Escribe
Sebastián Lacunza
Algunas voces valoran estos tiempos como esclarecedores sobre lo que representa periodismo. El debate sobre quién informa y con qué fines ocupa con frecuencia el centro de la discusión pública en muchas democracias occidentales. En América Latina, el asunto cobró alto voltaje y diferentes modalidades, mientras que en el caso específico de la Argentina, el cuestionamiento al lugar del periodismo y a las políticas públicas de comunicación, que ya había roto las fronteras de las redacciones y las universidades durante el tembladeral de 2001-2002, alcanzó intensidad inusitada desde que en 2008 se cortó el intercambio de favores entre el Poder Ejecutivo y el Grupo Clarín, lo que dio lugar a la sanción de la ley de medios. Dicha norma apuntó ambiciosas metas para diversificar un mercado entre los más concentrados del mundo, aspecto crucial que desató una batahola entre el grupo poderoso que debería ceder posiciones y un Gobierno que, en gran medida, concibe la línea informativa de los medios públicos como una herramienta partidaria, a la que sumó una atendible cantidad de organizaciones periodísticas aliadas.
Si bien puede ser valorado el hecho de que hayan quedado expuestas en toda su vacuidad frases como "transmitimos lo que pasa", "periodismo independiente", "un puente entre los hechos y la sociedad", el modelo de la trinchera mediática tiene a su vez un costado degradante que alcanza ya una zona de saturación. La rivalidad se ha erigido en criterio primordial de noticiabilidad, esquema en el que el "denuncismo" es un insumo básico. En este punto, causar daño al adversario se torna en el motor que decide qué es noticia, lo que pasa por encima de principios como consultar fuentes variadas y de calidad, atenerse a los hechos probados y evitar las medias verdades para proteger al amigo.
Bajo el ruido de las cacerolas y los piquetes de 2001-2002, y a pocos años de que la imagen de los periodistas hubiera alcanzado su cenit durante el menemismo, los periodistas Martín Latorracay Hugo Monterodiferenciaron al periodismo "de revelación" del de investigación. El primero -explicaban- se rinde ante "la seductora posibilidad de denunciar a los funcionarios de medio pelo", en detrimento de las verdaderas investigaciones de prensa que dilucidarían la trama del poder en serio.
Por un tiempo, aquel periodismo autoelogiado y autopremiado, vindicador de la sociedad ante la maldad de los políticos pareció quedar relegado, pero con los años, volvió recargado y con dueños variados. Los bandos que protagonizan la pelea mediática en la Argentina, que no equivalentes, disparan con técnicas llamativamente parecidas, al tiempo que vuelven a coincidir al arrogarse el lugar de la víctima indefensa (el más débil).
Quizá lo que revela la mayor endeblez de la técnica del carpetazo sea la amnesia de sus ejecutores. Los "escándalos" se vuelven cada vez más efímeros, ya sea porque el protagonista denunciado pueda hacer valer sus influencias judiciales y periodísticas para tapar el caso, o el testimonio se desvanezca no bien es emitido, o el documento estrella resulte un bluff, o la cámara oculta haya estado preparada. Lo que parece conspirar contra el "denuncismo" es la impaciencia de quienes lo llevan a cabo, que de inmediato parecen olvidarse del asunto, compelidos por dar vuelta la página para correr detrás de la próxima primicia.
@sebalacunza
Sebastián Lacunza
Algunas voces valoran estos tiempos como esclarecedores sobre lo que representa periodismo. El debate sobre quién informa y con qué fines ocupa con frecuencia el centro de la discusión pública en muchas democracias occidentales. En América Latina, el asunto cobró alto voltaje y diferentes modalidades, mientras que en el caso específico de la Argentina, el cuestionamiento al lugar del periodismo y a las políticas públicas de comunicación, que ya había roto las fronteras de las redacciones y las universidades durante el tembladeral de 2001-2002, alcanzó intensidad inusitada desde que en 2008 se cortó el intercambio de favores entre el Poder Ejecutivo y el Grupo Clarín, lo que dio lugar a la sanción de la ley de medios. Dicha norma apuntó ambiciosas metas para diversificar un mercado entre los más concentrados del mundo, aspecto crucial que desató una batahola entre el grupo poderoso que debería ceder posiciones y un Gobierno que, en gran medida, concibe la línea informativa de los medios públicos como una herramienta partidaria, a la que sumó una atendible cantidad de organizaciones periodísticas aliadas.
Si bien puede ser valorado el hecho de que hayan quedado expuestas en toda su vacuidad frases como "transmitimos lo que pasa", "periodismo independiente", "un puente entre los hechos y la sociedad", el modelo de la trinchera mediática tiene a su vez un costado degradante que alcanza ya una zona de saturación. La rivalidad se ha erigido en criterio primordial de noticiabilidad, esquema en el que el "denuncismo" es un insumo básico. En este punto, causar daño al adversario se torna en el motor que decide qué es noticia, lo que pasa por encima de principios como consultar fuentes variadas y de calidad, atenerse a los hechos probados y evitar las medias verdades para proteger al amigo.
Bajo el ruido de las cacerolas y los piquetes de 2001-2002, y a pocos años de que la imagen de los periodistas hubiera alcanzado su cenit durante el menemismo, los periodistas Martín Latorracay Hugo Monterodiferenciaron al periodismo "de revelación" del de investigación. El primero -explicaban- se rinde ante "la seductora posibilidad de denunciar a los funcionarios de medio pelo", en detrimento de las verdaderas investigaciones de prensa que dilucidarían la trama del poder en serio.
Por un tiempo, aquel periodismo autoelogiado y autopremiado, vindicador de la sociedad ante la maldad de los políticos pareció quedar relegado, pero con los años, volvió recargado y con dueños variados. Los bandos que protagonizan la pelea mediática en la Argentina, que no equivalentes, disparan con técnicas llamativamente parecidas, al tiempo que vuelven a coincidir al arrogarse el lugar de la víctima indefensa (el más débil).
Quizá lo que revela la mayor endeblez de la técnica del carpetazo sea la amnesia de sus ejecutores. Los "escándalos" se vuelven cada vez más efímeros, ya sea porque el protagonista denunciado pueda hacer valer sus influencias judiciales y periodísticas para tapar el caso, o el testimonio se desvanezca no bien es emitido, o el documento estrella resulte un bluff, o la cámara oculta haya estado preparada. Lo que parece conspirar contra el "denuncismo" es la impaciencia de quienes lo llevan a cabo, que de inmediato parecen olvidarse del asunto, compelidos por dar vuelta la página para correr detrás de la próxima primicia.
@sebalacunza