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Un silencio que puede significar un quiebre

Escribe
Sebastián Lacunza
@sebalacunza
Una explicación vulgar indica que los organismos de derechos humanos fueron cooptados por los gobiernos kirchneristas mediante subsidios, puestos laborales o desvío de fortunas. No casualmente, esta versión somera encuentra mayor eco en ámbitos que nunca manifestaron especial interés en la búsqueda de justicia en torno a los crímenes de lesa humanidad cometidos por la última dictadura (1976-1983), sino que más bien bregaron por la impunidad, mediante diferentes artilugios, durante décadas.
El relato del “quiebre moral” se edifica sobre un par de indicios para arrasar con una lucha encabezada por madres, abuelas, familiares y militantes que arriesgaron todo y, a veces, lo perdieron todo. No parece del todo factible que familias en las que desaparecieron varios de sus integrantes, cuyos bienes fueron usurpados por represores, que debieron soportar que los victimarios caminaran libres por la calle durante décadas y que sufrieron el ninguneo de gobiernos y tribunales, se dejen tentar de buenas a primeras por un puñado de pesos o dólares. Para más datos, tal “cooptación” choca de bruces con las sencillas viviendas en las que habitan las mujeres que hace al menos cuatro décadas declinaron toda pretensión de comodidad.
De todos modos, es notorio que representantes emblemáticas de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo han manifestado una adhesión a rajatabla a los gobiernos kirchneristas, pero demasiado complejo y vibrante es el movimiento de derechos humanos argentino como para endilgarle un perfil monolìtico. Por empezar, un sector de Madres de Plaza de Mayo – Línea fundadora (Nora Cortiñas, Mirta Baravalle), algunas Abuelas de Plaza de Mayo (Chicha Mariani), el Servicio de Paz y Justicia fundado por el premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, ciertos sobrevivientes de campos de concentración y el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) son algunas de las expresiones del sector que han dejado saber reclamos frente a diferentes políticas de las administraciones de Néstor y Cristina Kirchner. Más allá del respaldo unánime a la reapertura de los juicios contra represores iniciada en 2003, los mayores cuestionamientos estuvieron vinculados a las ilegalidades de las policías (a las que el kirchnerismo decidió no combatir) o a determinadas situaciones de marginalidad que no han sido superadas pese al progreso económico 2003-2011.
Que hubo más subsidios oficiales a Madres, Abuelas y otras instituciones, es cierto. Ello puede ser leído como un dato saludable si, como ocurrió, más nietos robados por los represores lograron recuperar su identidad. Uno de los últimos recuperados es Ignacio Guido Montoya Carlotto, nieto de Estela Barnes de Carlotto, titular de Abuelas de Plaza de Mayo. Claro que en el país de los subsidios sin control, toda investigación exhaustiva sobre el destino de esos aportes debe ser siempre bienvenida.
En cuanto a desfalcos, hubo uno gigante, a manos de la Fundación de Madres a cargo del siniestro Sergio Shoklender, quien, sostenido en su cargo por la presidenta de la organización, Hebe de Bonafini, habría desviado millones de pesos del programa de viviendas Sueños Compartidos, según el expediente judicial.
Sobre el reparto de puestos oficiales, la denuncia encuentra algún asidero en un par de apellidos, nada como para sacar grandes conclusiones que desmerezcan una lucha épica.
Quizás la explicación de la encendida adhesión a políticas oficiales tenga que ver con que, hacia el mes de octubre, 559 represores habían sido condenados, 61 personas resultaron absueltas, cerca de 300 estaban siendo juzgadas y 1131 se encontraban procesadas. Este mapa, que encuentra a apellidos como Astiz, Acosta, Barreiro y Menéndez en la cárcel, y que vio morir a Jorge Rafael Videla en el penal de Marcos Paz, podría ser leído como causa suficiente para que ciertas mujeres que se plantaron durante tres décadas frente a los gobiernos en reclamo de justicia para sus hijos, pasen a ser militantes de quien ocupa la Casa Rosada.
Sin embargo, el año que termina marca un hito en la postura de los organismos que puede dejar  graves consecuencias para la lucha por los derechos humanos. Un fiscal federal de Tucumán pidió la citación a indagatoria del jefe del Ejército, César Milani, por la desaparición del conscripto Alberto Agapito Ledo en 1976, y ante ello, voces emblemáticas de los organismos prefirieron el silencio o la declaración de compromiso.
Hasta hace poco, las entidades de derechos humanos pudieron tener diferentes abordajes sobre recibir o no un subsidio, elevar el tono de protesta acerca de un hecho actual, la elección de una retórica más o menos agresiva y un sinfín de motivos. No obstante, las diferencias se dejaban de lado a la hora del reclamo de justicia, memoria y verdad por cada desaparecido.
Ocurre que en La Rioja, la madre de Plaza de Mayo Marcela Brizuela de Ledo y su hija Graciela se han quedado bastante solas. Milani fue señalado por testimonios ya en 1984 en el “Nunca Más” riojano y por pruebas documentales más recientes, aportadas, entre otros, por el CELS. Como mínimo, se sabe que el joven Milani fue el sumariante del expediente que fraguó la desaparición del soldado Ledo como una “deserción”.
Madres y Abuelas se retiraron de la lucha por Ledo. Estela de Carlotto, titular de Abuelas, extrema la prudencia y se limita a decir lo obvio: todo sospechoso debe ser investigado. Al menos, su postura es menos chocante que la de Hebe de Bonafini, que eligió el abrazo a Milani. Como la política no deja espacios vacíos, otras voces que aún hoy defienden la impunidad y hasta justifican la represión exhiben una repentina vocación de justicia exclusivamente referida a la desaparición de Ledo.
De su lado, el Gobierno nacional no sólo ignora los reclamos de la familia Ledo sino que activó represalias políticas contra abogados y dirigentes riojanos que comparten la lucha y, hasta hace poco, eran militantes kirchneristas.
Si Milani (inocente hasta que se demuestre lo contrario) no fuera titular del Ejército de este Gobierno, la lucha para apartarlo del cargo dados los sólidos indicios en su contra no tendría fisuras entre los organismos. Allí hay un quiebre inspirado en una lealtad dogmática o de otro tipo que se volvió lesiva. Los líderes del movimiento de derechos humanos deberían revertir su silencio, antes de que sea demasiado tarde. 

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