar personajes y relaciones sociales. Al cabo de unos cuantos días,
había suficientes historias en la libreta y, sobre todo, en la retina del
enviado. Así, el cronista se revestía de antropólogo para tender puentes entre
culturas mientras el público de la gran ciudad, que compraba diarios y revistas
de a cientos de a miles, se dejaba enterar y viajaba con la imaginación.
Entre que los editores de El Mundo (diario popular que tuvo
su auge en el segundo tercio del siglo XX) enviaron a Roberto Arlt, en agosto
de 1933, a remontar el río Paraná a bordo del "Rodolfo Aebi" (paradas
en Paraná, Rosario, Reconquista, Santa Fe, Bellavista, La Paz, Esquina,
Barranqueras, Corrientes…), y que Rodolfo Walsh viajó para Panorama y Adán a
Misiones, Corrientes y Chaco junto al fotógrafo Pablo Alonso, en 1966 y 1967,
cambió la Argentina. Pasaron el primer peronismo, el asentamiento de las villas
miseria, la diversificación de los medios masivos, la democratización de las
universidades y la noche de los bastones largos. Pero a orillas del Paraná,
algo de la historia pareció detenerse.
Cristina Iglesia (correntina, doctora en Letras) puso la
mirada en los trabajos litoraleños de Arlt y Walsh y publicó El País del Río –
Aguafuertes y Crónicas (2016, universidades nacionales de Entre Ríos y Del
Litoral). En un análisis a la altura de los textos de ambos escritores, Iglesia
ilumina increíbles puntos de coincidencia (a su turno, ambos narran en un
registro muy similar la experiencia de un surrealista trencito correntino) y las distancias –de estilo, de concepción
periodística- que los separan. ¿Qué lector imaginan?, ¿cuál es el papel del
periodista para Arlt y para Walsh? Las respuestas se construyen a partir de la
lectura de las crónicas.
Cuando zarpó el "Rodolfo Aebi" de Arlt, éste ya
había escrito El Juguete Rabioso y Los Lanzallamas. Venía publicando
Aguafuertes… en el diario, abriendo las puertas de los conventillos en una
sociedad deselitizada. Sin embargo, durante su periplo por el Paraná, Arlt se
muestra como un porteño exacerbado. Escribe con frecuencia ofuscado. Se
impresiona por la pobreza y se aburre durante las tardes. Denuncia la vagancia
en la crónica "Reconocimiento trágico":
"Poblaciones que viven en la miseria, rodeadas de una
espléndida riqueza natural, hombres de brazos cruzados, porque no hay trabajo y
el trabajo está esperándolos allí, al margen de su casa"
En "Camino a Resistencia", el ya autor de Los
Siete Locos, denuncia: "Chicas precozmente desarrolladas, con sus
mugrientos hermanitos en brazos, miran pasar el ómnibus". Por si hiciera
falta, Arlt nos recuerda que el razonamiento ramplón de que aquellos que viven
de la AUH o protestan frente a un ministerio son meros vagos viene de larga
data en el periodismo.
Aún así, pese a su abordaje prejuicioso, da gusto leer a
Arlt. En "Yacarés tomando sol", el escritor despliega su estilo. Deja
saber que esos mismos "bicharracos" se comieron varios chicos en
Asunción e invita al lector a pensar qué pasaría si "viendo el agua playa
como la de un lago de Palermo… se larga y, de pronto, gentilmente, como si se
encontrara en África en vez de la República Argentina, altura kilómetro 946, ve
que por la poética linfa, rapidísimamente, avanzan para trabar conocimiento con
usted dos yacarés de estas dimensiones".
El escritor llega a Corrientes y se decepciona. Imagina una
ciudad verde, con una costa plácida, integrada al río. En cambio, se encuentra
con calles angostas, "cemento y ladrillo. Mosaicos y tejas. Fachadas
altísimas…, desperdicio de material de construcción en todas las
direcciones". Le dan ganas de ir a encarar al intendente para preguntarle:
"¿Por qué no han plantado árboles? ¿Le tienen miedo al árbol?"
El periodismo somero de Arlt le vale unas cuantas críticas
de los lectores de El Mundo, al punto de que el autor hijo de alemanes tiene la
honestidad de publicar quejas que definen su trabajo como "el de un
observador superficial, incluso engañoso". Se defiende con el argumento de
que pretendió transmitir la visión de un turista para luego dar lugar, entonces
sí, a una descripción cruda de los puertos azotados por la depresión económica.
El de Walsh –27 años menor que Arlt- es otro periodismo.
Casi una década antes de emprender una estadía de una semana en el leprosario
de "La Isla de los resucitados" (del Cerrito) y de adentrarse en los
esteros del Iberá, el cronista había publicado Operación Masacre, y una década
después difundiría a través de la agencia ANCLA la "Carta Abierta a la
Junta Militar", para luego ser desaparecido.
Walsh se detiene en las historias de los enfermos que
habitan una isla en la confluencia del Paraná y el Paraguay. Los habilita a que
cuenten su vergüenza, resignación, bronca y esperanza. Va caso por caso;
ninguno es igual, todos conmueven. Deja que el director del leprosario, el
doctor Iglesia, cierre su crónica de más de 44.000 caracteres, plena de datos,
descripciones, instantes y matices, que fluyen en armonía:
"La lepra ataca casi siempre a la gente pobre, mal
alimentada, que trabaja de sol a sol… No es la voz de un agitador, la cansada
voz que dice esas palabras. Es el dictamen técnico, inapelable, del doctor
Iglesia, director del Cerrito y presidente del Jockey Club de Corrientes, que no
da rodeos para acusar al latifundio, al desgobierno, a la pavorosa indiferencia
de los ricos.
–Hay que quitarse la venda
– concluye -. Si no, la quitarán otros".
Walsh relata la crisis de yerba mate en Misiones (yerra y
vaticina que el ritual del mate dejará de existir en las ciudades) y se mete en
los entresijos del "Carnaval caté", el de Corrientes, que se disputan
las comparsas Ará Berá y Copacabana (la primera no acepta ser menos caté
–cheta- que la segunda). Pero también muestra trazos arltianos cuando narra, en
"El expreso de la siesta", su experiencia en el trencito correntino.
En el momento del regreso, el autor de "Esa mujer" y el fotógrafo se
quedan dormidos y pierden un tren que avanzaba a siete kilómetros por hora.
"Con esta hazaña, quedamos incorporados a la historia
del trencito: somos, Pablo Alonso y yo, los únicos que hemos conseguido
perderlo".
*Texto leído durante la presentación del autor de El País
del Río, de Cristina Iglesia, el 31 de marzo en la librería Caburé